Hacemos un repaso a 50 años de música en Portugal desde los años 80 hasta el presente… Y, ojo, ¡que aquí tienes un buen puñado de playlists para escucharlo T.O.D.O!
“Grândola, vila morena / Terra da fraternidade / O povo é quem mais ordena / Dentro de ti, ó cidade! / Dentro de ti, ó cidade / O povo é quem mais ordena / Terra da fraternidade / Grândola, vila morena! / Em cada esquina um amigo / Em cada rosto igualdade”.
A las 00:25 del 25 de abril de 1974, se escuchó en Rádio Renascença “Grândola, Vila Morena”, canción compuesta por José ‘Zeca’ Afonso y prohibida en Portugal por la administración del dictador António de Oliveira Salazar al ser tachada de subversiva. Esta era la segunda señal radiofónica que indicaba al ejército sublevado que debía ocupar lugares estratégicos a lo largo del territorio.
El primer aviso para que las tropas estuviesen preparadas y sincronizasen los relojes, dado a las 22:55 a través de Rádio Emissores Asociados de Lisboa, también tenía forma de canción: “E Depois do Adeus”. Era una composición de Paulo de Carvalho, quien había representado unos días atrás a Portugal en el festival de Eurovision, quedando en última posición.
Se iniciaba así, mediante dos símbolos sonoros que acabarían pasando a la posteridad, la Revolución de Los Claveles en Portugal, el golpe que condujo al desmoronamiento del denominado Estado Novo, el régimen totalitario que dominó con puño de hierro el país vecino durante 41 años (sin contar el período previo en el que ya había comenzado la dictadura militar). El clavel que la camarera Celeste Caeiro dio a un soldado, el cual colocó en su cañón y cuyo gesto se repetiría entre sus compañeros por toda la capital lusa, se convirtió en el emblema de aquel levantamiento que otorgó la libertad a todo un pueblo con la intención de no derramar una gota de sangre, aunque la música había sido fundamental para que se iniciase de una manera coordinada.
Durante los años anteriores, en paralelo a lo que sucedía en España con respecto a la dictadura franquista, habían circulado muchas canciones que, de una manera más o menos velada, anhelaban el fin de los tiempos oscuros en Portugal y la llegada de un cambio en el que reinara la democracia. Se trataba de la canción de intervención o, desde la perspectiva española, canción protesta y de denuncia política que sirvió de altavoz de una sociedad sometida y, cuando ya se advertía su debilidad, presagió la caída del Estado Novo.
Después del 25 de abril de 1974 y una vez aprobada la Constitución portuguesa en 1976, tras pasar por un fase convulsa llamada Proceso Revolucionario en Curso en el que se vivieron varios intentos de golpes de estado, la disolución de las colonias lusas en África y un amago de guerra civil, la estabilización de la situación en Portugal permitió que el país resurgiese de las cenizas dictatoriales y empezase a disfrutar de un período de ebullición cultural que tuvo en la música una de sus fuentes más fructíferas. La excitación que produjo desprenderse de las cadenas del pasado se transformó en la energía que puso patas arriba la escena pop-rock portuguesa, aunque sin borrar el legado del omnipresente fado, de las tradiciones sonoras locales o de los artistas clásicos. Iba a comenzar así una nueva era.
Años 80: Novo rock portugués
En Portugal no fue necesario que emergiera una ola que posteriormente se revelara artificial como ocurrió con La Movida en España para que el gremio musical se diese cuenta de que se encontraba en una época muy diferente y sin limitaciones. Al otro lado de la frontera tampoco recurrieron a ningún tipo de discurso impostado, simplemente se dejaron llevar de una forma natural por figuras que, sobre todo desde Lisboa y Porto, lideraron la corriente que se bautizaría como Novo Rock Portugués. Oficialmente, esta etiqueta empezó a tomar forma con la publicación de dos composiciones consideradas fundacionales: “Chico Fininho” de Rui Veloso & Banda Sonora y “Cavalos de Corrida” de UHF, editadas ambas en 1980.
