«Contenido» de Carlo Padial es un libro que puede leerse como un retrato del boom de los medios digitales… pero también como una sonora y tronchante colleja a ese mismo boom.
Existen dos posibles lecturas (y, por lo tanto, dos posibles críticas) de «Contenido» de Carlo Padial. Una de esas lecturas es la del lector corriente (dicho esto sin ningún tipo de implicación clasista). La otra afecta a un grupo más reducido de lectores… Pero es que resulta que yo mismo pertenezco a ese grupo de profesionales que, de alguna forma u otra, estuvieron implicados en el boom de los medios digitales que vivimos en el tránsito de la primera a la segunda década del siglo 21.
¿Tú también has pensado alguna vez lo fortísimo que debe ser ponerte a leer un libro y percibir que uno de los personajes eres clarísimamente tú? Pues yo seguiré sin saber qué es eso, porque mi papel en aquel boom tira de modesto a nulo. Así que por esta parte puedo estar tranquilo. (Y, de hecho, si hubiera estado más implicado en aquel boom, probablemente no estaría escribiendo este texto aquí y ahora.)
Pero allí estuve justo en un momento en el que los medios de papel empezaron a perder fuelle porque los nuevos medios digitales les empezaron a comer la tostada con todo un conjunto de prácticas que iban desde las más vanguardistas (abordar el entorno digital como un laboratorio de ideas en el que replantear y redefinir el proceso de comunicación de información y actualidad) hasta lo desleal (ofrecer esa misma información de forma -inicialmente- gratuita). Luego ese componente gratuito se volvió en contra de los mismos medios digitales, que en su gran mayoría se vieron incapaces de monetizar un momentum que, también por inercia, fue perdiendo fuerza.
Carlo Padial, sin embargo, sí que pone al protagonista de «Contenido«, Moisés Blanco, en el ojo del huracán de aquel locurón que cambió para siempre la orografía de la información española. Una orografía que el autor tiene bien pillada por la entrepierna, tal y como atestiguan las primeras líneas de la novela: «En España las start-ups las monta gente que antes trabajaba en una tienda de alquiler de esquís en Baqueira Beret propiedad de sus abuelos; personajes muy extraños que nadie acaba de entender de dónde han salido. Sujetos que se han conocido en un gimnasio o en el parking del Apolo y deciden montar una empresa tecnológica porque les parece cool«.
Al fin y al cabo, Padial está hablando en primerísima persona. Vale, su apellido es mayormente conocido gracias a una carrera en cine y televisión que arrancó con «Mi Loco Erasmus» (2012), se convirtió en punta de lanza de lo que por aquel entonces dimos en llamar «cine low cost» (que luego derivó a otras cosas igualmente estimulantes) y ha acabado por entregar ficciones de altura como su serie «Doctor Portuondo«. Pero, paralelamente, resulta que también fue director de contenidos originales de PlayGround y jefe de vídeo de Grupo Zeta.
¿Significa esto que Carlo Padial es Moisés Blanco y viceversa? Sería absurdo abrir aquí el típico melón literario sobre cuánto hay de la vida real de un autor en sus ficciones. Que cada uno piense lo que quiera. Así que a lo que vamos: «Contenido» es un divertidísimo thriller cómico en el que Moisés Blanco, un realizador audiovisual sin blanca que aterriza en Barcelona huyendo de la secta en la que creció, acaba trabajando en un medio de comunicación / plataforma de contenido / monstruo de mil cabezas llamado ZenFire.
Aquí me veo con la obligación moral de aclarar que ZenFire se parece bastante a PlayGround. Y que algunos de los personajes que trabajan en ZenFire se parecen bastante a algunos de los personajes que trabajaron en PlayGround. Esto lo afirmo con conocimiento de causa porque yo mismo fui (tangencialmente) uno de esos personajes y, por lo tanto, aunque no me vea a mí mismo en el libro como en la fantasía mencionada al principio de este texto, sí que veo clarísimamente ciertos paralelismos que convierten a «Contenido» en algo que ya he comentado y que comentaré durante mucho tiempo con otros periodistas.
A esto me refería precisamente con aquello de que existen dos posibles lecturas (y, por lo tanto, dos posibles críticas) de «Contenido» de Carlo Padial. Una es la lectura de los que (más o menos) estuvimos en el ajo, para los que esta novela es una barra libre de salseo que se goza como el chute de adrenalina de una práctica sexual particularmente guarrindonga que sabes que no deberías estar disfrutando pero que no puedes dejar de disfrutar. La otra es, repito, la del lector común.
¿Significa esto que el lector común no va a disfrutar de «Contenido«? Ni mucho menos. Puede que, de hecho, lo disfrute incluso más al no estar buscando constantemente los paralelismos con lo que él mismo ha vivido. Es así como se disfruta más todavía una novela que hereda directamente el sentido del humor que Padial ha ido perfeccionando en su cine: un humor basado en el extrañamiento, en toda una galería de personajes en sí mismo rarunos que, al chocar frontalmente con la normalidad, acaba poniendo en relieve cómo, si te lo paras a pensar, lo raruno es realmente lo que todos concebimos como normal.
