Weyes Blood firma en «And In The Darkness, Hearts Aglow» una colección de himnos para capear la tormenta y hallar una vía de escape.
Cielo grisáceo, lluvia en la cara, aroma a tierra mojada, copas de los árboles rojizas, hojas esparcidas por el suelo, vidrios de ventanas empañados, días melancólicos… En medio del otoño, volvió Weyes Blood, vestida de hada de un cuento de fantasía, como venida de una época remota.
Al igual que hace tres años, cuando la vimos salir al escenario en una mágica noche portuguesa de noviembre. Pero, esta vez, ha reaparecido con su nuevo disco: “And In The Darkness, Hearts Aglow” (Sub Pop, 2022). Sopla el viento, se nota más el frío… De fondo, suena la deliciosa “It’s Not Just Me, It’s Everybody”.
En su anterior trabajo, el excelso “Titanic Rising” (Sub Pop, 2019), Natalie Mering abandonaba aquella primera línea privilegiada desde la que había observado la Tierra en “Front Row Seat To Earth” (Mexican Summer, 2016) para descender al fondo del mar. Con la historia legendaria del hundimiento del Titanic como eje metafórico, la californiana devolvía a Weyes Blood su condición de ente terrenal a través del cual expresar sus miedos ante la debacle humana y ambiental que se avecinaba.
Lo que no se imaginaba Natalie entonces es que ese desolador presagio se iba a cumplir de alguna manera antes de lo esperado cuando, un año después, el planeta se frenó por culpa de la pandemia y el paradigma de la sociedad occidental empezó a mostrar sus costuras. Aunque, en realidad, más que pronosticar ese escenario, lo que ella hacía en aquel álbum era avisarnos de que, si algún día se materializaba, no había que olvidarse de lo más importante: las emociones, los sentimientos y el amor. En definitiva, todo aquello que hace a una persona ser lo que es y vincularse con sus semejantes.
El mensaje final que deslizaba “Titanic Rising” (al menos, para nosotros) era que, escuchándolo, resultaba más sencillo intentar ver la luz al final del túnel, aun creyendo que el desenlace de la crisis global que vivimos no está tan cerca como parece. La prolongación de esta idea conforma la esencia de “And In The Darkness, Hearts Aglow”: sus canciones están pensadas para capear la tormenta y hallar una vía de escape.
Así que, en principio, este disco presenta un mayor (aunque moderado) optimismo con respecto a su predecesor. De hecho, la propia Weyes Blood confirmó que esta es la segunda parte de una trilogía inaugurada con “Titanic Rising” y que se integra en “una novela romántica distópica que procede de la oscuridad” cuyo siguiente capítulo debería ser el más esperanzador, por mucho que en “The Worst Is Done” cante que “dicen que lo peor ya está hecho y es hora de salir, pero creo que lo peor aún está por venir”. Por lo tanto, Natalie Mering está elaborando su mangum opus, que capture su visión de nuestra existencia en circunstancias convulsas y haga un retrato de una época en concreto con trazas de pasar a la posteridad.
Del mismo modo que en “Titanic Rising”, Weyes Blood parte en “And In The Darkness, Hearts Aglow” de su individualidad para expresar sentimientos colectivos que se encuentran bajo amenaza. De ahí que su corazón irradie una intensa luz hacia el exterior, con su pecho iluminado. Según sus palabras, en su interior “se rompió una barra luminosa que provocó una explosión de preocupación. Cuando tu corazón está envuelto en llamas, el humo te cubre los ojos”.
Por algo esta imagen cuasi religiosa protagoniza la portada y el diseño visual del disco. Pero Weyes Blood no se muestra aquí como un ángel redentor que viene a salvar a sus congéneres, sino que solo busca compartir todas las emociones que la invaden y que, al fin y al cabo, son las que siente todo el mundo. Por ejemplo, la pérdida del amor, metabolizada en “Grapevine”, mayestática pieza que ya pertenece al catálogo de himnos de Weyes Blood.
Precisamente, Weyes Blood pretende impedir que internet mate la estrella del amor… ¿Verdadero? ¿Natural? ¿Romántico? ¿Platónico? Sea como sea, el tipo de amor que rechaza el egoísmo y se construye fuera de la inmediatez digital a través de la interconectividad personal. La hipótesis que Natalie Mering plantea en “And In The Darkness, Hearts Aglow” afirma que la tiranía de la tecnología y su virtualidad condicionan la comunicación, multiplican la soledad incluso estando en compañía y deforman los sentimientos. Y tiene toda la razón.
Para desarrollar esta teoría y vislumbrar una solución al problema, Weyes Blood -como amante de la mitología- acude a los símbolos que la han moldeado: cinematográficos, como se advierte en los vídeos de las mencionadas “It’s Not Just Me, It’s Everybody” -un homenaje a “Levando Anclas”– y “Grapevine” -con referencia a James Dean-, en los que ella es la protagonista de la película, deseo que confesaba en su gran hit “Movies”; clásicos, como el de Narciso en “God Turn Me Into A Flower”, etérea alegoría de la vanidad tan característica de la era de las redes sociales; y musicales, caso de The Beach Boys, cuyo influjo se percibe en los arreglos de “Children Of The Empire” y en “Twin Flame”, una especie de “Kokomo” que cambia la frescura playera por la nocturnidad cósmica.
Al compás de “Hearts Aglow” y “A Given Thing” -en las que late con suavidad el corazón fosforescente de Natalie Mering– la noche cae temprano, se ven las chimeneas humeantes y un cuerpo se pega a otro en el calor del hogar. Así se palpa la vida real fuera de las pantallas, con su poesía, sus formas, sus colores y sus olores. Y así también se sienten las emociones sin filtros, mano a mano, piel con piel, beso a beso. Weyes Blood nos los recuerda en “And In The Darkness, Hearts Aglow” y lo seguirá haciendo en el futuro. Alabada sea. [Más información en la web de Weyes Blood // Escucha «And In The Darkness, Hearts Aglow» en Apple Music y en Spotify]