Uno de los debates que se levantó con el lanzamiento de «The Age of Adz» (Asthmatic Kitty, 2010) giraba en torno a la posibilidad de afirmar que había llevado un paso más allá un concepto tan denostado como la folktrónica: las excelencias del desmontaje del género realizado por Sufjan Stevens hacía posible hablar de post-folktrónica sin necesidad de ruborizarse a la hora de utilizar un término que, en los últimos tiempos, se ha visto continuamente cargado de tintas negativas. La terminología estaba justificada: el prefijo «post» indica precisamente una capacidad de, desde la distancia, desmembrar el concepto para reensamblarlo en formas novedosas y sorprendentes que no pierden de vista el peso de su propia historia. Pero, ¿es esa la única salida cuando un género cae en desuso? ¿Sólo hemos de tener en cuenta propuestas tan radicales como la de Sufjan? Porque está claro que, tras la «muerte» de una etiqueta musical, hay dos movimientos posibles: seguir jugando en la misma liga pero con diferentes y loquísimas reglas (como es el caso de Stevens), o bien intentar ampliar horizontes por la vía de la mixología, los referentes variados y una desprejuiciada exploración de nuevos terrenos en un afán infinito de anexionar tierras desde las que importar aires nuevos.
El único problema es que esta segunda opción bien puede entenderse como una huída hacia delante mirando hacia atrás lo menos posible. Y es la opción aplicable, todo sea dicho, a «Black Lights» (Full Time Hobby / PIAS Spain, 2012). Tampoco es que se le pueda echar nada en cara a Sam Genders, hombre al frente de Diagraams, por intentar huir de la folktrónica: él fue precisamente uno de los principales valedores del término al frente de uno de los grupos que mejor supo practicar un género que nos fascinó a todos (visto ahora en perspectiva) precisamente por aplicar cargas explosivas de ritmo a una etiqueta tan dada a la planicie melódica como el folk. En una época en la que la lección teórica noventera de la electrónica ya estaba más que asimilada, era normal que se intentara (y se consiguiera) aplicar en la práctica de otros campos sonoros. ¿A quién la amargaba el dulce de asimilar el folk a la cultura del pitch? A nadie. Y menos a Tunng. Pero resulta que no es oro todo lo que reluce y que, tras varios discos en lo más alto (o lo más alto que puede dar la escena indie), a Sam Genders le empezó a angustiar eso de no saber si el día de la mañana podrás poner el pan en tu mesa si sigues «viviendo» de esto de la música. Visionario total. Así que partió peras amistosamente con los colegas de su banda y se dedicó a ganarse la vida como profesor… Hasta que le volvió a picar el gusanillo de la música.
Aclarado el panorama, las comparaciones son inevitables: «Black Light» tiene mucho de folktrónica. Pero lo cierto es que la evolución es coherente: si en la última década hemos vivido todo un furor en el que las estructuras internas de las canciones de electrónica se han visto totalmente asimiladas por el formato de banda obsesionada con los instrumentos analógicos (¡echad la culpa a LCD Soundsystem!), no es de extrañar que Diagrams se aleje de las constantes eléctricas para ponerse a cubierto bajo ese paraguas de tela con estampados africanistas y con varillas de funk e incluso p-funk. Al fin y al cabo, los temas que refulgen con mayor brillo en este álbum son aquellos en los que Genders lleva hasta el límite el armazón rítmico: es el caso de «Tall Buildings«, con ese bajo limpísimo marcando el tempo con un ahínco ochentero que queda lejísimos de la naftalina del revival, pero también de esa «Appetite» que se desdobla en un trastorno de personalidad múltiple en el que los medios tiempos orquestales (de nuevo la sombra de Sufjan) desembocan en un estribillo de hiperbalada; de «Antelope» y su asimilación de la lección worldmusiquista; de la rítmica synthera de «Black Light» (el tema) con la que Genders se aproxima a la visión naïve de Gruff Rhys y, sobre todo, de esa «Night All Night» que debería ser el faro guía de Diagrams en el futuro: una composición que vapulea directamente todo el legado de Tunng gracias a una utilización sublime de las palmas y la exaltación popera. No tiene nada que ver con la electrónica analógica mencionada, tampoco tiene nada que ver con la folktrónica, pero la fuerza arrebatadora de esta canción es capaz de elevar pies y corazones todos a una.
El problema cuando alcanzas una cima tan alta como la de «Night All Night» es que es inevitable que ensombrezca el resto de logros. Y, por mucho que «Black Light» atesore un buen número de aciertos, también es necesario admitir que en el resto del álbum a Genders le cuesta más enfocar y mantener la nitidez sobre su objeto de exploración. De hecho, el álbum suena a digresión en ciertos momentos, como si el resto de temas se hubieran sacado del fuego antes de completar su cocción: muchas son las posibilidades de apertura de horizontes genéricos que abren Diagrams, pero pocas son las tierras que (siguiendo con la analogía que abre esta crítica) finalmente consiguen anexionar. Pese a todo, «Black Light» se revela como un «reset» excepcional para Genders y para la folktrónica. Puede que Sufjan ya sea el rey de la post-folktrónica. Pero Diagrams tienen todas las papeletas para convertirse en los monarcas del «beyond folktronics«. O algo así.