«Bette y Joan» dejó el listón muy alto, pero «Capote vs. The Swans» es sin lugar a dudas el mejor «Feud»… Y estas cuatro claves así lo prueban.
Hay algo sobre Ryan Murphy que me preocupa desde «Halston«, y así lo expresé en este artículo de la Rockdelux: «Toca muchos palos… pero los toca de forma superficial. La serie acaba embarrándose en una fascinación por la superficie, el sexo, las drogas, la fama, la fiesta, el cancaneo, los cuerpos bellos, el estatus social, las relaciones tormentosas, el triunfo y la autodestrucción. Y todo esto, explicado de forma esquemática y vaga, es precisamente el esqueleto de una imagen contra la que la comunidad gay lleva luchando desde hace varias décadas«.
Dicho de otra forma: Ryan parece haber puesto todo el empeño del mundo en mostrar la cara menos complaciente de la cultura maricona. Una cara que existe, obviamente, y que siempre ha existido. Una cara que hay que exhibir con orgullo como arma contra esa «normalización» que muchos creen que debería ser una «asimilación de la cultura heteronormativa». Aun así, el ahínco de Murphy a la hora de celebrar figuras como la de Halston o Jeffrey Dahmer, con las que resulta francamente difícil tener empatía (bueno, vale, con el diseñador es más fácil que con el asesino), viene a sumarse a su otro ahínco, el de festejar el hedonismo de cuerpos bellos y actitudes gaynormativas de, por ejemplo, «Hollywood«. Y ahí es donde nace la posible problemática.
«Feud: Bette y Joan» se emitió en el año 2017, un poco antes de que esta sombra de duda empezar a flotar sobre la superficie de la hiperactiva producción de Ryan Murphy. Sin embargo, y por suerte, la sería operaba lejos de la mencionada problemática y destacaba precisamente por ser una celebración de uno de los mayores signos de identidad de la cultura maricona: la obsesión por las divas bigger than life y, en consecuencia, de sus relaciones y amistades, pero también de sus feudos y rivalidades. El gusto por ese camp que tanto nos cuesta explicar a los heterobásicos pero que está trenzado en nuestro gaydar de forma natural.
Aun así, si por algo se ha visto definido Murphy en los últimos años, es precisamente por la despreocupación con la que se ha tomado algunas de sus cabeceras que, como «Feud«, «Monstruo» o «American Crime Story«, consagran cada temporada a una trama completamente diferente. Algunas parecen abandonadas cuando, ¡zas!, te cae una nueva temporada. De hecho, aunque todo parecía indicar que el éxito de «Feud» aseguraba una nueva ficción inminente en torno al año 2018, esa posibilidad se fue diluyendo y cayendo en el olvido… hasta que llegó «Feud: Capote vs. The Swans«.
De hecho, «Capote vs. The Swans» se ha estrenado finalmente en este año 2024 con una particularidad: está producida por Ryan Murphy, obviamente, pero el guion es de Jon Robin Baitz y la dirección recae ni más ni menos que sobre Gus Van Sant (a excepción de dos capítulos que se reparten Jennifer Lynch y Max Winkler). Este ha sido un detalle que ha vuelto a traer a mi mente la problemática mencionada más arriba precisamente porque, allá donde me parece que Murphy ha caído en la trampa de celebrar un cliché contra el que hace décadas que luchamos, resulta que Van Sant sale victorioso a la hora de mostrar la cultura maricona con todos sus pliegues. Con sus sombras. Pero sobre todo con sus luces.
«Feud: Capote vs. The Swans» aborda el mítico beef entre Truman Capote (fascinantemente mimetizado por el actor Tom Hollander) y lo que él mismo llamaba Los Cisnes: un grupo de mujeres de la alta sociedad de Nueva York con quienes mantuvo una intensa relación de amistad hasta que el escritor publicó «La Côte Basque«, un relato en el que retrataba el crepúsculo de estas diosas que tenía mucho de fin de una era. El relato era, a su vez, anticipo de la que debía ser la opera magna de Capote: «Plegarias Atendidas«, el retrato poco complaciente de una alta sociedad marcada por la endogamia, las envidias, la superficialidad, la hipocresía y el culto al dinero.