El nexo que unía a estos grupos era la discográfica Valentim de Carvalho. Nacida a principios de siglo XX como tienda de instrumentos musicales, posteriormente evolucionó a sello que no solo funcionaba como tal, sino también como un hogar en el que las relaciones establecidas con los artistas que contrataba y la labor desarrollada en sus estudios de grabación marcaron el devenir de la música popular portuguesa interpretada, además, en el idioma propio.
Gracias a este caldo de cultivo, se produjo un boom que impulsó a otras bandas que tendrían conexión con Valentim de Carvalho y también originarias de las áreas de Porto y Lisboa, respectivamente: GNR, quienes jugaban en su nombre con el concepto de nuevo rock de su país (Grupo Novo Rock, cuyas iniciales coincidían con las de la Guardia Nacional Republicana) y Xutos & Pontapés.
Otras formaciones seguirían la estela de las anteriormente mencionadas, caso de Táxi, que alcanzarían una de las cumbres de su carrera como teloneros de The Clash en Cascais en 1981, aunque fuera de la órbita de Valentim de Carvalho. Sin embargo, teniendo en cuenta que la discográfica se había convertido en aquella época en la pieza fundamental que movía el engranaje del novo rock portugués, fue en su seno donde se alumbró el mayor fenómeno de la música de Portugal en democracia y cuyo mito se mantiene intacto en la actualidad: António Variações.
Si hubiera que compararlo con una referencia española para entender -en parte- su esencia y su modus operandi, sería Tino Casal, con el que existían paralelismos por su visión artística, atrevida estética, espíritu vanguardista e incluso por su trágico fallecimiento, también ocurrido antes de tiempo.
Pero António Variações -nacido como António Joaquim Rodrigues Ribeiro en una aldea de Amares, localidad perteneciente a Braga- se distinguía por un estilo pop más contenido, no tan rimbombante ni barroco, y que enseñaba sus raíces tradicionales. De hecho, como devoto de Amália Rodrigues, Variações persiguió durante su trayectoria respetar su legado a través de un discurso innovador y rompedor que sacudió los cimientos de la cultura popular portuguesa alimentado por su aprendizaje en Amsterdam, Nueva York o Lisboa, donde se instaló para consolidarse como artista.
Y eso era António Variações, un artista total que se inspiraba en sus tribulaciones amorosas -y se enfrentó a los pesados prejuicios existentes sobre su homosexualidad-, en sus emociones, en sus ambiciones, en su familia -sobre todo su madre, Deolinda de Jesús– y en el costumbrismo portugués. A todo ello dedicó canciones que enseguida conquistaron las emisoras de radio y al público en general durante la breve -de 1982 a 1984- pero intensa etapa -recogida en el biopic “Variações” (João Maia, 2019)- en la que vivió tal como expresaba en sus composiciones: siempre inquieto, inconformista y con la idea de dar el siguiente paso.
António Variações sigue siendo considerado un icono único e irrepetible que transformó la cara de Portugal hasta darle un renovado significado a su identidad, anclada por fin en el presente y dirigida hacia el futuro. Su trabajo fue tan fructífero que, aparte de sus singles y discos publicados, se quedaron guardadas varias cintas con temas y esbozos inéditos que se reelaboraron como forma de salvaguardar su herencia musical.
De esa tarea se ocuparon la banda Humanos en 2004 y, quince años antes, Léna d’Agua, una de las escasas figuras femeninas dentro de un negocio eminentemente masculino. Después de ser componente de grupos como Beatnicks -fue la primera mujer en liderar una banda pop-rock en Portugal- y Salada de Frutas, mientras lidiaba con la etiqueta de sex symbol y la sombra de su padre -el afamado futbolista del Benfica José Águas-, decidió emprender un camino propio acompaña de Atlântida o a titulo individual. Así se ganó el respeto, a pesar de su azarosa vida, con incursiones en géneros tan alejados entre sí como el jazz y el rock.
A mediados de los 80, emergería un grupo que alcanzaría una relevancia y un prestigio internacionales sin parangón -con la excepción de Amália Rodrigues– en Portugal: Madredeus, creadores de un estilo interpretado con la voz de Teresa Salgueiro que aunaba fado, música culta y otros sonidos del mundo que se propagó por medio planeta e incluso llegó a ser número uno en las listas españolas.
