Nos estamos quedando sin crooners. Y eso no puede ser. Porque el crooner no es solo un emblema de un tipo de música intimista que con los años se está pasando -desgraciadamente- de moda. Los crooners simbolizan una manera de entender y profesar la música, un savoir faire que no debería perderse jamás. Una preocupación permanente no solo por el fondo sino por la forma: cuidar unas maneras, trabajarse un personaje, preocuparse por mantener un look. Vive la elegance. Porque no nos engañemos: mola que los tios nos abran la puerta, que nos pidan el vino y que paguen la cuenta. Se puede ser elegante sin ser queco. Se puede ser antiguo sin parecer retrógado. Hay que mantener la chispa del flirteo, el misterio de la seducción, la elegancia de lo velado. Como me decía mi prima: hay que insinuar sin enseñar (aunque ella siempre enseñaba mucho). Jeremy Jay mola porque podría ser el último de los crooners (aunque esto suene a peli de Steven Spielberg). El es el tipo de veintipocos que todavía se rige por las reglas old school, el que se fija en los grandes y con el tiempo los superará… si la elegancia sigue de moda para entonces, claro. Con los tiempos que corren, no las tengo todas conmigo.
Jeremy -que nació en la localidad de Chula Vista, California, ¿isn´t it cool?- es descrito por su label como una mezcla entre Buddy Holly, Peter Pan y las pelis de John Hughes; y realmente dan en el pleno. Porque sus canciones tienen un regustillo a esos tracks tan fifties que firmaba Holly. Porque con esa pinta de alma encandilada de sí misma bien podría estar buscando permanentemente su propio Neverland y porque sus canciones están todas marcadas por el romanticismo teenager, con sus luces y sus sombras, con su ingenuidad y su ironía. Pero Jay no es sólo romanticismo old school, de ese que se degusta con ponche y un prom dress una noche de junio. El tío, además de ser un genio componiendo manojillos de canciones que bailan entre el lo-fi y el homenaje vintage, es todo un workaholic y un talento innato. Su primer disco llegó hace un par de años, «A Place Where We Could Go» (K., 2008), y desde entonces se ha propuesto regalarnos un album cada año y no ha parado de girar. El cielo lo toca en este 2010 porque viene con la promesa de un doblete: el 24 de este mes se edita «Splash» (K. / Nuevos Medios, 2010) y a finales de año «Dream Diary«. Y todo sin despeinarse. En serio. Miren las fotos y alucinen. Su anterior entrega, «Slow Dance» (K Records, 2009), era un delicioso compendio de odas al amor con la vista puesta en los bailes de fin de curso y los amores adolescentes. «Splash» sigue centrándose en el amor pero con un transfondo más melancólico, con una forma más rock, con la mirada puesta en los sesenta, una década que fascina a este enamorado de Anna Karina y fanático de la Nouvelle Vague, y los 90, pues dice que en los últimos años le flipan Pavement y Siouxsie Sioux.
Dice Jay que este disco lo escribió durante una larga estancia en Londres, y todos sus temas (con una duración que no alcanza los treinta minutos) están marcado por la nostalgia de vivir en la carretera (no es coincidencia que también sea fan de Kerouac) y echar de menos el hogar, las personas cercanas y tus propias raíces. Con todo, «Splash» se zambulle en todos los rincones posibles del pop de cámara de los últimos años, con guiños a los grandes iconos del género: Bowie, Morrissey, Gary Numan (esa voz grave, tan lastimosa pero sexy) e incluso Jarvis Cocker y Brett Anderson… Todo con un peculiar toque ensoñador, llevado a cabo muy teatralmente, con ciertos toques de drama y de cabaret (por algo Jay es un crooner) y con una producción limpia y simple. «As You Look Over the City«, «It Happened Before Our Time» o «Why is This Feeling so Strong?» demuestran la genialidad del californiano para firmar baladas electrificadas de letras sencillas pero efectivas. Pero en «Splash» también hay lugar para el pop enérgico (todo lo enérgico que se pueda esperar de este muchacho): ahí está «Just Dial My Number«, un hit que bien podrían haberlo firmado Saint Etienne años ha. O «Splash«, un hermosísimo homenaje a los Suede originarios -incluso a los de «Coming Up«, qué narices – una revisitación formal de «The Asphalt World«… Ah, qué jóvenes éramos y lo que molaban…
Con todo, «Splash» es un disco que no provoca cardiopatías pero que tampoco decepciona. Es clásico, retro, elegante, contenido y muy classy. Muy en la línea de lo ya entregado anteriormente. Jeremy Jay no será el tío que nos sorprenda con un disco conceptual o con un viraje raro o no coherente. El tiene su estilo, vive en su mundo, lo ve a su manera y con sus canciones nos invita a que lo veamos así, como él, en sepia, con la ropa de los domingos y cierto olor a lavanda.