Nadie parece estar contento con el final de «La Mesías»… Así que es necesario preguntar: ¿este mal final invalida la genialidad de la serie de Los Javis?
¡Menudo viaje ha sido el de «La Mesías» de Javier Calvo y Javier Ambrossi! Siete capítulos estrenados en Movistar+ que han mantenido a todo el país (o, por lo menos, a todas las redes sociales de este país) en vilo durante semanas y semanas, totalmente enganchados a una historia que se inspira en las Flos Mariae pero en la que, en realidad, las Flos Mariae no son nada más que una excusa para que Los Javis sublimen el universo que han ido construyendo en sus anteriores ficciones y alcancen su primera cumbre.
Porque eso es así y nadie puede negarlo: «La Mesías» es la primera cima de una carrera que ha ido describiendo un crescendo imparable desde el estreno de «La Llamada» en teatros y el de la primera temporada de «Paquita Salas» en Flooxer. Poco a poco, Los Javis han ido conquistando espacios más masivos y audiencias más amplias, ya sea con el salto de «Paquita Salas» a Netflix o con el desembarco de los directores en Atresplayer (tanto con «Drag Race España«, que les ha engrandecido como iconos generacionales, hasta «La Veneno«, que les engrandeció como creadores).
El estreno de «La Mesías» en Movistar+ tiene mucho de validación del arte de Los Javis, ya que la cadena no ha dudado a la hora de poner en sus manos lo que se intuye con un presupuesto realmente holgado, un casting de infarto y una maquinaria de promoción a plena potencia. Lo que se merecen, obviamente, después de haberse convertido en una de las voces más interesantes a la hora de definir tanto lo micro (la cultura queer) como lo macro (la genereción Z).
Y repito: lo de «La Mesías» ha sido un viaje realmente maravilloso… Que, sin embargo, se ha cerrado con la llegada a un destino final que no ha convencido tanto como la travesía en sí misma. Las redes sociales (especialmente ese Twitter que todo lo lleva siempre hasta el límite y en el que parece que no hay otra opción que la polaridad del «esta serie me ha cambiado la vida» vs. el «esta serie me ha producido cáncer«) se han llenado de mensajes que incluso llegan a afirmar que este capítulo final es capaz de tirar al traste todos los logros anteriores de la serie de Los Javis.
A lo que yo me pregunto: ¿es esto real? ¿Verdaderamente, un final más o menos desastroso, eso ya lo veremos más adelante, es capaz de invalidar la genialidad alcanzada por «La Mesías«? Vamos a por las respuestas.
El viaje de «La Mesías»
Empecemos de nuevo y repitamos: ¡menudo viaje ha sido el de «La Mesías» de Javier Calvo y Javier Ambrossi! Y es que, desde el momento en el que se supo que Los Javis iban a basar su nueva serie (bueno, una de ellas, porque a la espera estamos de «Vestidas de Azul«) en la historia real de las Flos Mariae, la gente no podía creérselo. Cuando se empezó a filtrar el casting, la cosa ya alcanzó tintes de verdadera locura… Y el resultado final merecía todo aquel hype, la verdad.
«La Mesías» es una de esas ficciones a lo «Ciudadano Kane» en la que la protagonista que acapara el título no es el protagonista directo, sino que la conocemos a través de los ojos de personas cercanas que intentan apartar las tinieblas a su alrededor para conocerla mejor. En este caso, los primeros capítulo se centran en Enric (Roger Casamajor) e Irene (Macarena García), dos hermanos que han perdido el contacto entre ellos y con su propia familia, pero que se ven abocados a una espiral de surrealismo cuando sus hermanas se hacen virales como Stella Maris, una banda de CEDM (Christian Electronic Dance Music) que parecen venidas directamente del pasado, con ropa del pasado y caras del pasado, pero que protagonizan impactantes videoclips que son puro churrigueresco digital en DIY multicolor.
