Esto es precisamente lo que va a pasarle a muchos espectadores: que aterrizarán en «Big Boys» por el rollo gay… pero se quedarán por lo demás. Especialmente, por cómo trata el duelo y la salud mental.
Tengo que reconocer que aterricé en «Big Boys» con una idea bastante sólida de lo que esperaba de la serie. Al fin y al cabo, se sumaron dos factores: por un lado, hacía unos meses que un amigo británico que suele recomendarme ficciones maricas me dijo que tenía que verla sí o sí; y, para más inri, la primera imagen que llegó hasta mí fue precisamente la que preside este artículo… La suma de ambos factores me hizo pensar «qué guay, chaval, un «Heartstopper» en la universidad». Pero mira, a la mierda con mi idea sólida.
Y es que, al fin y al cabo, «Big Boys» tiene más de coming-of-age marica que de rom-com marica… pero, a la vez, resulta que es mucho más que eso. Digámoslo de otra forma: lo marica está presente pero no define esta ficción en la que Jack Rooke narra sus propios años de Universidad. En los seis capítulos de la primera temporada (que ya puede verse debidamente en Filmin), las vivencias propias de este momento de impasse existencial se mezclan con otras dos vivencias más específicas: el duelo por la reciente muerte del padre del protagonista por culpa de un cáncer y su amistad con un chico que sufre depresión.
Así que tengo que admitir que, como ya se intuye en lo dicho hasta este punto, aterricé en «Big Boys» por el rollo gay… pero me quedé por todo lo demás. Sobre todo, por todo lo demás. Pero veamos ambas caras de esta moneda con el detenimiento que merecen.
El rollo gay de «Big Boys»
Empecemos por el principio: ¿quién es exactamente Jack Rooke y por qué debería interesante su experiencia en la universidad? Y es que, por mucho que estemos hablando de un comediante especialmente conocido en Gran Bretaña, su alcance en nuestro país es bastante limitado. Lo que es una absoluta pena si tenemos en cuenta que está especializado en los campos del humor y el documental desde un punto de vista en el que lo queer está presente, pero donde lo que verdaderamente pesa es la pérdida y el duelo. La muerte y todo lo extraño que conlleva cuando se observa desde la vida.
Esta pequeña perspectiva hace entender un poquito mejor esta «Big Boys» guionizada por el propio Rooke a partir de sus vivencias en la universidad y dirigida al completo por Jim Archer. Porque una cosa tiene que quedar clara: si todo ese movidón de la muerte no te dice nada y tú estás aquí por el rollo marica, no te preocupes, porque vas a tener barra libre de eso mismo en una de las ficciones que abordan el coming-of-age homosexual con mayor acierto y, sobre todo, con mayor verismo, honestidad y naturalidad.
Porque en la historia del pobre Jack, interpretado aquí por un Dylan Llewelyn de asombroso parecido con el Rooke real, vas a encontrar muchos espejos en los que verte reflejado… y ante los que soltar una buena carcajada al reconocer que toda esta movida de salir del cascarón marica tiene más de ridículo que de romántico. Ahí está una relación maravillosa con una madre por la que el protagonista siente devoción. Pero también un dificultoso outting que acaba resolviéndose de una forma particularmente emotiva. También están las dos familias del protagonista, sin que una merme peso ni importancia a la otra: la familia de sangre y la familia elegida.
Están las nuevas amistades, las mariliendres y los heteros aliados. Están las fiestas en antros gays y el necesario repaso a todas esas tribus que te vas encontrando dentro de la comunidad y que acabas conociendo a base de pasar por su cama. Está el temido sexo anal (y la tronchante ensoñación en cómo le pierdes el miedo). Están las drags y las fiestas y las borracheras… Todo esto viene comprimido en todos y cada uno de los seis episodios de la primera temporada de «Big Boys«.
Pero repito: por mucho que la serie brille por este rollo gay, al final resulta que lo gay es tan solo una parte de la existencia de Jack. Una parte que no lo define en su totalidad, sino que se integra de forma natural con el resto de partes. Porque, al final de todo, lo que verdaderamente hace única a esta ficción es otra cosa. Bueno, especialmente, dos cosas.
