Sigur Rós han llegado a un momento de su carrera en el que ya incluso han superado aquello de que los amas o los odias. Aquel punto lo traspasaron con «Takk» (EMI, 2005), cuando la deliciosa sorpresa de «Ágætis Byrjun» (Fat Cat, 1999) y «()» (Fat Cat, 2002) se transformó en una saturación de no retorno en la que sólo había dos salidas: huir y pasarte al bando de «Sigur Rós son un pelmazo» (bando popular entre la prensa más aficionada al hype, que no tardó en engrosar sus filas con más ganas de matar al rey que de mantener las orejas abiertas) o el abrazo absoluto y entregado hacia su épica megalómana, sus estructuras buscando siempre una nueva (y a la vez viejísima) concepción del crescendo, sus pianos de cristal gravitando en líquido amniótico, su percusión orgánica surgida directamente de materiales arrancados del vientre de la tierra, sus atmósferas crujientes de vinilo viejo y sus guitarreos arpegiados como un velocísimo descenso por una cuesta infernal grabado a cámara lenta. Puede que los continuados ataques contra lo confortable de estas constantes vitales les llevara a replantearse su sonido en «Med Sud I Eyrum Vid Spilum Endalaust» (XL, 2008), un disco en el que abandonaban la búsqueda de la grandeza megalómana para acercarse a unas canciones en formato más desnudo: una jibarización de sus estructuras expansivas hacia una nueva fórmula donde buscaban acatar las reglas tradicionales del folk (como desnudez instrumental) sin necesidad de perder de vista unos patrones rítmicos atávicos. Y este cansancio, este hastío, ha sido la forma imperante de aproximarse al nuevo giro musical de Sigur Rós… pero lo cierto es que «Valtari» (XL / PopStock!, 2010) hace pensar que otras aproximaciones son posibles.
Y es que el nuevo disco de Jónsi y compañía hará pensar a muchos (a muchísimos) que esto es un paso atrás provocado por la falta de respuesta ante «Med Sud I Eyrum Vid Spilum Endalaust«: la aceptación de que, queramos o no, quieran ellos o no, la verdad es que aquel fue su disco menos redondo, menos contundente, menos memorable. Ciertamente, «Valtari» significa el regreso de Sigur Rós a los parámetros mencionados más arriba, y todo aquel que busque una banda sonora para momentos de depresión y/o nocturnidad (con poca alevosía) encontrará aquí un buen puñado de canciones que echarse a los oídos cada vez que el cielo de sus emociones se encapote con nubes negras. De hecho, dos temas como «Ekki múkk» y (sobre todo) «Varúð» son capaces de sostenerle la mirada a cualquiera de los highlights de «Ágætis Byrjun«, «()» o «Takk«: el primero vuelve a hacer de la voz de Jónsi una textura onírica y envolvente que va marcando el camino de ascensión mística en una canción en la que sorprende el minimalismo de medios instrumentales (una cuerda, un piano raquítico y un par de entramados sonoras) y que enciende el corazón sin necesidad de recurrir al subidón facilón; mientras que «Varúð» sí que incurre plenamente en los clichés habituales de Sigur Rós, pero lo hace con una mirada tan limpia que es inevitable no caer de rodillas ante una percusión que se va abriendo como una flor salvaje y un estribillo implosivo que suena a canto de desesperación ante un mar bravío.
Tampoco es que los de Jónsi estén estancados en sus formas. Al igual que en las dos canciones mencionadas, en «Valtari» sorprende cómo Sigur Rós consiguen alcanzar la misma altura de sus mejores trabajos sin necesidad de recurrir a efectismos, a subidones continuos, a percusión marcial non stop y a la sobredosis de hoppelándiko de cuento infantil como miel para los oídos. De esta forma, los rasgos habituales de aquel post-rock que los islandeses llevaron hacia un terreno nórdico de ensueño se difuminan cada vez más y más hasta casi disgregarse en una atmósfera blanca, blanquísima. Ruido blanco, dirán los detractores. Pero es el ruido blanco más preñado de emoción que podrá escucharse durante décadas. De hecho, es sorprendente cómo tanto en la apertura («Ég anda«) como en el cierre («Fjögur píanó«), la banda se acerca dulcemente al dronismo paisajista de la electrónica más narrativa. Entre medias, «Valtari» demuestra menos voluntad de prender en llamas corazones y más ahínco a la hora de abrazarlo cálidamente: temas como «Dauðalogn» o el titular «Valtari» asimilan las enseñanzas de «Med Sud I Eyrum Vid Spilum Endalaust» y aplican la economía de medios a las estructuras melódicas habituales, con un resultado tanto o más emotivo pero mucho más sutil y elegante.
Incuestionable: Sigur Rós siguen tocados por el dedo de Odín, de Thor o de toda una casta de valkyrias musicales. Como prefieras. Y, de hecho, «Valtari» vuelve a demostrar la solvencia de los islandeses a la hora de hacer lo que mejor saben hacer… Pero también puede entenderse, inevitablemente, en una clave sociopolítica. Porque nadie es ajeno a la que está cayendo mundialmente, pero tampoco hay que ignorar que esta crisis que nos afecta a todos se ha cebado especialmente con Islandia. Así las cosas, «Med Sud I Eyrum Vid Spilum Endalaust«, encuadrado en el año 2008, también podría percibirse ahora como la locura escapista de una noche de verano en los albores de una quiebra del sistema ante la que todos preferimos aferrarnos al «no es para tanto» y al «en dos días ni nos vamos a acordar de esto«. Bajo ese paradigma, no es de extrañar que Sigur Rós se permitieran un disco más distendido de lo habitual… Pero ahora, en 2012, cuando ya hace tiempo que nos hemos pasado al «sí que era para tanto» y al «lo jodido es que el año que viene siempre pinta peor que este año«, los islandeses no podrían haber hecho otro álbum que no fuera este «Valtari«: un (eterno) retorno a las atmósferas envolventes que te hacen sentir como en casa, como en la casa de esos abuelos en la que puedes oler los veranos de tu infancia, en la que sientes la presión de los brazos paternales alrededor de tus hombros. Un disco, al fin y al cabo, que abrace a la sociedad islandesa (y a toda aquella que lo necesite) y le proporcione calor emocional durante esta crisis, dure lo que dure. Ahora ya no vale hacerse el ciego. Es la hora de buscar soluciones… y refugios.