Capote puso a sus Cisnes en el punto de mira del mundo entero, dejando al descubierto una serie de vidas tristes obsesionadas con ocultar sus variadas disfuncionalidades bajo varias capas y más capas de maquillaje y de ampulosos gestos de grandeza. Los Cisnes estaban comandados por Babe Paley (impresionante Naomi Watts), esposa de William S. Paley, una figura determinante en el ascenso de CBS como gigante mediático. Aunque igual de importante eran Slim Keith (Diane Lane), que no era de alta cuna, pero que se abrió camino a golpe de matrimonios estratégicos. Y también CZ Guest (Chloë Sevigny), casada con con Winston Frederick Churchill Guest, primo del primer ministro británico; y Lee Radziwill (Calista Flockhart), hermana de Jackie Kennedy.
Y, aunque «Feud: Capote vs. The Swans» se basa en un beef igual de importante para la cultura marica que «Bette y Joan«, la forma en la que Gus Van Sant y Jon Robin Baitz despliegan el drama resulta mucho más elegante y elocuente en sus claroscuros. Sobre todo porque no se queda en la celebración de una pelea mítica, sino que usa esa pelea mítica para disertar en términos complejos y bellos sobre cuatro características intrínsecas de la cultura marica: la maternidad (como parte y todo de la familia), la comunidad, la amistad y la eterna lucha entre la mortalidad y la inmortalidad.
La maternidad… o algo parecido
Si «Capote vs. The Swans» hubiera sido una serie 100% Ryan Murphy, la figura de la madre de Truman hubiera sido mucho más cliché. Porque está claro que este es uno de los eternos clichés que penden sobre los homosexuales: la relación de amor dependiente y casi enfermizo con la madre. Y no hay nada que le guste más al bueno de Ryan que pillar un buen cliché y despacharse con él por la vía del camp.
Gus Van Sant, sin embargo, matiza este cliché como alpha y omega de los grandes males de Capote. Está claro que la madre de Truman, el Cisne Negro original, es el origen de la fascinación del escritor con las mujeres de la alta sociedad: Babe es, al fin y al cabo, todo lo que su madre siempre quiso ser pero no fue. Todo lo que era ridícula charada en la madre de Capote, es realización completa en los Cisnes. Y, en una relación directa de causa / efecto (o de transferencia freudiana), ganarse el amor de los Cisnes es para Truman una verdadera redención ante la sensación de no haberse ganado nunca el aprecio de su madre.
Este paralelismo entre la madre y los Cisnes se sublima de forma magistral en el capítulo del Black & White Ball, que Van Sant rueda en estricto (y decadente) blanco y negro… hasta la bellísima escena final a color, una ensoñación en la que Capote conversa e incluso danza con su madre. Pero esta madrísima acertadamente interpretada por Jessica Lange (porque Lange es, obviamente, MADRE de todos los gays) no es solo la fuente original del ansia de Truman por verse aceptado y celebrado en la alta sociedad, sino que también es la semilla original de la obra del propio escritor.
El último capítulo, un post-mortem que pone los pelos de punta por lo que tiene de baile de fantasmas, deja las cosas claras a este respecto. La imagen no es sutil: el espectro de la madre es quien no solo anima a Capote a beber para desengrasar los resortes de su proceso de escritura, sino que también es quien siembra en su cabeza las dudas sobre lo que está haciendo. Es la que la repite que no es suficientemente bueno en la escritura de la misma forma en la que, cuando era pequeño, le repetía que era demasiado amanerado.
En «Capote vs. The Swans«, la madre no es solo voz de conciencia y espectro que te acompaña a lo largo de tu vida para bailar contigo cuando toca celebrar tus logros… La madre es, también, un trauma que te paraliza, que mina tu confianza y que te impulsa a actitudes autodestructivas. Y esto es algo que seguro que resuena en cualquier ser humano, independientemente o no de su orientación sexual.
La (posibilidad de una) comunidad
Hay en «Feud: Capote vs. The Swans» una especie de oasis justo en el centro de la serie. Una bisagra en la que Gus Van Sant cede la dirección a Max Winkler para que este tome el momento posterior al impacto de la publicación de «La Côte Basque» y lo convierta en una reivindicación preciosa de una de las características más necesarias de la comunidad queer: su estructura en forma de eso mismo, una comunidad.
En el episodio «The Secret Inner Lives of Swans«, Truman recibe la visita ni más ni menos que de James Baldwin (interpretado por Chris Chalk). Capote está en sus horas más bajas, precisamente por el hecho de haber perdido esa red de amistad y afecto que todos necesitamos en nuestras vidas. Baldwin, como queda claro desde el principio, no es el mayor amigo de Truman: se consideran colegas, pero desde la distancia de dos peces bellísimos que no pueden compartir el mismo acuario porque acabarían despellejándose el uno al otro.
