Los Planetas. Sólo con mencionar su nombre saltan chispas en el ágora musical alternativo: los odias o los amas. Sin embargo, ya es hora de abrir una tercera vía, aquella intermedia que empezamos a seguir muchos en el momento en que J se empeñó en meter a sus compañeros de andanzas en el mundo que los rodeaba: el flamenco, de Granada y de toda Andalucía. Así que a Florent, Eric (todo un sabio de la tradición musical del sur de España) y Banin no les quedó más remedio que introducirse en su locura. Ya lo dijo Eric: “A J se le apareció Enrique Morente en un sueño y le marcó el camino a seguir”. Fuese verdad o mentira, ninguno de ellos se iba a bajar del carro. Claro que nada de esto hubiera sucedido si sus raíces no fueran las que son. Tiene su aquél nacer en el barrio de Albaicín o a la sombra de la Alhambra (sin que suene a topicazo chusco: para un gallego como yo, suena hasta exótico), y debe de ser inevitable escapar de lo que conlleva el gentilicio granadino (para lo bueno y para lo malo). Allí hablan de la mala follá granaína para referirse al carácter especial de la gente de esas tierras y a veces la relacionan con su estado anímico. En ese sentido, aluden a la luna llena para explicar alteraciones de espíritu o enfados temporales. Quizás J haya nacido una de esas noches en las que la luna tiene mala follá, por eso la mayoría de sus letras son dardos envenenados o retratos personales llenos de rabia y melancolía. Su vida azarosa tampoco ayudó a que se quitase todos sus pesos de encima. Por ello, en el fondo, lo que podía contar hace quince años (fuesen o no pasajes de su propia experiencia) no difiere mucho de lo que cuenta a día de hoy…
Lo que más rabia da a sus seguidores incorruptibles es que ahora la música de Los Planetas se relacione más de lo debido con el cante jondo y los palos flamencos. Estilos, para una gran parte de ellos, trasnochados y propios de folclóricas despechadas de tiempos de posguerra, guitarristas virtuosos a la vez que insoportables o bailarinas de tablaos cutres: el típico reduccionismo humano que ayuda a (mal)interpretar el mundo. Por esa regla de tres, todos los fans de Sonic Youth deberían renegar de los neoyorquinos por cumplir su deseo de que Enrique Morente actuase con ellos en más de una ocasión: otro ejemplo que desmonta la teoría que sostienen muchos acerca de que la unión de rock y flamenco se resume en juntar castañuelas con guitarras eléctricas (otra vez el reduccionismo…)
Morente. Ya apareció por aquí un par de veces. No es casualidad: de su cabeza salió la obra considerada culpable de todo este jaleo, “Omega” (El Europeo / Discos Probéticos, 1996). Junto a Lagartija Nick (con Eric a la batería) y otros artistas, el cantaor granadino aprovechó su homenaje particular a García Lorca y a Leonard Cohen para alcanzar una de sus cumbres artísticas, y de paso, dar un vuelco a la relación del flamenco con otros estilos musicales. Ningún loco, ni él mismo, se atrevería a intentar repetir tal hazaña, pero los motivos para iniciar una revolución silenciosa ya estaban expuestos. Sólo faltaba que alguien los recuperase… y eso fue lo que hizo J diez años después para su causa planetaria.
Año 2007. Sale a la luz “La Leyenda Del Espacio” (RCA / Sony BMG, 2007) y, lógicamente, lo que llamaba la atención a simple vista era el paralelismo con el título de otro disco histórico dentro del género: “La Leyenda Del Tiempo” (PolyGram, 1979), de Camarón. Las cosas no ocurren por casualidad. Tras el traspié que había supuesto “Contra La Ley De La Gravedad” (RCA / Sony BMG, 2004), el grupo tenía ante sí el reto (o la obligación) de replantearse el siguiente paso. Ese momento debió de ser el de la supuesta revelación onírica de Morente a J, que empezó a ver las cosas del modo tradicional, el de sus raíces. Y la jugada le salió redonda: en forma de disco inesperado, rebosante de ideas y preparado para provocar más de un seísmo. No se sabe si premeditadamente buscado, pero fue lo que consiguieron Los Planetas.
