Nathanael West es mayormente conocido por dos libros. Lo que es muy significativo, teniendo en cuenta que tan sólo tuvo tiempo a escribir cuatro novelas antes de morir junto a su esposa en un accidente de tráfico justo un día después de que su gran amigo F. Scott Fitzgerald falleciera de un ataque al corazón. El primero de esos manuscritos es, sin lugar a dudas, «Miss Lonelyheart» (1933), donde West conseguía retratar cómo un periodista que coge un trabajo alimenticio respondiendo la columna sentimental de la Srta. Lonelyheart acaba por deslizarse pendiente abajo hacia una depresión galopante plenamente reconocible como uno de los síntomas de la postmodernidad urbana. El segundo libro es «El Día de la Langosta» (1939), más que probablemente la cima de este autor y donde mejor queda al descubierto la fina línea que separa el quiebro de un sueño americano de la locura clínica psicológica: es esta novela un choque frontal del protagonista contra un Hollywood repleto de guionistas en paro y de actrices que nunca llegarán a nada, una perforación cada vez más profundas en las simas abiertas, precisamente, por Fitzgerald. Ambos trabajos, sea como sea, se centran en la versión más cosmopolita de ese sueño americano que, para cuando West afilaba su pluma, ya había dado suficientes muestras de ser un trampantojo risible y quimérico.
«A Cool Million. Desmontando a Lemuel Pitkin» (1936), publicado en nuestro país por Gallo Nero, viene a rellenar el espacio vacío que quedaría en el intento de Nathanael West de retratar el quiebro del sueño americano si el autor hubiera pasado pasado por alto que hay otra vertiente de este hecho mucho menos brillante pero igual de acuciante: el sueño yanki rural. La historia de todos esos paletos que salen de sus puebluchos con dos dólares en el bolsillo y con el corazón impregnado de la creencia de que en EEUU cualquiera puede labrarse su propia riqueza por mucho que provenga de un punto de partida humilde y desesperanzado. Así empieza la historia de Lemuel Pitkin: cuando a su madre le amenazan con embargarle su casa, el buen hijo hipoteca la vaca de la familia (su único sustento) creyendo a pies juntillas que subiéndose a un tren con calderilla en el bolsillo podrá regresar en menos de tres meses con dinero suficiente para salvar la situación de su familia. En el primer giro sublime de «A Cool Million«, Lemuel nunca bajará del tren… por su propio pie. Sino que se verá envuelto en una serie de malentendidos que acabarán con sus huesos en la carcel, donde le arrancarán todos los dientes (medicina de prevención) nada más llegar. A partir de aquí, el libro de West se convierte en un crescendo de despropósitos y surrealismos menos poéticos que los de «El Día de la Langosta» y, por el contrario, mucho más humorísticos: da igual que, poco a poco, Pitkin se vaya convirtiendo en un ser tullido y lisiado al que se le va cercenando la dignidiad física, porque lo importante es que nunca pierde la dignidad moral.
Y lo gracioso es que Lemuel no entiende qué es eso de la dignidad moral. De hecho, el protagonista de West resulta arrebatador como paleto cabeza hueca que, sin embargo, encandila por su bonhomía, su humildad y su simpleza mental. A su alrededor, los diversas fuerzas del capitalismo (la economía déspota encarnada en el banquero o las implacables facciones políticas) van zarandeándole como a un pelele incapaz de escribir su propia historia… Y lo mejor de todo es que West consigue que el desmontaje (literal y figurado) de su personaje no incurra nunca en el peligro del dramón, sino que siempre cae del lado del humor recalcitrante capaz de arrancar en el lector la risa más sana. En el sublime giro final, sin embargo, Nathanael West desvela su intención última: retratar la verdadera génesis de los héroes norteamericanos. La vida sin sentido de Pitkin, quien siempre siguió un camino que otros marcaban, acaba con la violencia de una bala. Es entonces cuando las mismas fuerzas capitalistas que lo han utilizado como un peón lo ensalzan como un héroe… Un pelele en vida convertido en héroe. Tan fácil como cambiar un par de detalles de su vida, falsear sus intenciones y ya tienes a una figura inspiradora para todos aquellos que siguen creyendo en el sueño americano. Un héroe que inspire a otros héroes. Un pez que muerde su propia cola en un juego absurdo y sin final.
[Raül De Tena]