De esta forma, el periplo de Moisés, un tipo extraño y disfuncional que intenta esconder continuamente su extrañeza y su disfuncional sin conseguirlo nunca del todo, acaba poniendo al descubierto dos retratos que Carlo Padial borda de forma particularmente magistral. Por un lado, ahí está una visión implacable pero tronchante de esa «vida moderna» que nadie acaba de entender pero que todo el mundo quiere exprimir como si no hubiera un mañana.
Padial escribe: «Algún día, si encuentro el tiempo, quisiera producir un vídeo ensayo sobre la totebag como prenda icónica de una generación como la mía, precaria, incómoda, floja, literalmente pendiente de un hilo, agarrada a una tela donde no caben muchas cosas más allá de un logo o de una frase que nos defina. Ese extraño orgullo de llevar un trozo de tela regalada a la salida de un lugar al que nunca has ido, o donde no fuiste especialmente bien recibido. Un harapo con mensaje que se te resbala del hombro. El quiero y no puedo«.
Y, dentro de esa «vida moderna», el autor se reserva collejones bien sonoros para la escena barcelonesa, encapsulada en lo que Moisés llama «el baile de los ojos locos»: «En las inauguraciones artísticas barcelonesas, los ojos de la gente se aceleraban de una forma nunca vista: no en dirección a las obras expuestas, sino entre los presentes. Se producían auténticos bailes de miradas (…). La gente bailaba sin moverse, dando rápidos saltitos retinianos en una especie de mamoneo acelerado del reconocimiento mutuo. Se trataba de un síntoma, el de los ojos locos, que tenía como finalidad el poder decir: «YO LO VI. ESTUVE ALLÍ, EN ESA PRESENTACIÓN. Y TE VI A TI, MIRÁNDOME. NOS VIMOS». ¿Qué viste? Da igual«.
Además del retrato de la «vida moderna», y trenzado a él, hay un segundo retrato que Carlo Padial tabmién sublima: el del boom de los medios digitales. En todas sus dimensiones. Empezando por su vocación de «Quién es Quién» de la era digital: una verdadera tabula rasa en la que cada uno decidía quién quería ser y lo proyectaba a través de redes, donde los demás solo pueden creer la versión de nosotros que les estamos ofreciendo («Cada cual se disfrazaba de aquello que quería encarnar. En eso consistía el juego de Internet. Uno representaba ser un poeta, otro un activista, un agitador cultural…«).
Tampoco se le escapa a Padial el hecho de que aquel big bang de medios fue uno de los grandes culpables de la fragmentación del concepto de «verdad» que siempre se había tenido como parte intrínseca del ADN de los medios de comunicación. Para que las fake news corrieran a alta velocidad, antes había que pavimentar carreras en las que el concepto de «verdad» desapareciera en pos de la emoción pura y dura: «La realidad daba igual. Lo importante eran las emociones. Nuestra relación con la imagen y las noticias era puramente emocional. Por lo tanto subjetiva y manipulable a tu antojo«.
Y, en relación con esto último, la novela tampoco se achanta a la hora de plasmar esa histeria colectiva que llevó a una sociedad a creer que la mejor forma de informarse era a través de las redes sociales: «La audiencia de Zenfire pasó a informarse mediante los contenidos en vídeo de menos de un minuto y medio que publicábamos en Facebook. Era un puto disparate«. Una histeria colectiva en la que, de hecho, seguimos instalados más cómodamente que nunca.
Pero me doy cuenta de que estoy sobreintelectualizando «Contenido» y llevándolo al terreno del análisis de algo, el boom de los medios digitales, que puede que tampoco sea lo que más interese al lector común. Pero es que hay que entender una cosa: el periplo de Moisés Blanco en el libro de Carlo Padial es similar al de otras ficciones como, por poner un ejemplo cercano en el tiempo, «El Lobo de Nueva York» de Martin Scorsese. En aquella película puede leerse un retrato crítico de un momento y una escena (el boom de Wall Street y los animales literalmente salvajes que lo poblaron), pero lo que realmente se goza es el despendole del periplo en sí mismo.
Y lo mismo ocurre con «Contenido«: habrá lectores que, como yo, gocen con el retrato de un momento histórico importante… Pero esa capa de sentido no es imprescindible para gozar con el desparrame de una comedia articulada a modo de thriller (con misterios que quedan sin resolver) en la que Padial da un último y magistral giro de tuerca al convertir a su protagonista en el superviviente de una secta… que, inevitablemente, ve de forma clarísima cómo el panorama de los nuevos medios digitales se orquestó precisamente en torno a un conjunto de principios puramente sectarios. [Más información en la web de Blackie Books y en el X de Carlo Padial]