«Canino» es una comedia familiar. Pero no una comedia familiar à la Hollywood, sino más bien tirando a la despiadada mirada de un Buñuel que concilia el surrealismo puro y duro con esa comedia que busca la sonrisa para congelarla a continuación. Aquí hay un nucleo familiar que decide vivir a espaldas del mundo, tal y como ocurría (según apunta sabiamente Nuria Vidal) en «El castillo de la Pureza» (1973), de Arturo Ripstein. Es esta la historia de una familia que vive en su propia fortaleza inexpugnable, rodeada de altos setos y puertas innecesarias porque los que están dentro, simple y llanamente, no quieren salir. Funcionan bajo unas reglas propias que distancian al espectador cada vez que en una situación familiar normal y corriente se filtra un halo de desquiciado surrealismo que, sin embargo, es entendido con la mayor de las normalidades.
«Canino» es una disertación sobre la educación. Todo lo anormal es entendido como normal precisamente porque nunca se ha comparado con otras opciones: el aislacionismo aniquila la posibilidad de comparación y, por lo tanto, las reglas válidas son las que siempre han existido. Da igual lo que piense el espectador: lo que vale es lo que se vive dentro de las paredes de la casa familiar. Para los hijos, una «vagina» es una «lámpara grande». Y punto. Lo interesante es que no todo se reduce a una cuestión de lenguaje: Giorgos Lanthimos consigue que las risas iniciales del espectador se pierdan en el vacío cuando esas reglas subversivas provocan situaciones de violencia seca y enajenada. Dicen que los humanos nos diferenciamos de los animales en la capacidad de empatizar con el dolor ajeno; así que, ¿qué pasaría si una educación que nunca ha lidiado con la violencia se ve salpicada de sangre? Que esa sangre será entendida sin dramatismos. Terrible.
«Canino» es una reflexión socio-política. Y lo fácil sería pensar, dada la procedencia griega de Lanthimos, en Costa-Gavras. Pero no: el acercamiento del director a la situación socio-política actual, a este espejismos de democracia en el que la versión oficial puede encubrir menos flexibilidad que una dictadura, se realiza por la vía de lo liviano: no es este un film que quede enredado en sus propias especulaciones, sino más bien una ficción pura y dura que siembra las preguntas en la cabeza del espectador con la esperanza de que, a posteriori, florezcan de forma inquietante. No es difícil establecer paralelismos entre nuestra actualidad y esa forma de enfocar la educación como un arma de adocenamiento absoluto: el paso del micro-cosmos ficticio presentado por Lanthimos hacia el macro-cosmos socio-político actual es algo que surge naturalmente en cualqueir espectador con un mínimo de inquietudes… Pero esto es algo que queda fuera de los propios límites de la ficción impresa en el celuloide. Ahí está la belleza de la propuesta.
Al fin y al cabo, «Canino» es una película falsamente simple que puede ser degustada como una comedia familiar pero que atesora en su interior, a forma de bomba de relojería con mecanismo de retardo, una reflexión socio-política (no tan compleja pero tremendamente efectiva) sobre la educación. Lanthimos rueda sin miedo a la luz y los espacios abiertos, a los días pletóricos y el césped refrescante… Lo oscuro llega por la vía de la psique, por las situaciones inquietantes que se filtran en la trama como truenos en el horizonte hasta que es demasiado tarde y te ha pillado el chaparrón. La trama se disecciona con una claridad cristalina, articulando diferentes niveles de lectura que funcionan a forma de epidermis: la superficia oculta una segunda piel que huele a podrido pero que es imposible intuir a primer vistazo.