Si en Invernalia tuvieran equipos de sonido y por los pasillos del castillo de los Stark sonara música y no el retumbar del acero contra las paredes, fijo que tendrían de hilo musical el primer disco de Niki and the Dove, «Instinct» (Universal, 2012) . No cuesta mucho imaginarse los tambores alocados de «Dj Ease My Mind» sonando a los pies del Muro, alegrándole las mañanas a los huargos y a la Guardia de la Noche (que buena falta les hace)…
Niki and the Dove son Malin Dahlströmel y Gustaf Karlöf’, y suya es la tanda de pop de este año que vino del frío. Porque, ¡oh!, sorpresa, Malin y Gustaf vienen de la granada Suecia, tierra de precioso poso musical y muy pop y nación de origen de todos aquellos (o por lo menos de unos cuantos) en los que se miran para facturar sus gemas musicales: en Niki and the Dove hay mucho de la épica gélida y tenebrosa de The Knife y de Fever Ray (ambos proyectos de la misteriosa Karin Dreijer); también tiene mucho de la sensibilidad preciosista de Lykke Li; tiene un algo de la vitalidad mística de su vecina Oh Land! y, mirando más allá del océano que les separa, sin duda se han escuchado mucho el segundo disco de Bat For Lashes y, como ellos, celebran el folklore y el misticismo que les rodea. Si en el caso de las de Natasha Khan, estas lo hacían con el calor sofocante del Gran Cañón, en este caso lo hacen para pelear contra el frío que congela las mentes. De todos cogen un poquito de aquí y otro poco de allí y se montan su propia fiesta de pop nórdico para raves esquimales con pocas pretensiones. Señalados por el glorioso dedo de la lista de la BBC Sound of 2012, Malin y Gustaf se desmarcan con un disco que suena muy a lo que ellos quieren, que no esconde referencias ni homenajes a compatriotas o vecinos y que no quiere ser mucho más que un bonito álbum de pop… Y lo que les ha salido es tan refrescante como comerse Fisherman´s Friend después de haberse lavado los dientes.
Ya apuntaban maneras con el primer EP que publicaron, «The Drummer» (Sub Pop, 2011), al que le seguiría «The Fox» (Sub Pop, 2011): la canción que daba título al primero (incluida en este disco y, sin duda, uno de sus highlights) era un bombazo de tremenda onda expansiva construida a base de latigazos sintéticos de esos que te crujen la espina dorsal en cuanto suben por los auriculares o bajan por el estómago. En «Mother Protect» (también incluida en el disco) levantaban el pie del acelerador y demostraba que también eran capaces de firmar eficientes medios-tiempos, nada de baladas empalagosas, sino curiosas tonadillas con cierto regustillo ambient y algo de producción catedralicia. No suelen caer canciones tan simples y tan efectivas, pero su engranaje de eufórico pop es practicamente perfecto. Como en «Dj Ease My Mind» (el single perfecto que todo grupo aspiracional desearía tener en sus set-lists) y como en esa «Tomorrow» que sutilmente recuerda a la otra gran islandesa que también está mucho en espíritu en estas canciones (sí, claro, me refiero a Björk): es la banda sonora perfecta para escuchar al borde de una pendiente, al filo de lo imposible. En algún momento se atreven a salir de la estepa helada que se han empeñado en dibujar, lo hacen en «In Your Eyes» y en «Last Night«, donde se ponen tiernos, ochentosos, a veces frívolos y se olvidan de los ecos y la teatralidad general. La cuestión es que funcionan como perfecto resorte e impass, como acercarse a la estufa, calentarse las manos y salir de nuevo a quitar la nieve de la puerta y enfrentarse a la oscuridad coralística de «The Gentle Roar» (con uno de los bombos más peligrosos del año) o «Under the Bridges«, tremebundo cierre de ocho minutos donde la locura sintética y el tribalismo se dan la mano en travelling y con panorámica, todo junto.
Si no fuera porque la primavera ya rompió el hielo hace semanas (o eso debería) podríamos decir que estamos ante el disco perfecto para disfrutar mientras dejamos de sentir el riego sanguíneo en los pies. Porque nadie dijo que el invierno tenía que ser tranquilo y había que pasarlo adormecido… Niki and the Dove nos invitan a salir a la calle y dejarnos mojar la nariz mientras los copos de nieve caen del cielo. Ahora no tiene mucho sentido, pero visualizad esta imagen cuando estemos en agosto a 30 grados a la sombra… y lo agradeceréis. Lo dicho: este disco, mejor que un Calippo.
[Estela Cebrián]