Paralelamente, pero en un extremo opuesto, surgiría otra banda con mujer al frente: Xana, vocalista de Rádio Macau. Con su sencillo “O Anzol” -un clásico en el que resuenan ecos de “Just Like Heaven” de The Cure– y el álbum en el que está incluido, “O Elevador da Glória” (EMI, 1987), la banda de Sintra empezó a dar forma al espacio que unos cuanto años más tarde desembocaría en la escena independiente lusa que progresaría poco a poco a lo largo de la década de los 90.
Años 90: El gran salto
En España siempre se ha afirmado que su verdadera entrada en la modernidad tuvo lugar durante el mágico 1992, cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo Universal de Sevilla. Siguiendo esta línea, se podría decir que la Expo Mundial de Lisboa en 1998 logró un impacto de dimensiones similares tanto para la capital lusa como para el país en general, que pasaba por una etapa de estabilidad socioeconómica desde su acceso a la CEE en 1986, acontecimiento que habían aprovechado los mencionados GNR para componer su single de debut, “Portugal na CEE”, cinco años antes. Volviendo a 1998, un grupo de Leiria tomaría el testigo de sus antecesores para situarse al frente de la música portuguesa: Silence 4.
En su alienación se encontraba David Fonseca (actual santo y seña del pop portugués gracias a la prolija carrera individual desarrollada posteriormente), quien, junto a Sofia Lisboa, encabezaba una banda que obtuvo uno de los grandes éxitos de la industria musical lusa de una manera instantánea gracias a su estreno en largo, “Silence Becomes It” (Polygram, 1998), que superaría las 200.000 copias vendidas. Al contrario de lo que solía suceder hasta aquel momento, Silence 4 triunfaron cantando la mayoría de sus canciones en inglés, entre las que se encontraban “Borrow”, un clásico del pop contemporáneo portugués que no ha perdido su frescura original.
Aunque el nombre de Silence 4 ya había empezado a expandirse a través de Portugal previamente impulsado por una versión de “A Little Respect” de Erasure aparecida en la recopilación “Sons de Todas as Cores” (Hugana, 1997) y pinchada con frecuencia en Antena 3 Rádio. Esta emisora, integrada en ente público de la RTP (Radio y Televisión de Portugal), se propuso a partir de su inauguración en 1994 promover la música portuguesa, especialmente, desde un ámbito alternativo. Mediante su apoyo, muchos de grupos y artistas locales encontraban el hueco del que no disponían en otras estaciones, con lo que Antena 3 actuó como altavoz de una nueva generación que buscaba rejuvenecer el panorama musical recurriendo a diversos estilos y géneros.
Uno de los miembros de esa nueva ola y que también habían aportado un tema al recopilatorio “Sons de Todas as Cores” era Ornatos Violeta, que volvieron a darle a su natal Porto el protagonismo musical. Con solo dos discos en su haber, la banda liderada por Manel Cruz se situó como pionera al traspasar las barreras de la escena independiente hacia una audiencia más amplia. Su ópera prima, “Cão!” (Polygram, 1997), sentó las bases para la evolución del grupo del rock con pulso funk según marcaba la moda noventera imperante a un rock más maduro que lució en todo su esplendor en “O Monstro Precisa de Amigos” (Polydor, 1999), el álbum clave en la transición del siglo XX al 21 en Portugal y uno de los más importantes de la historia de la música lusa tanto para la crítica especializada como para el público.
El fenómeno protagonizado por Ornatos Violeta demostró que en la escena alternativa lusa había suficiente sustrato para que florecieran otros valores en múltiples direcciones. Uno de los grandes apoyos para que ese deseo se hiciese realidad fueron los festivales de música al aire libre que fueron germinando a lo largo de Portugal durante los 90. El espejo en el que mirarse había nacido en 1965 y se había establecido a partir de 1971: Vilar de Mouros, el decano de la península Ibérica que hizo de faro guía para otros certámenes que vinieron posteriormente.
