Supongo que es algo injusto comenzar una crítica de una película tan admirable como «Profesor Lazhar» hablando de lo que no es en lugar de centrándonos en lo que nos ofrece, que es mucho y muy bueno. Pero es que es importante antes de nada espantar algunos fantasmas y despejar algunos temores que puedan asaltar a algunos (igual que me asaltaron a mí) a raíz de los temas que plantea o de su muy engañoso tráiler. Porque… veamos, profesor nuevo que llega a una escuela. Uf. Sus métodos, algo diferentes a los empleados mayoritariamente en el colegio, provocarán conflictos tanto con los alumnos como con el resto del profesorado. Uf, uf. El maestro en cuestión es argelino, lo cual pone sobre la mesa el tema de la inmigración y los conflictos que plantea en un ámbito tan espinoso (y tan de actualidad) como el de la educación. Uf, uf, uf. Pues no, calma, tranquilidad: ni esto es un «Mentes Peligrosas» con pretensiones de denuncia social ni tampoco una feel-good-movie al uso de ésas en las que los socialdemócratas lavamos nuestra conciencia cogiendo al inmigrante de la manita y descubriendo que en el fondo el morito es un trozo de pan. No, señores, aquí hay bastante más enjundia que todo eso. Afortunadamente.
A lo mejor el comienzo de «Profesor Lazhar» te pilla, como a mí, un poco distraído. Todavía encontrando la posturita en el asiento, apagando el móvil, lo que sea. En cualquier caso, la bofetada que te propina en toda la cara esa brutal secuencia de arranque te dejará bien claro a los treinta segundos que no hay distracciones que valgan, que prestes atención, que aquí hay cine, y del bueno, y perdérselo no es una opción. Canadiense de producción pero europea hasta las trancas en fondo y forma, podríamos entender «Profesor Lazhar» como la tercera parte de un tríptico que completarían «Hoy Empieza Todo» (Bertrand Tavernier, 1999) y «La Clase» (Laurent Cantet, 2008). Sería algo así como el complemento humano, sensible (que no sensiblero) a la perspectiva de denuncia del film de Tavernier y al enfoque casi documental del de Cantet. Porque aquí el alegato en defensa del sistema educativo y el componente social se construyen principalmente sobre los personajes. Sobre los adultos, claro, empezando por el propio maestro (admirable composición del argelino Mohamed Fellag), que se aleja del buenismo porque sí y deja entrever muchos más matices de los que cabría esperar en lo que a priori parece un santurrón de manual. Pero también sobre los niños, a quienes aquí, por una vez, se les da voz y voto y dejan por un momento de ser marionetas o proyecciones de sus mayores. Qué extremadamente difíciles son, de hecho, las escenas de los diálogos entre los críos (sin un solo adulto de por medio) y qué extremadamente bien resueltas están. Es un gran acierto de casting, desde luego, pero también resultado del gran trabajo de un director que, seguro, era consciente de que si estos momentos no funcionaban, todo el invento se le iba al carajo.
Así, «Profesor Lazhar» va esquivando todas y cada una de las trampas que se le van poniendo en el camino (que no son pocas: cualquier película de este tipo está permanentemente a dos líneas de caer en el panfleto) y va resolviendo los problemas de uno en uno, con la insultante seguridad de quien sabe que tiene la razón de su parte. Flirtea en un par de momentos con el buenrollismo más clasicote, sí, pero al final de su hora y media de ajustadísimo metraje llega a la meta con una hoja de servicios prácticamente inmaculada y habiendo entregado momentos realmente memorables (qué poderosa es la imagen del sueño del profesor, que ve a sus alumnos ya mayores pero todavía hablando como niños; qué reveladores son esos padres que piden que el colegio “enseñe, no eduque«; qué elegante es su magnífico final pese a apelar al lagrimeo sin piedad). Muchos pecados capitales y muchas tentaciones, pero el señor Philippe Falardeau (ojo, que es su cuarta película, que no hablamos de ningún recién llegado) se las apaña para resistirse a todas… O casi. Llegados a este punto, creo que podemos quitarnos la careta, aprovecharnos de la sensibilidad del film, ponernos cursis y reconocer abiertamente que estas 700 palabras se vienen a resumir en una idea sencilla: «Profesor Lazhar» es, simple y llanamente, una película preciosa. Y por eso tenéis que verla.