Si echamos un vistazo rápido, así está la situación en España: Bankia es el monstruo de las galletas; la prima de riesgo se desboca y la bolsa se desploma; Rajoy suda la gota gorda por tener que ofrecer una bochornosa rueda de prensa sin escoltas para no decir nada (como siempre); uno de los jueces de mayor rango del país se corre varias juergas tropicales en Marbella a cuenta de los españolitos contribuyentes; Esperanza Aguirre esconde sus mentiras bajo la alfombra de los silbidos futboleros nacionalistas; el vestido que Pastora Soler lució en Eurovisión parece el tercer mejor mantel que su madre guarda en un cajón; los gibraltareños recuerdan una vez más su animadversión a la bandera rojigualda para mayor gloria de Felipe V; la Iglesia se empeña en no pagar el IBI como todo hijo de vecino (y de Dios, se supone…); someten a un artista a un juicio impresentable por haber cocinado al baño maría una efigie de Jesucristo hace más de treinta años… Y esto sólo es un bosquejo de las noticias más recientes, dejando a un lado (que no olvidando) recortes, rescates, déficits, urdangarines, reyes cazadores, elefantes, infantiles disparos al pie y otros dra(c)mas existenciales. Pues bien, en medio de este panorama, sólo a Los Punsetes se les podía ocurrir publicar su nuevo disco, “Una Montaña es una Montaña” (Everlasting, 2012). Aunque, más que una ocurrencia, es una necesidad.
Dado el ambiente corrupto e irrespirable que nos envuelve, debemos soltar lastre, escupir toda nuestra mala baba de algún modo. Para lograrlo, Los Punsetes mantienen su condición de guías ideales, por mucho que se afirme que han perdido buena parte de la mordiente y el punch de antaño, de cuando lucían maneras punk, pateaban los clubes del underground madrileño, autoeditaban sus primeras maquetas o presumían (a su manera) de haber facturado un debut en largo, “Lp” (Gramaciones Grabofónicas / Everlasting, 2008), tan sucio y agresivo como recibir una boñiga en la cara. Algo semejante ya se dijo en el momento en que había visto la luz su continuación, “Lp2″ (Everlasting, 2010), que sirvió de coartada para asegurar que a Los Punsetes les estaba sentando mal la profesionalización al ablandarse en pos de mejorar y compactar su sonido, cuando en realidad su inquina y mordacidad permanecían intactas. Es decir: su evolución estilística como grupo no estaba para nada reñida con su actitud nihilista, venenosa e irreductible. Y, actualmente, tampoco lo está.
Pablo Díaz-Reixa, alias El Guincho, fue el encargado de la producción de “Una Montaña es una Montaña”, dato que, al revelarse, hizo que muchos seguidores de los madrileños no las tuviesen todas consigo y que sus detractores dispusiesen de una buena granada de mano que lanzar contra ellos: esperaban que Los Punsetes se vendiesen, se quitasen de encima la impostura de ‘somos unos guays que van contra el mundo’, mostrasen sus verdaderas limitaciones e incluso se vistiesen con elementos de los refrescantes ropajes característicos del músico canario, hechos que los colocaría, irremediablemente, bien atados ante el paredón. Paparruchas infumables. Este su tercer disco representa un mayor acercamiento del quinteto al pop, sí, pero bien encauzado, musculado, vitaminado y furibundo. Esta circunstancia no debería sorprender ni rechazarse a estas alturas porque “Lp2” había supuesto un primer paso en firme hacia esa positiva dirección.
“Una Montaña es una Montaña” sigue esa senda sin perder por el camino el ochenterismo (movida madrileña, post-punk, new-wave subterráneo) ni el noventerismo (indie-pop-rock primigenio patrio y anglosajón) inherentes a Los Punsetes. En ese trayecto, Ariadna conserva su tono vocal plano pero sincero, agudo y punzante; Anntona y Jorge retuercen sus guitarras a gusto; Gonzalo proyecta su bajo directamente hacia los tímpanos; y Chema aporrea su batería como si esperara la inminente llegada del fin del mundo. Todo ello materializado, se supone, en plena batalla colectiva en el estudio tal y como siempre han sugerido y como se advierte en el videoclip de “Alférez Provisional”, oda poderosa y pegajosa al hijoputismo ya proceda de las altas esferas que nos (mal)gobiernan o de las personas que tenemos más cerca. Desde su salida se erigió, instantáneamente, en uno de los himnos del año.
La tensión que deja tras de sí este pepinazo la recogen al vuelo “Tráfico de Órganos de Iglesia” (válida para recrear escenas protagonizadas por delincuentes eclesiásticos, políticos mafiosos promotores de aeropuertos sin aviones o monarcas que suplican perdón con un simple «lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir«) y “155” (las desgracias nos colocan a todos al mismo nivel…), tan potentes y afiladas como similares entre sí. Intercaladas entre ambas asoman dos grandes muestras de post-punk macabro, tenebroso y ácido: por un lado, la épica y progresiva “Un Corte Limpio” (o cómo pedir, si tienen que acabar con uno, que lo hagan rápida y limpiamente); y, por otro, “Mis Amigos”, apéndice de “Tus Amigos” en el que parece que la persona que deseaba dar por culo a los conocidos de su pareja se enteró de que sus propias compañías tampoco eran lo que aparentaban. Por último, cerrando una de las mejores primeras mitades de un álbum (nacional o foráneo) de las últimas temporadas, “Los Tecnócratas” se acerca a los postulados del twee-pop para jugar con esas figuras casi etéreas que manejan nuestros hilos.
La segunda parte de “Una Montaña es una Montaña” relaja levemente el efecto fulminante de la anterior, aunque no desaparecen el acierto melódico (“Los Glaciares”, iluminada por sugerentes claroscuros), el grado de corrosión lírica (“Untitled” es un anti-cuento de hadas amoroso que, curiosamente, se convierte en toda una declaración de amor) ni los contrastes emocionales (en “Flora y Fauna” entra un minúsculo rayo de sol al comienzo para luego oscurecerse con la típica pesadumbre punsete). Estos tres parámetros definen de forma precisa el carácter global de este LP, en el que los ánimos se exaltan, los cerebros se apretujan y los puños izquierdos se levantan con fuerza ante las adversidades. Pero, ojo, no estamos afirmando que sus canciones sean de protesta a la vieja usanza o que la de Los Punsetes sea una música indignada, sino que unas y otra funcionan como válvulas de escape frente a la mediocre realidad que nos ha tocado vivir y aportan un punto de vista brutalmente honesto para encararla a diario. Al igual que hacen los mismos Punsetes. Ya lo dice Ariadna en la final y briosa “John Cage”: “Un hombre es un hombre y una montaña es una montaña”. Y Los Punsetes son, pese a quien pese, Los Punsetes. Tal y como está el patio, ¿seguirá siendo Patxi López uno de sus fans más inesperados?