En 1993 arrancaría el Paredes de Coura, que ha ido ampliando el espacio para bandas locales con el paso del tiempo. Después, sucesivamente los años simpares y en dirección al sur, el Marés Vivas de Vilanova de Gaia, el Super Bock Super Rock de Lisboa y el Sudoeste de Zambujeira do Mar (área del Alentejo) aumentaron la variedad de una agenda festivalera con un cada vez mayor carácter internacional pero que no renunciaba a promocionar el talento nativo.
Años 2000: La electrónica y el hip-hop marcan el ritmo
La llegada del siglo 21 trajo consigo una época de euforia que se culminó con la organización en Portugal de la Eurocopa de fútbol en 2004, un acontecimiento que reforzó la autoestima de la sociedad lusa a pesar de que su selección cayera en la final de manera sorprendente. Bajo ese ambiente favorable, continuó engordando el número de festivales de medianas y grandes dimensiones, caso del NOS Alive lisboeta, el Cool Jazz de Cascais o el Neopop de Viana do Castelo. Este último evento, definido por su especialización en música electrónica, reflejaba la tendencia que estaba adquiriendo protagonismo en la escena portuguesa.
La aparición del sello Discotexas en 2007 concretó ese impulso como plataforma para distribuir las creaciones de sus fundadores, los productores Moullinex y Xinobi, y de otros artistas que se basaban en los sonidos sintéticos y digitales. Ahí se incluyen nombres que fueron modelando la electrónica lusa hasta traspasar fronteras y llegar a una audiencia global como Da Chick, Best Youth o Mirror People, cabezas visibles de un roster que ha tocado y aún continúa tocando diferentes vertientes de la electrónica.
Una de esas ramas era el hip hop, que poco antes del cambio de siglo todavía estaba perfilando su propia identidad en Portugal. Buena parte de esa tarea habían empezado a realizarla desde mitad de los 90 Da Weasel, colectivo que amalgamaba punk, rap y metal de una forma que los aproximaba a Public Enemy. Aunque a esa analogía añadían una idiosincrasia que permitía que su estilo fuese lo suficientemente elástico para adaptarse a otros géneros, tal como hicieron hasta su desactivación en 2010 (fase que se prolongaría a 2019).
En paralelo, otra banda lograba consolidar las particularidades del hip hop portugués: Mind da Gap, con cuyos dos discos “Suspeitos do Costume” (NorteSul, 2002) y “Edição Ilimitada” (NorteSul, 2006) obtuvieron grandes cifras de ventas y alabanzas como líderes de la generación rapera en Portugal. Una condición que también recaería en determinados momentos sobre Sam The Kid, rapero de altas miras que más tarde se integraría en Orelha Negra, combo de hip hop instrumental. Y, ya encarando la recta final de la primera década de los 2000, irrumpieron como una exhalación Buraka Som Sistema, abanderados del orgullo angoleño en el continente y reyes del kuduro que dieron el pelotazo con la explosiva “Kalemba (Wegue Wegue)”.
En medio del imparable ascenso del hip hop y de la electrónica en Portugal, un grupo que ya llevaba unos cuantos años activo iba a vivir su época de vino y rosas. Fundados en Alcobaça, situada en la costa central del país, The Gift se propusieron experimentar con los moldes del pop combinando samples, sintetizadores e instrumentos orquestales hasta conformar un sonido que se balanceaba entre el trip-hop en boga durante los primeros años de su existencia, el synthpop y el downtempo con la voz de Sónia Tavares como santo y seña.
En 2001, con Howie B como productor, se erigieron con su tercer trabajo, “Film” (La Folie Recors, 2001), en la banda más cosmopolita de Portugal, no solo por sus planteamientos compositivos, sino también porque actuaron en Estados Unidos y diferentes puntos de Europa. Su trayectoria alcanzó tal solidez que, a lo largo de la década posterior, facturarían su gran hit, “Driving You Slow”; y lograrían multiplicar el impacto de su música gracias a “Explode” (La Folie Records, 2011).