Baldwin acude a Capote para recordarle que, aunque no lo parezca, son una comunidad. Ellos dos y otros (escasos) escritores que mariposean en la vida cultural, social y pública exhibiendo el plumaje que los distingue como homosexuales. James quiere que Truman entienda que esta es su verdadera comunidad, una red real de personas que comparten contexto con él y que, por lo tanto, pueden ayudarle a salir del agujero en el que se ha metido por hacer pública la vida de unos Cisnes que, al profundizar en su vida íntima y secreta, tampoco resultan ser dechado de virtud ni modelo de amistad sana.
Y puede que, al final, la cabra tire al monte… Y que Truman Capote, en vez de apostar por la comunidad hacia la que apunta Baldwin, quede totalmente embarrado en el fango de una enemistad con los Cisnes que marcará el resto de su existencia. Pero tampoco hay que pasar por alto la nota de esperanza que introducen Van Sant y Baitz: el también escritor Jack Dunphy (interpretado con sublime serenidad por Joe Mantello) es un faro de esperanza en la vida del escritor (más o menos) hasta el final de sus días.
En cierto momento de la serie, ambos ponen sobre la mesa la naturaleza de su relación: fueron pareja y, de alguna forma u otra, siguen comportándose como tal por mucho que ambos vean a otras personas. «Eres la persona a la que más quiero en mi vida«, afirma Jack en cierto momento. ¿Pareja? ¿Marido? ¿Hermano? ¿Familia? ¿Todo a la vez? Y así, confirmando que cuando hay amor sobran las etiquetas, Dunphy vuelve a dejar claro que Truman siempre padrá contar con él porque él es su comunidad.
La amistad en «Capote vs. The Swans»
Justo después de la publicación de «La Côte Basque«, los Cisnes reflexionan sobre el por qué de su amistad con alguien como Truman Capote. Y, al cuestionar el motivo por el que las mujeres adoran tanto a los homosexuales, queda clara la condescendencia de una alta sociedad formada por personas heterosexuales blancas adineradas en la que lo alterno se admite solo cuando sirve a unos propósitos claros: otras razas en el servicio, maricones como entretenimiento. Pero, entonces, ¿dónde queda la amistad en este panorama?
Es en este apartado donde «Capote vs. The Swans» brilla con mayor fuerza, porque sobre el concepto de amistad es donde Gus Van Sant y Jon Robin Baitz despliegan el retrato más complejo. Puede que los cisnes (los animales reales, entiéndase) sean blancos o negros en su totalidad, pero al tratar la amistad no existen los blancos y los negros, sino que todo se difumina en los grises de la complejidad de las relaciones humanas.
Gran parte de los episodios de esta segunda temporada de «Feud» sirven precisamente al propósito de constatar que la amistad es una relación humana igual de compleja (o más) que el amor. Por mucho que los Cisnes se empeñen en odiar a Truman Capote, se descubren constantemente echándole de menos. Porque, como dice CZ tras la publicación del insidioso relato corto, el gran problema es que su amigo creía que ellas le querían lo suficiente como para perdonarle el haberlas convertido en personajes literarios, cuando en vedad le quieren tanto que el dolor por la traición resulta insoportable. Cuanto más amas a alguien, más te cuesta perdonar el dolor que te inflinge. Y mucho más si ese dolor es deliberado.
De la misma forma que el capítulo final es una reconciliación del protagonista con sus fantasmas, el penúltimo episodio (que nada casualmente está dirigido por Jennifer Lynch) escenifica el mágico reencuentro de Truman y Babe. Él es quien acude a ese espacio fantástico entre la vida y la muerte, un limbo suspendido en el espacio y el tiempo, en el que ella debe entender que ha muerto y hacer las paces con la idea de abandonar la vida.
En una sucesión de escenas bellas hasta el paroxismo (¡esa bañera con un cisne sobre el que se reflejan los fuegos artificiales de la ventana!), Babe confiesa que Truman forma parte de su Top 3: «No seleccionas a tu Top 3 Son esos con los que colisionas. Nos hacemos pedazos el uno al otro, nos mezclamos y nunca nos separamos«. «¿Y esos tres, ¿son tus mejores amigos? ¿Grandes amores?«, responde su amigo. «No necesariamente. Sí puedes amarlos, pero también es fácil odiarlos porque son aquellos que mejor revelan quién eres, lo que puede ser horriblemente doloroso. Pero, por eso motivo, nunca puedes abandonarles. Siempre debes perdonarles al final, porque son el recurso más valioso de la vida«.
