«Less Está Perdido» es la secuela perfecta en la que Andrew Sean Greer retoma el personaje de Arthur Less para hacer un tronchante retrato de gay de mediana edad que sigue buscándose a sí mismo.
Lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en «Less Está Perdido» de Andrew Sean Greer es, extrañamente, André Aciman. A que las comparaciones son odiosas y tal. Al fin y al cabo, Aciman rompió en el año 2020 uno de los grandes tabús de la literatura al publicar «Encuéntrame«, una secuela de «Llámame Por Tu Nombre» en la que retomaba a los personajes de Elio y Oliver para dar continuidad a sus historias muchos años después. Hasta entonces, la cosa iba tal que así: los libros serios no tenían secuelas. Eso estaba reservado para las sagas literarias de bajo calado y para el mundo del cine. Pero, ¿un libro serio? ¿Cómo va a tener una secuela?
Ese fue precisamente el tabú que Aciman dinamitó y explotó en mil pedazos… Aunque hay que tener en cuenta que el bueno de André lo tenía bastante fácil. Tanto «Llámame Por Tu Nombre» como su secuela son libros que se reconocen a sí mismos como (y que hablan el lenguaje de la) alta literatura. Elio y Oliver están rodeados de cultura en general y de literatura en concreto, así que sus disertaciones sobre la vida y el amor son expresadas en un rico lenguaje culterano que consiguió que incluso los más acérrimos detractores de la serialidad como signo de escasa calidad literaria dieran su brazo a torcer en este caso concreto.
Y digo todo esto porque «Less Está Perdido» es una secuela directa de «Less«, la novela con la que Andrew Sean Greer se llevó merecidísimamente el Premio Pulitzer a la Mejor Novela en el año 2018. Aquel libro fue la primera toma de contacto con Arthur Less, un escritor que se considera a sí mismo «de segunda» porque sus obras no han calado nunca entre el gran público y que se embarca en un viaje alrededor del mundo para escapar de la boda de la persona a la que ama. Tal y como yo mismo afirmaba en esta reseña de «Less», aquella huida iba de uno de los grandes temas de la literatura: la imposibilidad de huir de uno mismo.
En «Less Está Perdido«, sin embargo, Andrew Sean Greer da un volantazo y aleja a Arthur Less de una huida para embarcarlo en una búsqueda. Que no es lo mismo. En la apertura de «Less Está Perdido«, el protagonista descubre que no solo le van a echar de la casa en la que vive junto a Freddy Pelu (el amor del que huía en la anterior entrega), sino que además tiene que pagar una cantidad exorbitada de mensualidades atrasadas que, en su desapego de la realidad, nunca pensó que debería haber pagado.
Por una vez en su vida, Arthur decide coger al toro por los cuernos y no huir para meter la cabeza debajo de una piedra. Lo que hace más bien es aceptar todo un conjunto de trabajos que le harán recorrer EEUU de cabo a rabo en un tour literario de lo más extraño: primero será el presentador de un acto en honor a H.H.H. Mandern, autor de ciencia ficción ya presente en «Less«; después se embarcará en un extraño viaje en furgoneta junto a Mandern para escribir un perfil sobre él; más tarde se irá de gira con una compañía de teatro que ha adaptado una de sus obras y, para acabar, acudirá a una entrega de premios de la que debería ser jurado aunque, al final, sea relevado de sus obligaciones por pura inoperancia.
De esta forma, lo que en «Less» era literatura de viajes exóticos a lo E.M. Forster en versión siglo 21, en «Less Está Perdido» se convierte en un road trip en la más pura tradición yanki. El referente no podría ser más claro: Kerouac y «En El Camino» como faro guía en la historia de un escritor que se embarca en un viaje por carreteras americanas a la búsqueda no solo de las herramientas para construir su propia identidad, sino para entender el papel que, como escritor, juega en la ambigua relación entre realidad y ficción.
Andrew Sean Greer, sin embargo, le da la vuelta a las costuras de Kerouac por una doble vía… Por un lado está el tono del relato, que vuelve a ser humor a máxima potencia en la línea pop del mejor Nick Hornby o de un Auslander sin la carga religiosa. Pero sobre el tono ya volveré más adelante, al final de este texto. Por otro lado, sin embargo, está el hecho de que, mientras «En La Carretera» definía un tipo de masculinidad muy siglo pasado, tan heterosexual que a veces parece justo lo contrario, «Less Está Perdido» es una indagación profunda en torno a qué significa ser un homosexual en la edad adulta.
Poco después de arrancar, Greer ya deja caer una perla de este tamaño: «Lo que más le confundía era lo libres que se sentían, sexualmente hablando, el resto de los hombres. A Less no dejaban de repetirle lo mismo todo el tiempo: que tenía que «relajarse». Él estaba convencido de que tenían razón. Pero ¿cómo era posible que todo el mundo, sin excepción, viviera con tanta relajación y él no? Se le hacía estadísticamente imposible que tantos hombres -y, en especial, tantos hombres estadounidenses pulcros, corrientes y molientes- se sintieran tan libres con respecto al sexo. Uno no podía quitarse de encima el pasado como si nada. Un granjero amish, por ejemplo, no puede despertarse por la mañana un día y sentir que se ha convertido en un piloto de NASCAR. Algo así llevaría años, en caso de que fuera posible. Esos hombres, de hecho, seguían opinando sobre el resto de cotidianidades vitales -la música, la limpieza en seco, el queso para untar, el cuidado de la piel, el interiorismo- con un envaramiento que habría sido muy del agrado de sus madres e incluso de sus abuelas. Sin embargo, cuando se trataba de sexo, todos eran grillos en la jaula de los grillos. Less no se lo creía«.