A pesar del empuje de los artistas noveles, aquellos que ya lucían galones de veteranía no dejaron de reivindicarse al igual que los mentados The Gift. Entre ellos se encontraba Paulo Furtado, cuyo nombre de guerra, The Legendary Tigerman, no era gratuito: tras pasar por dos grupos determinantes dentro del rock and roll clásico portugués, Tédio Boys y Wraygunn, emprendió su aventura en solitario con el propósito de inflamar el blues rock local. Su fama se fundamentó inicialmente en su pericia sobre las tablas como one-man band al dominar guitarra, armónica y batería, aunque luego se prolongó ya acompañado por su actitud incorruptible y sus flamígeros directos.
Una virtud de la que podían presumir también Mão Morta, curtidos en mil batallas del rock avant-garde y del noise pesado desde los 80 y que se mantenían en plena forma; y Pedro Abrunhosa, que accedió al mercado mainstream a pesar de moverse como un verso suelto de la música pop portuguesa al mezclarla con jazz, funk o r&b.
Años 2010: Explosión indie
La Gran Recesión que estalló en 2008 sumió a Portugal en una oscura etapa protagonizada por la temida troika que la UE había enviado para controlar el gasto financiero de su gobierno. La tensión social era creciente y desembocó en una escena que todavía se recuerda: en 2013, un colectivo presente en la bancada de invitados del Parlamento portugués que protestaba contra la austeridad impuesta cantó a pleno pulmón “Grândola, Vila Morena”, rememorando el potente (y emocionante) significado simbólico del himno de Zeca Afonso.
Se suele afirmar que las crisis agudizan el ingenio y, en paralelo, la creatividad. Al mismo tiempo que Portugal intentaba sobrevivir económicamente, emergía una escena independiente que había despertado en mitad de la década anterior. Un ejemplo de esa progresión se encuentra en Lovers & Lollypops, discográfica que estimuló especialmente el rock alternativo estatal, abrillantando sus prismas psicodélicos, stoner, post y puramente indie y trasladando esta búsqueda de gemas dentro del ámbito underground al festival Milhões de Festa (celebrado en la ciudad de Barcelos), ya desaparecido.
De algún modo, su testigo fue recogido por el Bons Sons, situado en la aldea de Cem Soldos (Tomar), otra iniciativa tan selecta como bien cuidada que demuestra que otro concepto de evento musical al aire libre, alejado de la masificación y la homogeneización sonora, es posible.
Como si fuese un reflejo de lo sucedido durante los 90, Capitão Fausto tomaron el testigo de Silence 4 y Ornatos Violeta como la banda más significativa de la escena lusa dentro del terreno intermedio en el que confluyen el público generalista y el indie. La razón de su éxito se basa en su fórmula pop, a caballo entre el sentimiento típicamente portugués (unas veces difícil de describir y, otras, complicado de descifrar) y el espíritu anglosajón, resuelta satisfactoriamente tanto en disco como, sobre todo, en directo, donde el grupo lisboeta arrastra una fiel parroquia.
Otro ingrediente que distingue a Capitão Fausto es el carisma de su frontman, Tomás Wallenstein, que ha publicado recientemente su primer trabajo en solitario. Con todo, este lanzamiento no ha significado la ruptura del grupo, al contrario: en 2024 han editado su quinto LP, “Subida Infinita” (Cuca Monga / Sony Music, 2024), otra prueba de un proyecto en constante transformación.
Capitão Fausto eran solo la punta de un iceberg alternativo que, durante la pasada década, adquirió un tamaño de enormes proporciones en Portugal. En esa época, se consolidó una escena poblada por una variedad de nombres y estilos apabullante: el rock garagero de Bed Legs y el más melódico de Glockenwise; el post-rock de Linda Martini y Paus; el post-punk de X-Wife y Plastic People; el new wave Manuel Fúria e Os Náufragos; la canción de autor de Tiago Bettencourt y de autoras como Marinho o Joana Espadinha (avanzadilla de una ola femenina que no tardaría demasiado en brotar); el pop psicodélico de Cassette Pirata; y la electrónica de Conan Osíris, que representa con claridad el mestizaje musical que se produce de manera natural en Portugal.