El duelo y la salud mental
Y es que lo primero que sobresale en «Big Boys» es precisamente un arranque del primer capítulo en el que Jack Rooke aborda la muerte de su padre y cómo este trauma hizo que él y su madre pasaran más de un año en el sofá, sobrellevando el duelo el uno gracias a la otra (y viceversa). A partir de ese momento, la omnipresencia del fallecido ausente sobrevuela la serie en todas las tesituras posibles: desde el drama inevitable hasta el cachondeo más sano en el que otros personajes le piden al protagonista que deje de intentar dar pena por «ser gay y haber perdido a mi padre«.
Jack vive esta pérdida como suele vivirse en la edad que le pilla a él: con drama, pero también intuyendo, descubriendo y finalmente aceptando que tienes todo un mundo y toda una vida por delante para vivir. El duelo de «Big Boys» que toca el corazón del espectador con mayor candidez es, por el contrario, el de uno de los personajes más enternecedores de la serie: la madre del protagonista. El suyo es un descorazonador retrato de cómo la pérdida y el duelo pesan más en la edad adulta de alguien que pensaba que tendría un compañero para toda la vida y, de repente, ya no lo tiene.
Mientras Jack arranca una nueva vida en la universidad, su madre Peggy (interpretada con ternura por Camille Coduri) encuentra más dificultades a la hora de salir adelante. Su cuñada y su suegra hacen piña con ella y la animan a que supere la pérdida incluso con alguna que otra terapia de shock (¡esa desternillante noche de speed-dating fallido!), pero lo cierto es que el contraste entre las diferentes velocidades en la sanación del duelo en el caso de madre e hijo rompe ligeramente el corazón. Por mucho que sepas que, tarde o temprano, Peggy saldrá adelante.
De quien no queda tan claro esto último es precisamente de Danny, al que da vida de forma delicada pero a la vez rotunda Jon Pointing. El suyo es, sin lugar a dudas, el personaje que acaba acaparando todos los focos por encima incluso de Jack. Y no es para menos, porque lo que inicialmente se revela como el prototipo de chaval heterosexual con ligeros toques de hooligan puramente británico pronto se revela como un ser humano con múltiples capas y pliegues a cada cual más interesante.
Porque Danny puede ser heterosexual, pero es su aceptación franca y sincera de la homosexualidad de Jack lo que hace que este lleve su apertura al mundo gay con muchísima mayor naturalidad. Danny es una de esas personas que consiguen que el mundo de aquellos que le rodean sea un lugar mejor en el que vivir… por mucho que no consiga lo mismo con él mismo. Lucha contra la depresión, tiene dificultad con una medicación que le provoca impotencia y lidia con una situación personal difícil (sin madre, con padre ausente y criado por una abuela que empieza a perder la cabeza por culpa de la senilidad y a la que tiene que internar con todo el dolor de su alma).
De esta forma, y contra todo pronóstico, al final resulta que «Big Boys» vuela muy alto como retrato del despertar gay, pero vuela más alto todavía como retrato de duelo y más altísimo todavía en su tratamiento de la salud mental en una época en la que todo el mundo tiene suficiente con lidiar con sus propias movidas mentales como para estar cor las movidas mentales de los demás. La serie no se anda con chiquitas a la hora de abordar la salud mental: no dramatiza en exceso a la búsqueda de la tragedia, pero tampoco se pone una venda en los ojos a la hora de mostrar el lado menos amable de una enfermedad como la de Jack.
¿Lo malo? Que la primera temporada deja muchas tramas en el aire. ¿Lo bueno? Que Filmin ya ha confirmado que la segunda temporada se estrena el próximo 28 de mayo. Esto es lo único que, con bien de lágrimas en los ojos tras terminar el último episodio, me ha proporcionado un poquito de alivio: saber que me queda un rato más con Jack, Danny, Peggy y los demás «Big Boys«. [Más información en la web de «Big Boys» en Filmin]