El auge de las películas (pre y post) apocalípticas y catastróficas, sumado a las noticias diarias cada vez más espeluznantes (esto suena muy Piqueras), hace pensar a uno que el Fin está cerca. Agoreros de todo tipo vienen anunciándolo año sí, año no, alegando cualquier tipo de excusa: desde el calendario Maya al cambio climático pasando por aquel hito noventero del “efecto 2000”. Tantas veces se ha repetido que ya no nos lo creemos… O casi. Jeff Nichols, jovenzuelo poco conocido en nuestro país pero con un fabuloso film de debut («Shortgun Stories«), elabora un film catastrofista más metafísico, más íntimo (en la estela de «The Road«) que nos plantea la duda de si creer o no las alucinaciones proféticas de Curtis LaForche (Michael Shannon), un obrero de la rural Ohio casado con su bella y devota esposa Sam (Jessica Chastain) y padre de una niña sorda a la que adora.
Curtis empieza a tener pesadillas que se convierten en alucinaciones, donde la acción siempre empieza con el estallido de una tormenta. Sucesivamente, aparecerán en sus sueños seres cercanos o sombras fugitivas desconocidas, ambas con malvadas intenciones. Cuando los sueños y las visiones de una gran tormenta se vuelven más intensas, Curtis se pregunta si, como su madre, estará sufriendo algún tipo de trastorno psicótico o bien se encuentra en la antesala de un brote esquizofrénico. Mientras tanto, ante los incrédulos ojos de su mujer y amigos, se obsesionará hasta el punto de hipotecar su vivienda y la salud de su hija en la construcción de un refugio contra tornados en su mismo jardín. A medida que los ataques y las alucinaciones aumentan, el refugio se convertirá en la única manera de controlar su miedo; cuando, en realidad, será más bien una inmersión hacia lo profundo de sus terrores. Un espacio de reclusión al que la luz de la verdad parece no llegar.
En la piel de Curtis, Michael Shannon logra transmitir el descenso sin frenos, literal y metafórico, hacia lo que parece ser una locura incipiente con una interpretación cargada de matices y momentos eléctricos de gran tensión y dramatismo. «Una terrible tormenta está apunto de llegar«, repite, fuera de sí delante de todo el pueblo, como una Cassandra contemporánea. Nadie le cree y nadie parece poder ayudarlo; excepto Sam, que se fuerza en comprender e interpretar lo que le está sucediendo a su marido. ¿Está realmente enloqueciendo como su madre o se trata de un padre sobreprotector, un amante de su familia?
A caballo entre el terror psicológico y una película de aires “terrencemalicknescos”, con escenas de cielo tormentoso, vuelo caótico y desorientado de los pájaros, lluvia en los campos y otras escenas cotidianas del día a día de una familia trabajadora en Ohio, Nichols retrata la ira y la angustia que generan señales que son malinterpretadas por los otros y por uno mismo. Enlazando con la introducción sobre el Apocalipsis se nos plantea la pregunta de cómo encauzamos la ira, el miedo y la tendencia hacia la autodestrucción de nuestra civilización: ¿qué lectura hacer de todos los datos catastrofistas, las noticias de guerra, caos, destrucción, etc.? ¿Cómo interpretarlos? ¿Es la poética de la humanidad? ¿Las civilizaciones tienen sus ciclos? ¿O todo va a pegar un pepinazo que aquí paz y después gloria? Y, si lo decimos en voz alta, ¿es que somos unos paranoicos y estamos overreacting un poquín?
Curtis interpreta estas señales (sus sueños de la mortífera tormenta que acabará con todo) como locura que le llevará a la enconada oscuridad de su refugio, donde quizás, allí, bajo tierra, no se vea atacado por sus pesadillas. Así nos preguntamos, en una de las secuencias más angustiosas de la película, si saldrá a la luz, si emergerá de su encierro… “Take Shelter” nos plantea muchas preguntas en uno de los finales que me temo será de los más discutidos de la temporada. Pero hasta aquí puedo leer.
[Déborah Camañes]