La combinación de tradición anclada en el fado, beats futuristas y letras desprejuiciadas de Osíris alcanzó su punto culminante con “Telemóveis”, la canción que su país llevó a Eurovision en 2019 y que sorprendió a propios y extraños a pesar de que no pudo llegar a la final y acercarse al inesperado resultado obtenido dos años atrás en el certamen…
En 2017, Portugal había roto todos los pronósticos. Ni siquiera los eurofans más acérrimos podían imaginarse que Salvador Sobral (con la ayuda de su hermana Luísa como compositora) se llevaría el triunfo en Eurovision con “Amar Pelos Dois”, una dulce balada al piano que hizo añicos la teoría de que solo una canción dance, épica y ultracomercial tenía posibilidades de salir ganadora. Pero Salvador hizo historia para su país (por primera vez Portugal alcanzaba el primer puesto) y para la música lusa, que atrajo los focos de medio mundo.
Al mismo tiempo, el artista lisboeta se descubrió como un intérprete devoto del jazz y amante del flamenco al que no le importaba adentrarse en sonoridades en apariencias alejadas de su estilo como el bolero ya fuera a solas o con colaboradores de diverso pelaje procedentes de ambos lados de la frontera entre España y Portugal.
Años 2020: Una nueva revolución
La historia del pop, el rock, la electrónica, el folk y de muchos otros géneros adyacentes en Portugal se sigue escribiendo desde la óptica de la diversidad. Un hecho que se comprueba por la forma en que cada artista cultiva su sonido y se interconecta con diferentes colegas de gremio para compartir sus ideas. Basta con sintonizar -aunque resulte un gesto retro- determinadas emisoras del país vecino para darse cuenta de la amplia variedad que caracteriza el panorama musical luso -incluso mayor en ciertos aspectos que el del español- y a la que se le da el valor que merece. Allí se mezcla veteranía con juventud, sonidos populares con vanguardistas y lírica emocional con versos comprometidos.
A lo largo de último lustro, en Portugal se ha ido larvando una revuelta que recoge el simbolismo de aquel gesto de Celeste Caeiro al entregar un clavel a un soldado que bautizó toda una revolución antifascista hace 50 años. Sus protagonistas son mujeres de distintos orígenes, propuestas discordantes, personalidades dispares y métodos heterodoxos que han tomado las riendas, eliminado barreras y atravesado techos de cristal.
Una de sus caras más visibles e insignes es A garota não, alias de Cátia Mazari Oliveira, que se ha convertido en referencia dentro del ámbito artístico de Portugal por la manera en que inserta sus textos sobre cuestiones del calado de la violencia de género, la pobreza o la desigualdad en piezas con aura folk, aspecto pop y base electrónica.
Este esquema es similar al aplicado por Ana Lua Caiano, revelación de la temporada 2023-2024 que acude a las raíces sonoras portuguesas para tejer pequeños relatos tan reflexivos como bailables que tratan temas relacionados con la precariedad, la ansiedad e incluso la muerte.
La nueva generación de autoras musicales portuguesas destaca por su conciencia sobre los problemas actuales más acuciantes y por emitir sus mensajes con sentimiento poético, como la rapera Capicua, que se sirve de sus rimas para apoyar el feminismo y canalizar sus reflexiones políticas y sociales. Aunque esta nueva ola no solo trata de expresar sus preocupaciones y de actuar -voluntariamente o no- como faros morales, sino también de compartir su sensibilidad con delicadeza, como hace MONDAY; de recuperar la tradición del fado e introducirla en esquemas modernos, tarea en la que sobresalen Ana Moura o Lina; de reformular los postulados de la electrónica local, materia que manejan desde diferentes perspectivas Nídia o Surma; o de darle nuevos aires al pop comercial, caso de Cláudia Pascoal.
El avance de la música pop-rock en Portugal desde la instauración de la democracia con la Revolución de los Claveles dirigida por los Capitanes de Abril ha logrado hacer realidad -a pesar de que queda camino por recorrer- parte de los versos que cantaba Zeca Afonso en “Grândola, Vila Morena”: tierra de fraternidad y, en cada rostro, igualdad.