La trama se va abriendo poco a poco como una flor rara que se abre en medio de la noche. Pronto vamos conociendo a «La Mesías» en cuestión: Montserrat (interpretada por Ana Rujas, Lola Dueñas y Carmen Machi en diferentes etapas de su vida), la madre de Enric e Irene y de todas las Stella Maris. El típico caso de chica a la que una vida de excesos (hombres, alcohol, drogas, prostitución) se le va de las manos y que, presencia paternalista mediante (el personaje de Pep, interpretado por Albert Pla, es de puro escalofrío), acaba entregando su vida a Dios.
También acaba abocando a su familia a una reclusión totalmente desligada del mundo real. Con Enric e Irene huidos, el resto construyen una unidad familiar funcional en su propia disfuncionalidad: concibiendo el mundo exterior como pecado, se recluyen en el microcosmos de una casa con las puertas cerradas a la realidad pero con las ventanas abiertas hacia Dios. Y, sobre todo, con una antena que se comunica directamente con el Señor: la propia Montserrat, que dice escuchar la voz de un Dios que le transmite mensajes diversos. Entre ellos, que sus hijas tienen que salvar el mundo con sus canciones.
Lo interesante es que Los Javis cogen este punto de partida y lo convierten en un big bang que explota y que centrifuga hacia el exterior de la narración todo un conjunto de elementos que no podrían ser más locos y estimulantes. «La Mesías» mezcla música pop, cristianismo exacerbado, alienígenas, el magnetismo de la montaña de Montserrat, k-holes, rodajes de cine dentro del cine, viajes de ayahuasca, costureras desquiciadas y el encanto de la Girona rural, entre muchos otros elementos que, tras ese big bang, van ordenándose poco a poco y reconduciéndose hacia un reencuentro en el corazón del universo que es (o debería ser) el capítulo final.
La travesía de «La Mesías» no podría ser más alucinante: la planificación narrativa es pura orfebrería que utiliza el formato serie a su favor, con cliffhangers finales en cada episodio que te dejan con ganas de más. Y ese «más» nunca defrauda, ya que cada capítulo es una pequeña gran obra de arte en sí mismo, cada uno tiene su propia estructura, cada uno es diferente y cada uno tiene un sentido superior en el puzzle general de la serie. El uso de la banda sonora deja claro lo importante que es la música en el universo de Los Javis, que aquí se concreta en la bipolaridad esquizofrénica que va de la belleza estática, mística y luminosa del score de Raül Refree hasta la psicotronía de las canciones de Stella Maris compuestas por Hidrogenesse.
E, igual de importante que la banda sonora, es ese cuerpo de referencias cinematográficas que te invitan al juego del escondite, a ver cuántas puedes pillar. Son referencias tan directas como el plano del culo de Montserrat en el primer capítulo homenajeando a «Huevos de Oro» de Bigas Luna. Y, a partir de ahí, desde Victor Erice a Lucrecia Martel pasando por muchas otras citas directas e indirectas, «La Mesías» se convierte en pura celebración de los referentes de Los Javis.
Referentes que, sin embargo, no son como los árboles que no te permiten ver el bosque… Sino todo lo contrario. Capítulo a capítulo, todos los elementos de «La Mesías» se van alineando para construir una ficción sólida y apasionante, de esas que no te permiten apartar la mirada mientras hay imágenes en la pantalla pero que, en cuanto aparecen los títulos de crédito, te disparan la cabeza en dirección a mil pensamientos diferentes. También te disparan las ganas de comentar con tus amigos, indicativo final de que estamos ante algo GRANDE. Pero, entonces, ¿qué ocurre con el final de la serie?
El destino final
Pues lo que ocurre con el final de «La Mesías» es que las piezas desplegadas por el mencionado big bang inicial no acaban encajando del todo cuando se reúnen en el puzzle central. Y lo cierto es que no encajan a dos niveles básicos: el argumento por un lado y, por el otro, el significado. Forma y fondo.
