En el caso de que cualquiera quiera ponerse esnobista con la última obra de Adrian Tomine, «Escenas de un Matrimonio Inminente» (publicada en nuestro país por Sins Entido), tiene excusas de sobras. Para empezar, porque las novelas gráficas publicadas por este autor con anterioridad dan para una cantidad extrema de esnobismo, aunque sea un esnobismo de esos justificados e incluso un poco dulces: sus colecciones de historias cortas («Noctámbulo» y «Rubia de Verano«) le pusieron en el mapa del cómic indie muy pero que muy cerca de intocables como Daniel Clowes y Paul Hornschemeier, mientras que la excelente «Shortcomings» refrendó a Tomine como un autor con un imaginario y un estilo propio y reconocible a medio camino entre la nostalgia del extrangero (¿quién no es extrangero a día de hoy?) y las dificultades de comunicación emocional en la era de la sobre-comunicación. Pero, sobre todo, cualquiera podría abordar una crítica de «Escenas de un Matrimonio Inminente» de forma esnobista partiendo de cierto momento, hacia el final del tomo, en el que Tomine y su inminente mujer mantienen una conversación en la que, mientras hablan de qué podrían entregar de regalo a todos los invitados de su boda, ella le dice que lo mejor sería que él hiciera un mini-cómic explicando todas las peripecias por las que han pasado en su camino hacia al altar.
Y ese mini-cómic es, precisamente, el que el lector tiene entre sus manos. De hecho, para convencer a Tomine, su prometida le dice que sería tronchante que los invitados pudieran leer episodios tan divertidos como la elección del peinado nupcial (en el que el autor se revela como un control freak de cuidado) o la búsqueda del dj perfecto (con ciertos traspiés inevitables cuando tratas con esa baja calaña formada por selectores musicales). Hay más episodios memorables, como los desacuerdos a la hora de configurar la lista de invitados o la entrañable (pero algo desquiciante) tendencia de Tomine a presuponer que cualquier profesional oriental es mejor que cualquier otro profesional de cualquier otra parte del mundo… Pero lo interesante es que, finalmente, cabe suponer que el autor hizo caso a su mujer y no sólo realizó el mini-cómic para tener contentos a los invitados e inmortalizar una época tan surrealista como la pre-boda, sino que al final incluso decidió enseñarlo al mundo entero en una edición pequeña (de tapa dura) pero inevitablemente arrebatadora. Sobre todo, por un interior que se desmarca completamente del exhibicionismo gratuito del diario comiquero de última cuña por la vía de una humildad frontal que nunca supera las barreras de la intimidad. Así que de meta-cómic nada: quien quiera utilizar las obras anteriores de Tomine o la anécdota final (o incluso ese título que remite directamente a Bergman) para hacerse el esnobista, que lo haga. Pero lo de «Escenas de un Matrimonio Inminente» no va por ahí: es un divertimento de alta (altísima) alcurnia. Ni más, ni menos.
[Raül De Tena]