Un disco: “Night Drive” (Italians Do It Better, 2007). Una canción: “Tick Of The Clock”. Y una película: “Drive” (Nicolas Winding Refn, 2011). He aquí las tres claves fundamentales de la trayectoria de Chromatics, que empezó a variar radicalmente hace cinco años cuando su cabecilla, Johnny Jewel, decidió pasar del ruidoso post-punk arty que practicaba el grupo desde sus inicios (en los albores del siglo XXI) al synth-pop noctívago, urbano y taciturno de reminiscencias ochenteras que tan bien encajaba en el sello en el que se había involucrado de lleno el músico de Portland: Italians Do It Better, fundado por Mike Simonetti y centrado en la difusión del pop electrónico sofisticado y del italo-disco de nueva hornada. Ese cambio de dirección en su estética sería decisivo para el desarrollo y crecimiento de los mismos Chromatics (alteraciones en su alineación aparte), influenciados a la vez por los experimentos sonoros que Jewel estaba practicando desde tiempo atrás en otro de sus conocidos proyectos, Glass Candy. De su cabeza, obsesionada con los sonidos electrónicos italianos de finales de los 70 y principios de los 80, los sintetizadores, las cajas de ritmos analógicas y los vocoders, saldría “Night Drive”: el álbum bisagra de Chromatics que no pasaría de ser un ejercicio de estilo impecable si no fuera por la importancia que adquiriría a posteriori.
Sólo con observar detenidamente el título del citado disco es posible hacerse una idea de por dónde van los tiros: conducción nocturna, dar una vuelta en automóvil de noche… Es decir: el punto partida de la ambientación de “Drive”, esa cinta que provocó que muchos se pusieran al volante de su coche (aunque no fuese un Chevrolet Chevelle del 73) creyendo ser el mismísimo héroe anónimo Ryan Gosling vestido con los correspondientes mitones y la obligatoria chaqueta con escorpión bordado en la espalda. ¿Mera casualidad? Sí, ya que entre la obra sonora y la fílmica existe casi un lustro de separación… A no ser que su director, el danés Nicolas Winding Refn, confiese ahora que hay toda una leyenda verdadera detrás y que se inspiró en el LP de Chromatics para construir la magnética atmósfera de la historia adaptada por el guionista Hossein Amini. Inevitablemente, resulta sencillo relacionar todos los elementos, sobre todo por la carga simbólica que adquirió la banda sonora del largometraje, en la que sobresalían, entre otros pasajes destacables, los cortes “Tick Of The Clock” de Chromatics (perteneciente a, justamente, “Night Drive”) y “Under Your Spell” de Desire (el tercer combo de Jewel, formado junto a su compañero cromático Nat Walker). El resto del score venía firmado por Cliff Martinez, aunque bien podría haber sido rubricado por Symmetry, alias de… Johnny Jewel. Su reciente disco, “Themes For An Imaginary Film” (Italians Do It Better, 2011), recreaba a la perfección la nocturnidad melancólica sintética de “Drive” y, aunque se desmintió oficialmente, daba la sensación de que iba a ser el tracklist escogido para musicar la película.
Como si algún ente imaginario quisiese estirar las comentadas conexiones hasta rozar la paranoia, el esperado, dilatado y deseado nuevo álbum de Chromatics, “Kill For Love” (Italians Do It Better, 2012), no escapa del efecto “Drive”. Voluntaria o involuntariamente, Jewel, Walker, Adam Miller y la atractiva Ruth Radelet continúan inmersos en un escenario por el que deambulan conductores y paseantes solitarios que reflexionan sobre sus pensamientos más íntimos entre cubos de basura desparramados, escaparates vacíos, la luz de las farolas y el brillo de los neones de una gran ciudad cualquiera. Eso sí, esta similitud decorativa (que atraerá a los fans del film) no se debe tachar de oportunista, ya que coincide con el carácter sensible y trasnochador que la banda de Portland imprimió a sus composiciones a mediados de la década pasada. Ese mismo halo que aplicó a sus particulares versiones de títulos y nombres clásicos (como “Running Up That Hill” de Kate Bush), aquí representados por Neil Young y su “Hey Hey My My (Into The Black)” acortado en su simple “Into The Black”, que se recibe con frialdad al comienzo pero que toma cuerpo cuando se va relacionando su aura crepuscular con el resto del repertorio. Este corte funciona como una adecuada introducción al álbum (aunque contraste con la efusividad à la M83 de la homónima “Kill For Love”), ya que conecta con el poso oscuro, tanto en fondo como en forma, de “Back From The Grave” (entre post-apocalíptica y fantasmal) y el after-punk de “The Page”, “These Streets Will Never Look The Same” y “At Your Door” (en las que la sombra de The xx es alargada).
Por otra parte, el electro-pop sugerente tan del gusto de Johnny Jewel sigue ocupando un lugar destacado en el ideario de Chromatics, a pesar de que en “Kill For Love” se elimina el rastro llamativo del carmín y el maquillaje: en “Lady” y “Candy”, la voz de Ruth Radelet conserva todo su poder de seducción aun vistiendo gasas negras, no las transparentes de, por ejemplo, Elizabeth Harper (Class Actress). Esta misma elegancia es la que envuelve los pasajes en los que se combina el neoclasicismo pianístico (que se torna protagónico) con los arreglos de teclado y la base rítmica, como “Running From The Sun” (donde el uso del auto-tune hace decaer su fragilidad inicial), “Birds Of Paradise” y “The River”, que dan paso a un tramo final en el que la emotividad a flor de piel se multiplica elevando el cariz tierno del LP. Así, entre monólogos de sintetizador, “A Matter Of Time” fluye según las pulsaciones del latido del corazón; “There’s A Light Out On The Horizon” atraviesa la última frontera terrestre para convertirse en polvo cósmico abrillantado por Jean Michel Jarre; y “No Escape” cierra el círculo abierto por “Into The Black” y pone el broche de oro, extenso, delicado, profundo y susurrante a “Kill For Love”.
Este epílogo parece que comienza a sonar (suspendido en el tiempo y en el espacio) tras desvanecerse el impacto de una explosión atómica ficticia, como si anticipase la llegada de un blanco invierno nuclear que no tiene por qué ser necesariamente físico… sino alegórico, invisible, que se dispersa por el interior del ser humano afligido por la crudeza de la vida en cualquier gran urbe (del presente o de un futuro no muy lejano), en la que las farolas y los neones que durante la noche dan aliento y ocultan la depresión anímica, cuando se apagan durante el día, permiten observar los escaparates vacíos y los cubos de basura desparramados… En medio de esa desolación, las almas más puras y atormentadas sólo buscan paz, consuelo y amor. Un amor por el cual, incluso, matarían.