A día de hoy, o estás a favor o en contra de «Girls«. No puede haber término medio. Es más, no puede ser que ni hayas escuchado hablar de ella (no si pasas como mínimo una media de dos horas delante de la pantalla del ordenador haciendo algo más que bajarte torrents de porno o jugando a la ruleta). La serie de la HBO dirigida por Lena Dunham, la dotadísima benjamina de la cacareada factoría Apatow es, sin duda, la serie del año. Gustará más o menos, pero levanta auténticas pasiones (no siempre buenas, nunca tibias) y todo el mundo está hablando de ella. ¿Por qué será?
Para los consumidores masivos de porno que no lo sepan todavía, diremos que «Girls» va de cuatro veinteañeras -especialmente de una, Hannah, encarnada por la propia Dunham– que sobreviven en Manhattan. La gente, que está muy aburrida y a veces es muy poco original, en seguida vio la analogía con la otra serie de insulsas que pasaban sus días en la Gran Manzana, «Sex And The City«, cuando lo único que tienen en común es que las protagonistas son tías, que viven en Nueva York y que no hacen otra cosa más que follar, hablar de sexo y comer… También satisfacen algunas otras necesidades básicas, pero bien pocas. Hasta aquí las similitudes. Las petardas nostálgicas de Carrie Bradshaw & Cia no deberían de esperar encontrar su metadona en «Girls«, porque la nueva serie de la HBO (con su sexto capítulo ya emitido) es una buena hostia a todo lo que «SATC» había idealizado: los Manolos, el glamour, las fiestas, los polvos insustanciales, los novios, la menstruación en fuera de campo, el género femenino en sí mismo… «Girls» es el reverso tenebroso pero a lo bestia, o peor todavía, la evolución natural: si «SATC» apareció en el momento de bonanza económica y cuando las hipotecas ninja se escondían detrás del humo, «Girls» es un producto de la época de mierda esta en la que nos ha tocado vivir, vista desde el punto de vista de alguien que está de barro hasta las rodillas. Con sus hirientes líneas, sus situaciones absurdas y sus personajes limítrofes, Lena Dunham no ofende ni al género femenino ni al masculino (como se ha dicho en muchísimos medios, blogs, etc): se ríe de ellos mientras espera que detrás de la pantalla nosotros compartamos el chiste. Todos los personajes de la serie están demasiado llevados al límite como para ser tomados en serio (aunque un vistazo por encima a una temporada de «Mujeres Ricas» te puede dejar en una seria duda sobre si está exagerada la estupidez en la ficción o no). En «Girls» no hay piedad, ni para ellas (egoístas, ególatras, ingenuas y atontolinadas) ni para ellos (en su mayoría, todos gays armariados menos Adam (Adam Driver), que es un capullo con todas las letras). Sí que llama la atención tanta bilis saliendo de las teclas de una persona tan joven (Lena tiene 25 años), pero no es así cuando pensamos en alguien que ha crecido con el concepto de la prima de riesgo bastante asumido (supongo) y para la que el paraíso artificial que nos vendían en «Beverly Hills 90210» se percibe en tonos sepia, igual que nosotros una imagen de Woodstock.
El otro sanbenito que se le ha colgado a la serie es el de considerarla como una serie «generacional». Habría que preguntarse hasta qué punto la Dunham buscaba esto (aunque en entrevistas diga que no), cuando pone en boca de su personaje que el libro que está escribiendo está llamado a convertirla en «la voz de una generación» (o por lo menos de la suya). Aunque también es cierto que se lo dice a sus padres cuando estos le comunican que se le ha acabado el chollo y dejan de pasarle dinero. Hannah lo hace en un requiebro de chantaje filial y emocional que sí que es algo bastante generacional, sí. Sin embargo, es cierto que el retablo que se pinta en «Girls» es muy de esta época: los cuatro personajes principales –Hannah, Marnie (Allison Williams), Shoshanna (Zosia Mamet) y Jessa (Jemima Kirke)- son de edad y condición (no) económica similar (hay que tener en cuenta que al principio de la serie sólo Marnie, la compañera de piso de Hannah, tiene un trabajo remunerado); las cuatro comparten entorno, perspectivas vitales (o más bien, ausencia de ellas) y adversidades. Hilando más fino, las cuatro son post-adolescentes con carrera que no han trabajado nunca y que sólo pueden soñar con tener un trabajo estable, sus aspiraciones laborales están por encima de la media y su estilo de vida muy por encima de sus posibilidades. Además las cuatro comparten, por un motivo o por otro, la imposibilidad de mantener relaciones emocionales duraderas y a la vez satisfactorias: Marnie tiene un novio encantador del que dice que es «como salir con su tío» y por el que, después de ocho años de relación, sólo siente aburrimiento puro; Hannah, sin embargo, está colgada hasta las cejas de Adam que es un imbécil integral que sólo la utiliza para tener sexo raro (y totalmente insatisfactorio para ella); Jessa es un putón que falta a su propia cita para abortar para irse a un bar y enrollarse con un tío; y Soshanna es virgen a sus veintidós años y su pequeña vida sentimental gira irremisblemente entorno a ello… Tal es el póker de ases de esta serie.
