Viajar a Manchester es el sueño de cualquier friki de la música. Viajar a Manchester es el sueño de cualquier friki del fútbol. Viajar a Manchester es el sueño de cualquier friki de la Gran Bretaña. Viajar a Manchester es… joder, es el sueño de cualquiera. En nuestra mente ibérica, la ciudad de las chimeneas, Factory Records y el Manchester United es como una especie de vieja frontera que, once in a lifetime, por lo menos, hay que visitar. La primera ciudad industrial, el icono musical de toda una generación y la ciudad con más actividad futbolera por metro cuadrado es un hervidero cultural que, a día de hoy, recibe a sus turistas con cariño, hospitalidad y con unas ganas inmensas de dar a conocer lo mucho que puede ofrecer en sus escasos kilómetros cuadrados (aunque a los mancunianos no les gusta decir que su ciudad es «pequeña«, sino que te dicen que es «compacta«. Una de las muchas cosas que te hacen darte cuenta de que son muy amor).
Después de años deseando conocer la meca del sonido Madchester tuve la suerte de poder viajar a la ciudad que le dio vida… y contarlo. Fue un periplo que me ayudó a vivir el fútbol desde un punto de vista antropológico y con curiosidad; en el que aprendí muchas cosas sobre la camarilla de Tony Wilson que no salen en «24 Hour Party People«; en el que comí y bebí como una puñetera reina; en el que compré menos vinilos de los que esperaba y, por supuesto, en el que disfruté con unos compañeros de viaje que hicieron que, sin duda, fuera un viaje de la vida. Y todo gracias a la estupenda organización de Jet2 y Visit Manchester.
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JUEVES 26 DE ABRIL DE 2012. Mancunian veni, vidi vici.
Primero vino el susto: convocatoria en el mostrador de Jet2 de la terminal B de l´Aeroport del Prat a las 4:30… y luego el alivio: era a las 4:30 PM. Por un momento ya me vi crujida por culpa del madrugón durante todo el viaje. Pero no, la organización de este press trip estaba calculada al milímetro pero sin sustos de este tipo. Y es que, una de las muchas ventajas que tienen los vuelos de Jet2 son los horarios, bastante más acordes que otras compañías con los biorritmos y la vida laboral del usuario común.
Jet2 es una compañía áerea poco conocida en nuestro país y, en general, bastante joven. Comenzó su actividad en octubre de 2002 desde el aeropuerto internacional de Leeds-Bradford, donde está su sede, realizando su primer vuelo a Amsterdam en 2003. Desde entonces, ha superado los veinte millones de pasajeros transportados y ha ganado prestigiosos premios dentro el mundo de la aviación comercial. En España está presente en once aeropuertos: Alicante, Barcelona, Gran Canaria, Ibiza, Lanzarote, Málaga, Menorca, Murcia, Palma, Reus y Tenerife Sur. Y desde nuestro país opera un total de 59 rutas a sus ocho bases en el Reino Unido.
Pude comprobar en mi propio pellejo la extrema comodidad de sus aviones. No sólo eso, a diferencia de otras low-cost, Jet2 tiene una franquicia de equipaje de hasta 22 kg (lo que para shopaholics como yo es un lujo. Prometo: dos quilos, a veces, son la diferencia). Tiene asientos pre-asignados y programa de fidelización por puntos. Pero lo más importante: cuando te subes a un avión de Jet2 no te sientes ganado aero-transportado. Las dos horas y media que separan Barcelona de Manchester se nos pasaron volando (ja ja) en asientos cómodos, amplios y en un avión limpio con un personal amable sin ser pesado. Yo no sé vosotros: pero cuando me subo en un trasto a tropecientos mil quilómetros del suelo, lo que quiero es que me dejen tranquila y no me den la chapa más que lo justo y necesario, ¿no? Pues eso mismo.
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Aterrizamos en el Aeropuerto de Manchester con un tiempo de mierda. Eso sí es verdad. No de súper-mierda, que es lo que cualquiera puede esperar de una ciudad británica (es así, chicos, vosotros tenéis el primermundismo y la libra y nosotros el Sol), y las previsiones no eran del todo halagüeñas: dejábamos los veintimuchos grados de Barcelona por los diecipocos de la capital mancuniana. Pero para esto no hay libro de reclamaciones que valga. Y, además, en adelante la cosa mejoró. Hasta eso nos fue de fábula, y no dependía de la organización de nadie.
Nos recogió un taxista con bastante mala leche que nos dejó sanos y salvos en el hotel (era lo máximo que podíamos pedir). Y el susto de haber vivido las 24 horas de Lemans en nuestro propio pellejo a bordo de un taxi mancuniano se escurrió por el suelo mojado al divisar en el horizonte la que sería nuestra casa durante los tres días que duraba el viaje: The Lowry Hotel, una maravilla arquitectónica modernísima tan guay, tan guay, que se accedía a el por el Calatrava´s Trinity Bridge, uno de los muchos puentes que el arquitecto tiene repartidos por todo el mundo y que, total, son todos iguales.
The Lowry Hotel se erige sobre el River Irwell, está prácticamente en la frontera de la ciudad, en la zona de Salford -aunque como la ciudad es tan «compacta», se llega al centro en escasos diez minutos- y presume de tener unos de las fachadas más características y «fashion» de la ciudad, además de ser un icono arquitectónico. La impresión que nos provocó el exterior se hizo extensible al hall (minimalista, amplio, luminoso) y a las habitaciones. Sólo diré una cosa: dos neveras. Una para los «fuertes»(con bien de alcohol) y otra más «softy» (con bien de reserva de glucosa). También diré: habitación con vestidor. Y más: y pantalla plana. En fin, una gozada. Sólo hacía falta mirar el párking (con algún que otro Aston Martin y con algún que otro Ferrari –yeah, that was how we rolled-) para saber que no es un hotel cualquiera.
Descansamos del «duro» viaje un rato y cenamos en el lujoso restaurante del mismo hotel, el River Bar and Restaurant. Allí corrieron el vino y la carne sangrante, aunque yo me comí un filetazo de atún que casi hablaba; disfrutamos de unos postres que cayeron de lujo; vivimos en nuestras carnes la hospitalidad mancuniana gracias a un camarero y su apretado delantal muy dispuesto que nos recomendó unos pubs que luego resultaron ser totalmente para guiris -no los pisamos, obviamente-; compartimos unas cervezas italianas con una convención de dentistas que plagaba el hotel; comprobamos, de nuevo, la fascinante tendencia que tienen las inglesas a pintarse mucho y vestirse poco y nos retiramos a nuestros lujosos aposentos para encarar el día siguiente que sabíamos (y así fue) que sería muuy intenso….
(CONTINUARÁ…)
[Texto: Estela Cebrián][Fotografías: Estela Cebrián + Raül De Tena]