Recientemente, «Los Descendientes» de Alexander Payne hacía que muchos debatiéramos sobre un tema eterno en la buena literatura y en el buen cine: cómo lidiar con la herencia que te viene dada. Curiosamente, en aquel momento a nadie le dio por pensar que ese tema extensamente plasmado en incontables películas y libros tiene una traslación al mundo de la música mucho más pragmática: alejándose de la teoría, cada nuevo disco de una banda se enfrenta precisamente a la problemática de cómo tratar su propio legado, de cómo reaccionar ante o contra los álbumes que van dejando atrás (o la ausencia de ellos en el caso de los recién llegados). Puede que sea una reacción mucho menos poética pero, ciertamente, es una lucha mucho más intensa; sobre todo, si tenemos en cuenta la presión que suele añadir el hype mediático. Y todo esto viene a cuento al hablar de un disco como «Point of Go» (Bless’ngforce / Music as Usual, 2012) porque, para ponderarlo en su justa medida, hay que tener en cuenta el hecho de que Jonquil es ni más ni menos que la banda de Hugo Manuel (más conocido bajo el nombre de Chad Valley) y, sobre todo, que estos Jonquil no son los mismos que nos entregaron hace un par de años un «One Hundred Suns» (Try Harder, 2010) que llegaba en pleno auge del rock moderniqui británico.
De esta forma, está claro que la primera herencia que han de manejar Jonquil es precisamente la de su propia banda. Aquí hay que puntualizar, sin embargo, que la formación rodeando a Hugo Manuel ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos. Nuevos miembros significan nuevas relaciones creativas y nuevos ajustes entre procesos musicales… Y todo ello se trasluce en cambios sustanciales en el sonido de la banda. De hecho, desde los nuevos Jonquil han dejado bien claro que su nueva meta artística es una accesibilidad que se aleje de los antiguos tics «experimentales» que hacían más ariscas sus composiciones (ellos dicen «experimental«, pero hay que reconocer que múltiples fueron las voces que en su momento hablaron de «pretenciosidad«). Es esta, entonces, una lucha contra la herencia de la propia banda: los horizontes de las canciones de «Point of Go» se abren clamorosamente alejando las nubes de tormenta y dejando que se introduzcan preciosos rayos de la luz más pura que existe. Es decir: la del pop más esencial. Es inevitable pensar en una versión de líneas claras (y menos plasta) de Foals cuando se escucha la limpieza del sonido de temas como «Swells» (que abre el álbum poniendo el listón altísimo por la vía de unas arrebatadoras líneas de trompeta), «Mexico» (con esa guitarra de tropicalismo blandengue que calienta por dentro y por fuera) o «It’s My Part» (primer single de adelanto que paga el mayor peaje a la banda de Yannis Philippakis pero que, pese a ello, se ha revelado como un grower por excelencia gracias a sus toques de pop-funk encapsulados en un cencerro sutil que marca el ritmo con la ductilidad de una canción tradicional sudamericana).
El segundo legado a tener en cuenta es, sin lugar a duda, el que aporta el mismo Hugo Manuel después de haberse lanzado a explorar el synth-pop baleárico y ochentoso con resultados sublimes en su EP «Equatorial Ultravox» (V2, 2011) bajo el apodo de Chad Valley. En aquel trabajo destacaban dos rasgos que Manuel no ha dudado a la hora de incorporar a «Point of Go«. El primero es, sin duda, el mencionado rollo baleárico, que aquí se trenza con el tropicalismo post-Vampire Weekend para arrojar atmósferas nítidas que parten del mínimo común denominador de unos instrumentos siempre en su justa medida y en su máxima contención, como ocurre en «Run» (ochentera y chicletera hasta la médula) o en la dupla formada por uno de los actos más elevados del disco: «Point of Go (Part 1)» y «Point of Go (Part 2)«, donde la primera sirve de dulce apertura para esa segunda parte en la que todo queda supeditado a uno de los estribillos más pegadizos de la temporada. El segundo rasgo que brillaba en «Equatorial Ultravox» y que se incorpora aquí es precisamente la utilización de la voz de Hugo como un instrumento más. Eso sí, lo que allá se utilizaba apoyándose en múltiples capas, aquí se deja siempre en un único plano (más adecuado para los formatos poperos de las canciones) que rara vez se despega de las letras y que, aun así, consigue llegar a lugares a los que el artista todavía no había llegado, como la atemperada «History of Headaches», donde las notas sostenidas en la garganta de Manuel sirven para apuntalar los cimientos de un crescendo escalofriante hacia un grand finale que eleve las almas hacia el final del disco.
Es precisamente esta utilización histriónica de la voz de Hugo Manuel la que conduce irremediablemente hacia la referencia de otra banda, Everything Everything, que no acabó de cuajar en la coyuntura de una escena británica en la que chirriaban estruendosamente. Por la voz de Jonathan Higgs, claro, pero sobre todo por su acercamiento excesivamente experimental a las formas habituales del pop de guitarras. Con «Point of Go«, sin embargo, Jonquil han limado la experimentalidad de su propuesta y la voz de Manuel consigue anclarse en un punto intermedio entre la belleza de su vuelo libre como Chad Valley y un tono más amigable para el oyente medio. Han luchado contra cierta parte de su legado a la vez que han abrazado la parte de su herencia más abrazable. Y lo mejor de todo es que lo han hecho consiguiendo que «Point of Go«, su tercer álbum, suene tan fresco como un debut y tan avanzado como un trabajo de madurez… Clase magistral sobre gestión de herencias.
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