Ocurrió un dos de febrero, hace algo más de un año. Un comunicado sacudió la blogesfera musical mundial: un escueto texto en el que una de las parejas más exitosas del rock de los últimos años ponía fin a una tremenda trayectoria, tan intensa y espectacular como lo son la mayor parte de sus canciones. The White Stripes siempre han sido una de las bandas más mimadas en ámbitos anglosajones, sobr etodo desde que presentaran aquella maravilla de tercer disco que fue «White Blood Cells» (V2, 2001), un trabajo en el que los hermanos (dejando bromas de parentesco a un lado) parece que dieron con la que sería su estética en el resto de años de su carrera, marcada por el blanco y el rojo, las interpretaciones casi teatrales y un gusto que fue evolucionando hacia las raíces étnicas del pueblo americano, todo ello siempre aderezado de una facilidad abrumadora a la hora de crear auténticos himnos. Vinieron después otros tres discos con los que acabaron alcanzando una popularidad inusitada en el resto del mundo, en parte por el pelotazo «Seven Nation Army«, en parte por el alto nivel que fueron capaces de ofrecer en, por ejemplo, «Get Behind Me Satan» (V2, 2005).
La cabeza pensante de todos estos años de éxitos fue Jack White, un tío que, debido a su capacidad para estar en continuo acto creativo y dar salida a multitud de proyectos, se las apañó durante estos últimos años no sólo para componer para su banda principal sino también para crear otras agrupaciones que recibieron críticas más que positivas, pues ninguno de sus seguidores podría negar el haber disfrutado con The Dead Weather o, en el caso del que escribe, con The Raconteurs junto a Brendan Benson. Es por ello que, cuando se conoció que ‘la banda dejaría de grabar y de interpretar música bajo el nombre The White Stripes’, nadie que conociera mínimamente la carrera de nuestro personaje dudó que seguiríamos viéndonos recompensados con la música del genio de Detroit. Y, en efecto, poco aguantó en silencio Jack, porque apenas catorce meses después nos encontramos, más allá de diversas BSO, con el primer trabajo en solitario de su carrera: un «Blunderbuss» que, a grandes rasgos, viene a condensar en trece cortes gran parte de las ideas desarrolladas por el músico en sus distintos proyectos, por difícil que parezca. Y es que resulta sencillo establecer similitudes entre lo aquí propuesto y mucho de lo que habíamos escuchado hasta ahora de White. Ahí está la inicial «Missing Pieces«, con ese órgano que ya tenemos escuchado en multitud de ocasiones; o «Sixteen Saltines«, que podría ser (salvando las distancias) la versión 2.0 de la bestial «Blue Orchid«. Pero hay más: está el primer single, una «Love Interruption» que perfectamente podría haber acompañado en «Get Behind Me Satan» a un mediotiempo como «Forever for Her (is Over for Me)«; la bluesera «I’m Shaking«, muy cerca de «Icky Thump» o «Weep Themselves to Sleep» y que, por el protagonismo que adquiere el piano, podría haber sido grabada bajo The Raconteurs.
«Blunderbuss» viene a representar el punto de partida de una renacida carrera para Jack White. Un trabajo en el que ha sido capaz de incluir componentes de todos los palos que había tocado hasta ahora, como si quisiera tener un punto de referencia desde el cual volver a empezar. Porque conociendo como se las gasta nuestro protagonista, lo lógico es pensar que en próximas entregas comenzará, una vez más, a dar rienda suelta a nuevas inquietudes. Y si es capaz de transmitir como ha venido haciendo hasta ahora, a buen seguro que seguirá dando alegrías a sus fans… Porque ha vuelto a quedar demostrado que el talento es algo inherente a este músico.