Y es así como «Feud: Capote vs. The Swans» vuela altísimo a la hora de encapsular uno de los conceptos más complejos de la vida moderna: la amistad. Tanto Capote como Paley se pasan el resto de sus vidas preguntándose por qué les duele tanto haberse separado el uno del otro… Y solo al final parecen comprender que, a veces, una buena amistad puede ser más importante en tu vida que un gran amor. ¿No es esta una de las grandes enseñanzas de una comunidad queer desde la que siempre defendemos la resignificación de los afectos más allá de las etiquetas habituales del heteropatriarcado?
La mortalidad vs. La inmortalidad
La relación de la comunidad gay con la mortalidad es realmente compleja y está marcada por dos hechos, uno histórico y otro contextual. El histórico no atañe a «Capote vs. The Swans» porque es la epidemia del VIH y, en verdad, la serie acontece mucho antes en el tiempo. El segundo hecho, el contextual, sí que es relevante al referirse al hecho de que ser homosexual había pasado tradicionalmente por la asunción de tu propia mortalidad, de que la «imposibilidad» de tener hijos te convierte en el último de tu estirpe y te avoca a morir completamente solo y caer en el olvido más absoluto.
Este segundo miedo contextual a la muerte está omnipresente en la serie de Gus Van Sant. De hecho, todas las claves mencionadas anteriormente en este artículo son de alguna forma una forma directa de luchar contra la mortalidad: la madre, la familia, la comunidad y los amigos son una especie de ilusión que nos hace pensar que seremos recordados una vez que nos hayamos ido. Pero lo verdaderamente desarmante en la serie es cómo este intento de luchar contra la mortalidad a través de la inmortalidad se materializa en el contraste entre Truman y Babe: uno lucha por dejar detrás una obra literaria que le asegure la inmortalidad, mientras que la otra lucha contra un cáncer que le recuerda continuamente que sus días están numerados.
Y ambos, junto al resto de los Cisnes, luchan contra esa mortalidad que se concreta en el implacable paso del tiempo que les hace sentir que, tal y como Truman escribió en «La Côte Basque«, la era de la que fueron protagonistas llega a su fin. El capítulo titulado «Hats, Gloves and Effete Homosexuals» maneja una metáfora simple pero efectiva: los sombreros y los gorros que eran signo de distinción en la alta sociedad ya no se pueden comprar en las tiendas habituales, que han empezado a priorizar la moda de los nuevos tiempos. Los nuevos tiempos en los que ninguno de los protagonistas parece tener cabida. Es precisamente al final de este capítulo, cuando Capote por fin escribe su última voluntad como parte de «Plegarias Atendidas«…
«Esta es la última voluntad y testamento de P.B. Jones. Mi momento fue breve. En aquel tiempo, mi cuerpo era ágil y atraía a hombres y mujeres tan a menudo como precisásemos ellos o yo. Y encontrabas amigos fácilmente, porque cuando estás en tu tiempo, atraes a la gente hacia tu luz. Ríes fácilmente y te recuperas al instante de beber, los desprecios y los cardenales. Yo tenía eso con mis amigos. Ahora, solo me quedan uno o dos. Amigos. Viejos y juntos. Mientras yago en una hamaca en Tánger, solo hasta donde se extiende la vista, en husos horarios lejanos a cualquiera que me conozca, lo que recuerdo es sobre todo el sol y lo que me hacía sentir en la piel. Eso es lo que la amistad, el amor de los amigos, te hace sentir. La suerte. La sal cuando lames el brazo moteado por el sol de alguien. La luz. Y eso es lo que echo de menos, porque en este calor del desierto no lo estoy sintiendo.«
Nada más que añadir. Este párrafo viene a resumir perfectamente todo lo que he estado intentando expresar en este artículo: los motivos por los que «Feud: Capote vs. The Swans» es una serie tan sublime. Que son los motivos por los que, al fin y al cabo, Truman Capote es tan sublime. Los motivos por los que Truman Capote consiguió vencer la mortalidad e inscribir su nombre con letras de oro en el firmamento de la inmortalidad. [Más información en la web de «Feud: Capote vs. The Swans» en HBO Max]