Año 2010. Llegamos a la continuación (y quién sabe si culminación) de todo ese esfuerzo y obsesión. Tirando no sólo de composiciones propias, sino también ajenas (como en el caso de «La Leyenda del Espacio» y el EP previo “Cuatro Palos”; Octubre / Sony, 2009), lo que en un principio se iba a llamar “Una Obra De Moros” o “El Libro Del Universo”, se quedó en una “Una Ópera Egipcia” (Sony BMG, 2010), que en la cultura andalusí viene a denominar todo aquello grandioso e insuperable. Quizá ese título podría haber quedado mejor encabezando el anterior álbum, pero repito: las cosas no ocurren por casualidad. El nexo de unión entre uno y otro disco empezaría con la instrumental “La Llave De Oro” (Morente iba a poner su voz sobre ella, pero por diversas causas no fue posible), que abre con contundencia la puerta que da al altar donde se aloja un velón de dolor y amargura que hace inclinar la frente hacia el suelo. La siguiente, “Una Corona De Estrellas”, recuerda a Los Planetas de siempre, pero con ropajes bordados con flores de fantasía sobre telas pajizas. Una gema pop a cuya letra luminosa es fácil que cada persona le ponga cara y nombre (“puedes pedirme lo que tú quieras, que te mereces una corona de estrellas”). Cara y nombre también lleva “Soy Un Pobre Granaíno”: quién no deseó alguna vez tener rosas entre sus manos pero al final acabó cortando limones redondos para luego tirarlos al agua hasta ponerla dorada. Entonces, si no pueden ser rosas, habrá que conformarse con que sean camelias blancas (la resignación de “Siete Faroles” lo deja bien claro). Como en toda fábula morisca, todo gira alrededor de la mujer deseada. En este caso, es Ana Fernández-Villaverde, La Bien Querida, la que canta sus cuitas. Y de paso confirma que las voces femeninas encajan de maravilla en las composiciones de J: primero, en “No Sé Cómo Te Atreves” (que supera a la clásica “Y Además Es Imposible”, con la intervención de Irantzu Valencia, de La Buena Vida), un duelo chico-chica a degüello que poco tiene que ver con las peleas pimpinelescas que se empeñan en airear por ahí al hablar de este tema; y posteriormente, en “La Veleta”, con una sorprendente base electrónica firmada por Banin ante la ausencia de Eric y sus baquetas durante la grabación del corte.
Esta parte se podría considerar la más clara y nítida (y a su vez, la más accesible). La siguiente se torna más oscura, y gira sobre la rueda de “Romance De Juan De Osuna” (o cómo atizar el “Hallogallo” de Neu! con los quejidos nocturnos de los maestros Quintero, León y Quiroga). La apesadumbrada “Señora De Las Alturas” eleva los lamentos al cielo y ayuda a cruzar los caminos más agrestes y salvajes (“Atravesando Los Montes”) para por fin tocar con los dedos a “La Virgen De La Soledad”, una deidad que lentamente abandona los campos de aceituna para perderse en galaxias infinitas. Ni las plegarias de “La Pastora Divina”, interpretadas por el propio Morente (al igual que en “Tendrá Que Haber Un Camino”, de “La Leyenda Del Espacio”), conseguirían traerla de vuelta. Por eso J prefiere dejarse llevar por los mismos efluvios cósmicos para comprobar si sobre la faz de la Tierra hay algún lugar donde acercarse a ella o, al menos, encontrar un ser semejante (pero humano) con el que poder redimirse de una vez por todas (“Los Poetas”). Esto ya no se puede llamar simplemente alegato meridional: esto es todo un arrebato. Que este fuego vaya siempre a mi vera y no me abandone nunca.
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