Como dicen en la película «Bros«, ¡ni de coña queremos los maricones ficciones que puedan ser entendidas y disfrutadas por los heteros! ¡Queremos nuestras propias ficciones! Y «Less Está Perdido» vibra con intensidad en esa onda. El retrato de personaje que es Arthur Less es, a su vez, el retrato de todos y cada uno de los lectores gays que se embarquen en este viaje junto a él (porque, asumámoslo, si acabas con esta novela entre tus manos, es porque eres un gay lector de mediana edad). Como ocurría en la anterior entrega, el libro está impregnado de reflexiones sobre la comunidad gay y sobre los absurdos y sinsentidos de la vida homosexual.
Pero, ojo, porque «Less Está Perdido» es mucho más que eso. Como Kerouac, a Andrew Sean Greer le interesa especialmente el rol del escritor como ambiguo enlace entre realidad y ficción. Y, como muchos otros personajes clásicos, para conocerse, entenderse y aceptarse a sí mismo, Arthur tiene que conocer, entender y aceptar a su doppleganger: ese otro autor también llamado Arthur Less que planea sobre todo el libro en forma de sombra y que acaba materializándose en carne y (sobre todo) palabra para proporcionar a su tocayo un momento de claridad. Y algo similar le ocurre con H.H.H.
Estudiando a Mandern, Arthur encuentra un espejo en el que verse reflejado: «El rostro de Mandern trasluce vanidad, éxtasis y un profundo dolor: génesis, gozo y destrucción. Conozco esa actitud, la conozco muy bien: hablan con la gente pero no escuchan nada de lo que la gente quiere decir, prestando atención solo a cómo el interlocutor se toquetea una cicatriz en la sien mientras hablan o en el acento de Michigan que trata de esconder. Lloriquean hasta el temblor en la cama por la mañana, pero, sonrientes, se sirven una copa de vino en la cena. Roban: exprimen a los amigos para extraer de ellos anécdotas; de los amantes, sentimiento; de las historias, estructura; de las familias, secretos; de las charlas insustanciales, rencor; del rencor, comedia; de la comedia, oro. Y de ahí al triunfo. Un fruncimiento del labio expresa satisfacción, no por el trabajo hecho y bien hecho, sino por lograr algo que nadie ha logrado antes. Una sonrisa, un suspiro, una carcajada, un jadeo. El Arte es una diosa de muchas caras«.
En «Less Está Perdido«, Arthur inicia una búsqueda activa de dinero que es una descarada metáfora de algo mucho mayor: su viaje es la asunción de uno mismo como ser adulto funcional, algo que en la comunidad gay tan adicta al rollo Peter Pan llevamos regular. Es un viaje en el que se ve en la obligación de asumir que todo lo que pensaba de él mismo era erróneo y que, igual que el resto de seres humanos en este planeta, él es el protagonista de su propia historia. Por mucho que, a lo largo de dos libros, haya estado huyendo de sí mismo de forma directa (viajando a través del mundo para huir de la boda de Freddy) o indirecta (marcándose un épico viaje a la búsqueda de la idea de un Less adulto que poco tiene que ver con el verdadero Less adulto).
Y todo esto me lleva de vuelta al principio: a André Aciman (¡después de haber pasado por Kerouac!). A que la crítica literaria le permitió romper el tabú de la secuela porque lo suyo era algo «serio»… Y que, sin embargo, el primer impulso de muchos lectores sea considerar que «Less Está Perdido» es menos «serio» porque está cayendo en el pecado de la ficción seriada. Lo que es realmente jodido no solo porque estamos hablando de dos casos extrañamente cercanos (si me pongo reduccionista: literatura gay), sino sobre todo porque no hay nada más serio que el humor.
Por muy fan que sea de Elio y Oliver (y lo soy), he de reconocer que el retrato de Arthur Less me queda mucho más cerca. Me puedo reconocer en él y, humor mediante, me obliga a tomar constancia de muchos de los sinsentidos de mi vida como homosexual de mediana edad. Elio y Oliver son dos personajes fascinantes que habitan la esfera de lo abstracto, de la literatura como ficción absoluta de la que extraer enseñanzas. Pero Arthur habla como yo, piensa como yo, actúa como yo, se tropieza y se equivoca como yo… aprende de sí mismo como yo.
¿Todavía me estáis diciendo que el (innegable y soberbio) logro de Aciman es más «serio» que la proeza de «Less Está Perdido» al formalizar este nivel de realismo en un libro con el que no paras de reírte página tras página? Yo digo que no. [Más información en la web de Andrew Sean Greer y en la de la editorial AdN]