Y es que los seis primeros capítulos de «La Mesías» son tan excepcionales que sorprende que el último no lo sea tanto. Los dos primeros tramos de la existencia de Montserrat son pluscuamperfectos, sobre todo esa infancia de Enric e Irene en el que se nota que Javier Ambrossi y Javier Calvo han volcado toneladas de verdad (ambos han afirmado que sus infancias fueron similares a las de estos personajes, con padres prematuros que alternaban la paternidad con las urgencias de la juventud). El arco argumental con Lola Dueñas como Montserrat, por su parte, es el que mejor retrata a este personaje y a ese narcisismo perverso que ella misma enmascara como la voz de Dios.
El sexto capítulo, además, te vuela la cabeza por todo lo que tiene de potencia: la vejez de Montserrat afrontando una enfermedad, las Stella Maris enfrentándose a la asunción de que han estado viviendo una mentira, Cecilia escapando… Lo que ocurre es que, si cada arco argumental anterior se cierra de forma ideal, aquí no ocurre lo mismo. ¿Tengo que creer que el final de la historia de Cecilia es cantar en un coro de Iglesia? ¿Que Enric rompe con la mente colmena de su familia para encontrar la paz en la mente colmena de un culto oriental? ¿Que no me van a explicar la huida de Irene? ¿Que Los Javis abandonan a las Stella Maris y no cierran su historia? ¿Que Montserrat desaparece… y ya?
Cuando te pasas toda una serie jugando a muscular al misterio con inyecciones de grandilocuencia, el final tiene que satisfacer y sublimar esas ansias que has creado en el espectador. Y está claro que «La Mesías«, que además parece que no tendrá segunda temporada y que ha sido concebida como una ficción cerrada en sí misma, no es capaz de satisfacer las ansias que crea en el espectador con los misterios de su argumento.
Tampoco satisface el deseo de que todo este misticismo atesore en su interior un significado profundo y unívoco que parece que te están poniendo en la boca continuamente a modo de caramelito pero que te quitan una y otra vez… hasta que acaba el último capítulo y te preguntas: ¿esto de qué ha ido exactamente? Esto a lo mejor es algo más personal, pero me da la impresión de que «La Mesías» trata muchos temas de forma superficial, pero no profundiza en ninguno de ellos.
La metáfora queer (de sentirte diferente en tu familia pero sentirte más diferente todavía cuando sales al mundo real acarreando los traumas que tu familia ha inflingido en ti), la relación con la madre (especialmente con una madre narcisista que es capaz de cualquier cosa para ser el centro del mundo de sus hijos), el trauma de una agresión sexual (por la vía de la metáfora), el poder del arte como vía de escape… Sí, todo esto puede ser leído en «La Mesías«, pero puede ser leído de forma directa y literal, no a través de las múltiples capas de sentido que practican todos esos cineastas que Los Javis referencian en su ficción (que, a su vez, son citados de forma igualmente literal y sin una intención clara más allá del placer de la propia cita).
¿Significa todo esto que el cierre final de «La Mesías» es capaz de devalúar tanto la serie como para hacer olvidar todos sus logros? Mira, ni mucho menos. Vivimos unos tiempos en los que el cine está explorando precisamente la imperfección del «work in progress» como generador de esa belleza que solo puede brotar en medio de una ambigüedad que reclama un papel activo en quien mira, quien también debe encontrar (su propio) sentido.
La reivindicación de que la perfección es aburrida y, a veces, estéril. Y de que es la imperfección la que deja un mayor espacio al misterio y, como ha ocurrido en este caso, aviva un debate popular que es la mejor herramienta para perdurar en el tiempo. Porque así os lo digo: seguiremos hablando de «La Mesías» y su final pasen los años que pasen. ¡Digo! [Más información en la web de «La Mesías» en Movistar+]