La mujer de veinte años nunca había sido mostrada así. Es decir, para una generación (nosotros) que crecimos con los ideales estéticos de Beverly Hills (y reconozcámoslo, incluso Andrea lo era), más guapos o más feos, todos atléticos, triunfadores y bien vestidos, y para otra (la que nos viene detrás) que se ha destetado con «Gossip Girl» (con todo su glamour vacuo elevado a la enésima potencia, un modo de vida realmente lujoso e inalcanzable para los comunes de los mortales y en la que hasta la más tirada acababa siendo diseñadora de moda), resulta chocante ver en pantalla a una Lena Dunham que no tiene problema en aparecer comiendo un muffin en una bañera o en mostrarse a ella misma en todo ese esplendor físico que, por desgracia, no estamos habituados a ver en pantalla: no está delgada, tiene tatuajes, celulitis y defectos (el mismo Adam le dice que «no está TAN gorda«, bravo colega). Incluso las dos que están más buenas, Marnie y Jessa, están lejos de ese canon estético anoréxico con el que crecimos. La personalidad de todos estos personajes, su forma de enfrentarse a los problemas y de encarar sus relaciones -no sólo de pareja, sino también de amistad y familiares- también está a años luz de la idealización del personaje femenino que vimos en, por ejemplo, por decir algo… erm …¿»Sex And The City«? y todas las comedias, digamos «femeninas» que recordamos.
Todos aquellos que tildan a esta serie de vacua, de superficial, de anti-feminista (que los ha habido) de no representar lo que se vende que representa, todos los que se han creído que, como Hannah, Lena quiere ser «la voz de una generación… o por lo menos de la suya«, no deberían de perder de vista que «Girls» no es nada más ni nada menos que una comedia, y que en seguida se ve que no quiere representar nada. Quizá sí presentarlo. No hay duda que, en la elección de los caracteres y comportamientos de los personajes, hay una intención detrás: son mezquinos, son caprichosos, son ineptos, son engreídos y no están capacitados para insertarse en una sociedad adulta que les empuja por la espalda… Puede que sí que sea verdad que representan a una generación entera. De cualquier forma, lo hace presentándolos de la manera más negativa posible, y haciéndolo Lena no se ríe «con nosotros» sino «de nosotros«, o más bien «de ellos«: de eso cachorros de una clase económica y social que presumen de ser «jóvenes y suficientemente preparados», que usan y abusan de un estilo de vida, que se niegan a aceptar un trabajo en un McDonald´s porque son universitarios y no es un trabajo a la altura de sus posibilidades, que miran por encima del hombro a los que consideran social o intelectualmente inferiores… y que viven en pisos de alquiler que pagan sus padres y son incapaces de mantenerse por sí solos. Gente que, al final, acaba resultando patética por el total desapego a la realidad que demuestra y porque encima les ha tocado vivir un momento realmente jodido para tenerse en tanta consideración a sí mismos. Lo bueno que tiene «Girls» es que es que no sientes lástima por estos personajes y su situación, empatizas con ellos y te sientes identificado de una forma positiva (siempre y cuando comulgues con el sentido del humor incisivo y bastante punkarra que tiene la serie), porque en el fondo no son más que perdedoras entrañables que se creyeron aquello de «nena, tú vales mucho» y se pensaron que por tener una carrera se iban a comer el mundo. ¿Te suena de algo?
[Estela Cebrián]