Hay escritores que se pasan toda la vida buscando una voz literaria propia, definida y original: una voz que el lector sea capaz de reconocer de forma agradablemente inmediata. La mayor parte de estos aspirantes perecen en el intento… Aunque, por el contrario, también es de recibo aclarar que hay otros escritores que sí que consiguen encontrar su voz propia y acaban muriendo precisamente de anquilosamiento arterial: una vez delimitada la fórmula del éxito, parece que los cambios, las novedades y las renovaciones dan miedo. Mucho miedo. Por último, también existe una extraña estirpe de autores que no temen los cambios, las novedades ni las renovaciones, sino que más bien los abrazan como motores creativos que les impulsen hacia adelante de obra en obra. No es algo exclusivo de la literatura y, de hecho, en el campo cinematográfico estos son los rasgos que han acabado por definir a todo un conjunto de autores que han sabido descifrar con acierto la esquizofrenia de la postmodernidad narrativa a través del género (o, más bien, los géneros). Es el caso de realizadores como Michael Winterbottom, Steven Soderbergh o Danny Boyle. Y, en la parcela literaria, también es el caso de Milo J. Krmpotic’.
Hablo tan sólo habiendo leído su anterior «Las Tres Balas de Boris Bardín» (Caballo de Troya, 2010), pero resulta inevitable sorprenderse y rendirse ante el cambio de registro de Krmpotic’ al enfrentarse a su nueva novela, «Historia De Una Gárgola» (publicada por Seix Barral dentro de su colección Biblioteca Furtiva). Su anterior manuscrito provocaba una dulce extrañeza: al sopesar la fluidez e incluso el juguetón uso de la lengua y la forma sublime en la que allá se plasmaban ambientes y talantes recalcitrantemente argentinos, era inevitable pensar que la nacionalidad de su pluma debía ser genuinamente sudamericana. Por eso, un apellido como el de Milo no acababa de casar con todo lo dicho, y mucho menos cuando además acabas descubriendo que Krmpotic’ es barcelonés de pura cepa. Con semejante antecedente en la cabeza, aterrizar en «Historia De Una Gárgola» es una experiencia chocante: si esperas de nuevo una renovación vanguardista del género negro en clave argentina, el tortazo es sublime cuando te topas con una prosa de un clasicismo lírico y poético que más bien parece surgido del siglo XVIII.
Gran parte de culpa de esta localización ancestral la tienen las referencias inevitables al sopesar la historia de Balial, personaje que supura un sex appeal brutal (o más bien bestial) a la vez que una nostalgia lírica por un tiempo que fue y que nunca más será (un tiempo real, sí, pero también un tiempo literario). Siendo Balial una gárgola es imprescindible pensar en Poe, Lovecraft y toda la cohorte de escritores goticosos afectados de negrura en su alma y en sus pensamientos. Y, es más, siendo Balial una gárgola que en la novela flota a través del tiempo y el espacio pero que acaba marcando París como la parada más importante de su viaje, es inevitable que las referencias vuelen inmediatamente hacia Victor Hugo debido a su capacidad para desplegar el paisaje parisino ante el lector con una pericia apasionada y apasionante. Krmpotic’ absorve las voces de ambos bloques referenciales para construir una novela con sabor a cuento tradicional (a aquellos que no extirpaban el lado oscuro de las historias), con un uso del lenguaje que los más cortos de miras contemplarán como anacrónico sin entender que de ahí brota la genialidad de la propuesta y con una trama donde la eterna lucha entre el bien y el mal trasciende la idiotizante claridad de líneas con la que se la ha abordado en el género moderno más masivo para buscar algo más. Para buscar los grises sabiendo que las cosas nunca son blancas o negras. Para buscar la fuente primigenia de esta nostalgia que muchos sentimos por una literatura que, en nuestros tiempo de chick lit, pomposidad historicista, best sellers y fast read, ya sólo se encuentra en los clásicos.
Por todo ello, «Historia De Una Gárgola» se acaba leyendo con la voracidad de ese pasaje en el que Balial simple y llanamente se sienta en una caverna donde las emociones puras son bolas fantasmagóricas que puede consumir, que puede devorar con avidez. Allá, el tiempo se escurre hasta perder su significado y su omnipresencia. Incluso su omnipotencia. Y es que allá, como en «Historia De Una Gárgola«, es imposible hacer otra cosa que dejarse llevar cuando lo que tienes al alcance de tu mano (y de tu boca y de tus ojos) son emociones puras.
[Raül De Tena]