“1MD”, “Red Lights”, “Latin America”. La niebla es densa, y la noche, todavía más. Las siluetas de los edificios son imposibles de recortar con la vista. Avanzar cuesta mucho, aunque siento que el suelo está firme. Escucho una voz de fondo, como de ultratumba, pero no me provoca miedo. De hecho, incita a continuar hacia adelante por si repentinamente surge algún claro luminoso entre tanta espesura. Lo más extraño es que no hace frío: todo lo contrario, parece que la temperatura sube por momentos… ¿Será mi cuerpo? ¿O es que de verdad hace cada vez más calor en esta calle? Bueno, calle por decirlo de algún modo, porque ni siquiera la intuición me ayuda a adivinar por dónde me estoy moviendo realmente. Podría desviarme varios metros de la línea recta que sigo, para al menos tocar algún objeto que me aportara información (un coche, una pared, una puerta, ¡otra persona!), pero mejor no hacerlo porque no sé con qué me toparía ni dónde acabaría. También podría gritar, pero supongo que ya no son horas y no me atrevo a hacerlo: sería la señal perfecta para indicar mi situación y que cualquier desalmado o animalejo se abalanzase sobre mí.
“Stay Lit”, “Silva & Grimes”, “SHT MTN”, “Stilettos”. La gran cuestión por encima de todo es qué hago aquí… Y no, por mi sangre no corre ningún narcótico ni una gota de alcohol: esto no es el efecto secundario de sustancia alguna. ¿Y si cierro los ojos y los vuelvo a abrir? Una vez, nada. Dos, tampoco. Tres, más de lo mismo. Ya sé, golpearé los talones para lograr llegar de un salto a mi casa, como Dorothy cuando abandonó el mundo de Oz. Intento fallido. Ya me gustaría tener junto a mí un espantapájaros, un león humanoide o un hombre de hojalata para que me dijesen qué está pasando y me guiasen hacia una salida (aceptaría los de la versión de “The Wiz”, aunque el espantajo fuese un danzarín y púber Michael Jackson…) Tras recorrer varias manzanas, o eso creo, empiezo a notar una confusión mayor. Pero miedo, ni un gramo: me siento abierto a cualquier sorpresa, como si supiera que no me va a ocurrir nada malo. Al fin y al cabo, no sé cómo llegué aquí; con lo cual, que pase lo que tenga que pasar. Con todo el jaleo ni me paré a pensar si estoy andando en círculos: sólo me limité a poner un pie delante del otro, sin más. Otra solución para salir de este embrollo podría ser echar a correr. Pues venga, vamos allá. Rápido, más rápido, más rápido, rapidísimo…
“Lucky”, “P.I.G.S.” Lo conseguí, tropecé con algo… de bruces al suelo. ¿Qué era eso, el bordillo de una acera? Posiblemente, vaya caída. Me duele todo el cuerpo, como si me hubiese roto todos mis huesos. Menos mal que todavía respiro, buena señal. Tendré que intentar levantarme… Un momento, qué perro más curioso. Se acaba de tumbar a mi lado, y quiere acompañarme, como si yo fuese su dueño y él mi fiel guardián. Pero si yo no tengo perro… y no es que me gusten demasiado los animales, precisamente. Menudo ruido acabo de escuchar, parecido a un portazo. ¡Anda, mi hermana pequeña! Está jugando con algo… Mira qué mona, se fabricó un avión de papel y hace como que vuela sobre mi cara. Y lo lanza… ¡Allá va el avioncito! No me lo puedo creer, pedazo de sueño que acabo de tener. Si resultará que lo del síndrome Antonio Resines va a ser verdad… Mejor que me levante de la cama.
Esta es una de las miles de historias que logra transmitir el viaje que Holy Fuck desarrollan en “Latin” (Young Turks / PopStock!, 2010). Las habrá mejores y más curradas, pero el pensamiento automático que aflora canción tras canción funciona así: aquí y ahora. Eso es lo mejor de discos instrumentales como este, que permite pintar una cantidad infinita de imágenes para cada uno de sus pasajes. Y el adjetivo instrumental hay que entenderlo en el mejor sentido de la expresión, pues en este caso los de Toronto aúnan ambient, ruido domesticado, post-punk, el ritmo motorik propio del krautrock germano (de la vieja y nueva escuela), sentimiento pop y ramalazos techno sin que el pastiche chirríe. Elementos que formaron de la misma manera la estructura de su anterior (y alabado) álbum, “LP” (XL, 2007), y que en “Latin” multiplican por diez su efectividad, resultado y oscuridad, aunque sin llegar a crear una atmósfera extremadamente opresiva: la luz puede que no se aprecie a simple vista pero siempre está ahí latente. Quizás, lo único que debieron de hacer Holy Fuck con respecto a su anterior obra fue encajar la última pieza que necesitaban para rematar su puzzle sonoro y convertirlo en un gigantesco torrente sensorial. De eso se trata: dejar que su música se meta por todos los poros de la piel y que luego la química y la física actúen en nuestro cuerpo. El inicio, el desarrollo y el final de lo que suceda en ese momento depende sólo de cada de uno.