Con «Bloom» (Bella Union / Music as Usual, 2012), Beach House han alcanzado ese bello espacio creativo en el que el arte no sólo deviene herramienta de reproducción (de una escena, un paisaje, un ambiente, una emoción…), sino que se revela dulcemente como un arma de inmersión. De hecho, sería justo concretar que esto ya lo consiguieron en su anterior trabajo, pero que en el nuevo hacen de este arma algo más preciso y concreto. «Teen Dream» (Sub Pop, 2010) fue -y es- un fresco magnánimo capaz de inducir a la iluminación mística a través de su retrato costero, sus brisas playeras y su rumor de oleaje. Una atmósfera acuática que ha seguido coleando desde entonces (ahí quedan las propuestas de Caribou, Balam Acab y muchos otros) y que puede hacer pensar en los «13 Lakes» de James Benning, ese director especializado en piezas audiovisuales descriptivas (que no documentales) que buscan arraigar en el espectador un sentido del espacio concreto a través de larguísimos planos vaciados completamente de narratividad. En el caso de la mencionada «13 Lakes«, Benning se limita a poner su cámara ante trece lagos diferentes, sosteniéndoles la mirada para que, una vez expuestos ante el espectador, este se vea engullido por una prepuesta que cala hondo por conjugar a la vez concreción (del espacio, del tiempo, del lugar) y digresión (narrativa e incluso intelectual).
Concreción y degresión son, precisamente, los dos rasgos característicos de «Bloom«. Porque en este álbum, y sin necesidad de apartarse del medio líquido por excelencia, Beach House consiguen lo contrario que suelen buscar el resto de bandas: mientras que el común de los artistas suele empeñarse en dinamitar murallas para explorar nuevos terrenos creativos e incorporar aires frescos a su propuesta, Victoria Legrand y Alex Scally parecen más bien afanados en su pantagruélica tarea de orfebrería en la que construir paredes con agua. Paredes translúcidas que encierren estancias de un belleza abrumadora separadas unas de otras por un material dúctil, escurridizo y sólo controlable por la vía de una fuerza de voluntad y una pericia profesional extremas. «Teen Dream» era un álbum que funcionaba pletóricamente a nivel global, como un todo homogéneo en el que los temas no se sumaban como elementos diferentes y diferenciados, sino que se fundían en un todo homogéneo en el que las piezas copulaban de forma narcotizada unas con otras y donde no había límites, sino intersecciones… Por el contrario, «Bloom» ha desarrollado una capacidad mucho más pop de afilar y concretar cada una de esas piezas, de diferenciarlas, de marcar las fronteras como muros de agua a través de los que se pueden divisar el resto de piezas y, sobre todo, desde donde nunca pierdes el sentido del conjunto por mucho que seas más que consciente del patrón interno único e inequívoco de cada una de las canciones. De nuevo: concreción y digresión.
De hecho, y apurando las analogías, habría que decir que más que a playas o a lagos, las canciones de «Bloom» suenan a cascada. Y no sólo por esas guitarras en caída libre como una rúbrica gótica realizada por la gracia divina, entrelazando un extraño contacto entre el shoegaze y los guitarras acuáticas de los baladones rockabilly setenteros rozando lo tiki (¿resulta muy raro aludir a Richard Hawley en una crítica de Beach House?)… La comparación con las cascadas se revela especialmente acertada si atendemos a la estructura interna de cada una de las canciones del álbum: cada uno de los temas es una catarata que corre desde diferente altura, a diferente velocidad, en un páramo completamente diferente con más o menos rocas contra las que chocar, con más o menos arbustos en los que amortiguar la caída. La velocidad de las gotas de agua van desde la caída libre de saltos emocionales al vacío como «Wild» (con ese final apoteósico destinado a explorar la amplitud y el aguante de las aurículas y ventrículos de tu corazón) hasta chorreos a cámara lenta como el de «Lazuli» (donde la percusión adquiere un valor cadencial vibrante y atenuante a la vez), mientras que los entornos naturales por los que se deslizan los temas varían desde la exhuberancia selvática de la desarmante «Myth» (en la que cada gota de agua incide en una planta diferente en un concierto tan natural como imposible) hasta el acantilado de en forma de escalinata descendiente por el que transcurren las nostálgicas cadencias de «Troublemaker» (canción que debería ser considerada arma de destrucción masiva para cualquiera con más de una herida en alma). Y todo ello orquestado por la particularísima voz de Victoria Legrand, hechicera wikkana que utiliza sus magia blanca -blanquísima- para hacer que el agua corra más o menos deprisa, para escarbar los elementos con tal de que el líquido fluya a su antojo, tal y como ella quiere que fluyan.
Por mucho que se empeñen en hermanar «Teen Dream» y «Bloom«, en considerarlos continuistas (que también), es necesario dejar al descubierto sus más que evidentes diferencias. Porque está claro que ambos beben de las mismas fuentes y referencias (shoegaze, dreampop, liquid synth, Cocteau Twins versionados por Slowdive, Low producidos por Richard Hawley), pero lo interesante es que Beach House parecen advertirnos de las diferencias entre los dos trababjos ya desde ambs portadas: «Teen Dream» presentaba un patrón plano de zebra, mientras que lo de «Bloom» puede tomarse como las luces de un techo negro vistas en perspectiva. 2D vs 3D. De esta forma, Legrand y Scally no sólo han conseguido concretar sus composiciones trascendiendo la belleza de un disco global para conseguir que cada una de las piezas implosione dentro de ellas mismas. No sólo han salido victoriosos a la hora de conjugar concreción y digresión para separar sus canciones con muros de agua que conservan la privacidad sin sacrificar el conjunto. No sólo han pasado de las playas a las cascadas… Sino que, sobre todo, han conseguido pasar de las dos a las tres dimensiones sin necesidad de gafas aparatosas: su única herramienta es abrirte las orejas y, como Benning en sus «13 Lakes«, arraigar en quien escucha un dulce sentido del espacio emocional con una profundidad emocional que asusta… Bienvenidos a las «11 Cataratas Emocionales» de Beach House en su edición tridimensional.