Willis Earl Beal va a tener que luchar contra su propia leyenda. Y va a ser una guerra dura, de fondo. Porque, básicamente, su leyenda es simple y llanamente inmensa. La cuestión es que incluso antes de escuchar cualquier tema de Willis, su historia ya te ha cautivado. Cuenta la leyenda que este chico intentó ingresar en la marina americana pero que fue rechazado debido a causas médicas. El rechazo provocó que Earl Beal se mudara desde su Chicago natal hasta el desierto de New Mexico, donde intentó enterrar su depresión galopante bajo la arena del lugar y, sobre todo, bajo las toneladas de canciones que se le escapaban de la punta de sus dedos y de las cuerdas de su garganta con una verborrea y una hiperactividad sorprendentes. Dice él mismo que llegó a acumular más de 300 temas que sólo han podido ir escuchando los afortunados que se iban encontrando los CDRs que el artista dejaba en diferentes partes de la ciudad esperando que alguien los encontrara por casualidad y los escuchara. A esto hay que sumar que, cuando no estaba sembrando CDs en las faldas de la serendipia, lo que repartía eran flyers en los que, acompañando a su mail y teléfono reales, se podía leer “Write to me and I will make you a drawing. Call me and I will sing you a song” (“Escríbeme y te haré un dibujo. Llámame y te cantaré una canción“). La suerte estaba echada… y le llevó directamente hacia las oficinas de XL, sello que no tardó en ficharlo y en anunciar su debut: «Acousmatic Sorcery» ( XL / PopStock!, 2012). Todo eso en cuestión de tres meses.
Habrá quien piense que todo ha sido precipitado, pero basta escuchar cualquiera de los temas de «Acousmatic Sorcery» para entender que esto está en las antípodas de los movimientos habituales de las discográficas. Es decir: me flipa tu maqueta, te pillo, te endilgo un productor de cojones, sobreproduzco las canciones que me molaban, sumamos otras cuatro y ya tenemos disco de debut. No. El sonido de Willis Earl Beal es algo totalmente diferente: un ejercicio de introspección cruda como es cruda la carne que cuesta masticar. Aquí no hay arreglos millonarios, básicamente porque no hay arreglos. Se intuye que desde XL han querido mantener la magia que supone toparte por vez primera con temas como los dulces «Monotony» o la preciosa «Evening Kiss» (la más accesible para la sensibilidad «indie») y conservar esa imagen poderosa evocada por el sonido lo-fi imperante: la imagen del artista en su habitación, grabando con cualquier instrumento que pilla (incluso algunos improvisados o encontrados en mal estado en mercadillos) y haciendo de su voz una prioridad cálida y altamente expresiva. Esta capacidad primitiva y evocativa, no lo duda nadie, se mantiene intacta en este «Acousmatic Sorcery» que suena con tantas capas de polvo encima como si accediéramos directamente a las placas originales compiladas por Harry Smith.
Pero la mencionada crudeza también puede suponer un problema. El primer contacto con «Evening Kiss» (que fue el single de adelanto) hacía pensar inmediatamente en las primeras cintas de Sam Beam en las que el sonido de Iron and Wine aparecía dulcemente escamoteado por el rollo lo-fi de las cintas de casette. Pero la verdad es que, lejos de los folkismos sosegados, otros temas de «Acousmatic Sorcery» hacen pensar en otras referencias que van desde las visiones postmodernas de folk como destilación de un soul sureño pantanoso (el espejismo de la voz de William Elliott Whitmore en temas como «Take me Away» no se reduce al parecido en la voz de ambos) hasta otras propuestas de blues más descarnado y regado de Jack Daniels (en contacto directo con ese Jandek que el mismo Willis menciona repetidamente como influencia directa y que aparece como un fantasma en blanco y negro en cortes como «Swing on Low«) e incluso hasta fronteras extrañas donde los géneros más esqueléticos se ven saqueados por piratas de actitud punk y espíritu circense (la mención de Tom Waits se hace necesaria cuando se sopesan canciones como «Cosmic Queries«). Y, claro, si seguimos con las referencias crudas, imposible pasar por alto la influencia del hechicero que consiguió electrificar el folk: una referencia omnipresente desde la mismísima portada (¿no es Dylan el que aparece en el cuadro sobre las dos figuras?) hasta la mención directa en «Ghost Robot«.
Grandes referencias y grandes intenciones: sonar crudo con crudas influencias. El único problema es que, sopesado en conjunto, «Acousmatic Sorcery» suena más a demo para conquistar a una discográfica que a disco con cara y ojos. La mayor parte de los temas dan la sensación de haber quedado a medico cocer… Y puede que ese sea el mouds operandi de Willis Earl Beal: aproximarse a la música como las escaramuzas rápidas y briosas de una guerra de guerrillas, componiendo en ráfagas que no son revisadas posteriormente. Una metodología que permite acceder a una versión primitiva del artista en cuestión, pero que, a la vez, deja con la sensación de que esto sólo es una potencia que las mencionadas referencias ya han llevado a su extremo. Si esto es sólo una carta de presentación a desarrollar en futuros lanzamientos, es algo que está por ver. Porque, no hay que olvidarlo, Willis Earl Beal va a tener que luchar contra su propia leyenda. Y, por ahora, su leyenda sigue siendo más fascinante que sus canciones.