Cuando veo el nombre de Kaiser Chiefs en algún sitio, me imagino lo siguiente: un niño de tres años con camiseta a rayas blancas y rojas, pantalones cortos, calcetines estirados, tirado boca abajo sobre el césped del patio trasero de su casa un sábado a eso de las 4 de la tarde, con sus padres dando una cabezadita sobre las tumbonas con gafas de sol puestas y él, tan pancho, tiene cogida una de esas hormigas culonas, que un día fueron reinas, sometiéndola a un proceso de humillación pública, arrancándole las patas, obligándola a sufrir una vejación cultivada, pidiendo al Dios de las hormigas que alguna catástrofe nuclear ocurra o que se reinvente el concepto de sufrimiento o algo por el estilo. Eso es lo que Kaiser Chiefs son ahora mismo: un blanco demasiado fácil para mí, que soy un niño que se muerde la lengua y que lleva esperando este momento: poder despedazar a la hormiga y decidir cuándo es el momento que debe morir. Yo no tendré tanto poder, pero lo que es seguro es que los de Leeds no dan palo al agua y siguen insistiendo por caminos equivocados que los destinan sin piedad ni acritud a un abismo cada vez más profundo.
“Tampoco es para tanto”, diréis vosotros. “O sí”, diré yo. Si ya de por sí no aportar nada nuevo es malo, imagínate lo que es celebrar tu falta de creatividad con la reedición de un álbum que ya era malo hace un año, recordándotelo un año más tarde y agregando paja al asunto para demostrar que la cosa no avanza nunca. Si a ti en 2005 te molaba el indie, comenzabas a ir al Independance o al Razzmatazz los días que Amable pinchaba hits de Bloc Party, Arctic Monkeys, los primeros The Killers o Franz Ferdinand, sabrás cuál era uno de los grandes momentos de la noche: cuando sonaban “Everyday I Love you Less and Less” y “I Predict to Riot”, himnos generaciones y reválida hooligan a lo que un día fueron Oasis o los Happy Mondays. Hoy, Kaiser Chiefs no suena ni siquiera en su sello, presumiblemente obligado a editarles discos por cuestiones de contrato y hastiados hasta el hartazgo por la caída y el golpe fatalista de una de sus supuestas promesas de futuro y seguros discográficos de años venideros. La realidad es que “Employment” (B-Unique, 2005) fue un discazo tremebundo, que “Yours Truly, Angry Mob” (B-Unique, 2007) ya empezó a dejar caer cierta decadencia debido a ese intento de pose madura a horcajadas pero que, aún, mantenía cierta coherencia generacional; y que los últimos dos intentos, “Off With Their Heads” (B-Unique, 2008) y “The Future is Medieval” (Polydor / Universal, 2011) fueron un auténtico colapso arterial que no sólo no es coherente con su época, sino con el concepto de pop-rock, indie, retropop o nuevas tendencias. Los típicos disco que te encontrarás en tiendas de segunda mano a 2 o 3 € y que ni siquiera con esas lo acabarás comprando. Ni siquiera te encandilará el nombre. Y ya ni siquiera lo intentan: “Start the Revolution Without Me” (Downtown / Fiction / Co-Op, 2012), nombre irónico donde los haya, nos insta a pasar olímpicamente de ellos ya no sólo desde la frase, sino que es la reedición en versión norteamericana de su último y más fracasado álbum pero con cinco canciones añadidas que no sólo no añaden nada especialmente positivo, sino que fortalecen la idea de que Kaiser Chiefs están, lamentablemente, ultimando detalles y repartiéndose el bacalao de que, en este caso, cualquier tiempo pasado fue mejor y que no hay nada peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.
“Start the Revolution Without Me” mantiene el mismo espíritu de “The Future is Medieval” por una simple razón: es el mismo disco. ¿Diferencias? Pues “On the Run”, probablemente el mejor single desde “Ruby” pero un poco forzado en la actitud; “Kinda Girl You Are”, un intento por regresar a los aires del primer disco pero con una evidente pose macarra forzada, con las guitarras y las líneas de baja obligándose a generar ruido y acoples y manteniéndose demasiado plásticas; “Cousin in the Bronx”, una canción que canta demasiado que es para el mercado americano (les falta meter a un rapero) y que pretende conectar con cierta ala del purismo mod (su gran cuenta pendiente); “Problem Solved”, una canción bastante redondita aunque falta de un estribillo potente (como las canciones mediocres de Kasabian); o “Can’t Mind My Own Business”, una especie de parodia en negativo de Phoenix. Del resto, se quedaron con (supuestamente) lo mejor de su anterior placa (o de la misma pero editada en su país, vamos) pero se quitaron de encima un tema como “Long Way from Celebrating”, de lo más cañero del disco en su primera versión. Lo que quedan son canciones que parecen querer emular a la vez a The Stone Roses, The Jam y Devo pero en una versión moderna en la que es bastante complicado que, tras escuchar las canciones, se te quede pegado algún riff o estribillos. Malos negocios, prontos finales.
[Alan Queipo]