El festival Vilar de Mouros 2022 escribió una página más de su particular libro sobre historia de la música… Y aquí te lo explicamos todo.
Varias camisetas de Suede o Simple Minds, algunas indumentarias góticas y rockeras, numerosos visitantes españoles, muchos campistas cargando equipaje como para dar una vuelta al globo terráqueo… Vilar de Mouros volvía a agitarse con un continuo trasiego de gente que atravesaba su emblemático puente medieval generado por el festival que acoge la pequeña aldea del norte de Portugal desde 1971. Regresaba así, tras dos años de parón obligado por la pandemia, el evento musical al aire libre más antiguo de la península Ibérica.
El agradable ambiente animado con música de fondo que salía de alguno de los bares locales y las orillas del río Coura salpicadas de cuerpos tumbados al sol o metidos en el agua dándose un chapuzón no presagiaban el bullicio que se viviría dentro del recinto. Como siempre sucede en el Vilar de Mouros, lo que se ha convertido en un elemento diferenciador del certamen.
En el centro neurálgico del festival, su extensa explanada -cuyo armónico perfil verde se rompía, desgraciadamente, por la negrura del monte quemado semanas antes- acogió sin que se notase ninguna apretura el jueves y el viernes en torno a 18.000 personas cada día; y el sábado, casi a 24.000. Es decir, que el Vilar de Mouros 2022 alcanzó su pico de asistencia desde que volvió en 2016.
Al otro lado de esa zona, el escenario clásico -preparado para rematar con una fiesta cada noche- en el que su historia empezó recordaba que allí ya habían sucedido otros acontecimientos importantes. Acontecimientos como, por ejemplo, la mítica edición de 1982, en la que participaron unos tales U2 y que marcó realmente el inicio de la posterior trayectoria del festival.
Hoy en día, superado su 50 Aniversario, el Vilar de Mouros ha dejado atrás definitivamente su recorrido guadianesco, ha encontrado la estabilidad y se ha asentado de nuevo como cita musical de referencia en el país vecino. Sobre todo para todos aquellos aficionados que buscan ver en directo grupos y artistas colmados de experiencia que forman parte de las enciclopedias de sus respectivos géneros.
Esta filosofía, sin embargo, seduce a un público de todas las edades, no sólo al más curtido, circunstancia que se ha repetido en 2022. Ese es justamente uno de los grandes valores del Vilar de Mouros: hacer de la veteranía un polo de atracción transversal que, pese a las apariencias, no se regodea en la nostalgia, sino que se enfoca hacia el presente. Y también hacia el futuro que le espera al festival portugués para seguir expandiendo su lustrosa historia.
Jueves 25 de agosto: Así se suda la camisa
en Vilar de Mouros 2022
The Black Teddys aprovecharon la oportunidad que habitualmente ofrece el Vilar de Mouros como escaparate a las bandas lusas (de las menos conocidas a las más famosas) para lucir un indie-rock que se aproximaba demasiado a Arctic Monkeys. De hecho, los ademanes vocales de su cantante y guitarrista, Carlos André Favinha, resultaban similares a los de Alex Turner.
A pesar de la evidente comparación, el grupo se movió con soltura tanto por pasajes arenosos de tempos medios y melódicos como por tramos briosos en los que la electricidad se desparramaba. The Black Teddys no inventaron la pólvora, pero sonaron más que correctos. Buena manera de comenzar la tarde, que iba a ser muy sinuosa.
Primero, gracias a Battles, que sorprendieron con un arranque entre estridente y tribal. Quizá no era el grupo prototípico de Vilar de Mouros por su exceso de experimentación, pero Ian Williams y John Stanier supieron encajar su math rock instrumental rocoso por fuera -especialmente por la percusión de Stanier– pero con mucho groove por dentro y aderezado con múltiples samples.
En algunos momentos, el dúo sacó la escuadra y el cartabón con el fin de armar un rock poliédrico que acababa deconstruido. En otros, recurrían a ritmos sincopados con efectos bailables. Y, cuando querían estirar al máximo su sonido, se introducían en fases que iban del rock progresivo al kraut / kosmische. Battles fueron una apuesta arriesgada que se saldó positivamente.
Después, entró en acción uno de esos nombres que se sabía que tarde o temprano caería en Vilar de Mouros: Gary Numan. Con todo, no lo iba a hacer estrictamente como mito del tecnopop, sino también como gurú del synthgoth. Desde mediados de los 90, Numan bascula entre el cyberpunk y el rock industrial, y rodeado de ese halo aterrizó en Portugal. Por eso no debería haber extrañado que pareciese una especie de Marilyn Manson que había erigido la cúpula del trueno de “Mad Max” en tierras mourenses.
Su concierto, por tanto, siguió la línea dura de sus últimos discos, caso del más reciente de ellos, “Intruder”. Secundado por un guitarrista y un bajista siniestros, el londinense creó una atmósfera humeante y en penumbra bajo la que se sentía como pez en el agua. Quedó claro que Gary Numan no había acudido a reverdecer viejos laureles ochenteros, sino a demostrar que es un compositor pegado a la actualidad, en todos los sentidos.
Excepto, lógicamente, cuando rescató “Cars” y “Are Friends Electric?”, dos himnos sintéticos que no desentonaron con el tono sombrío del resto del repertorio, aunque sirvieron para que rebajase la intensidad mística de su interpretación. De esa forma, Gary Numan confirmó que ha sabido evolucionar adaptándose a un estilo que ha hecho suyo para perdurar en el tiempo sin deformar su influyente figura artística.
En las horas previas a su salida, se notaba que Placebo era una de las bandas más esperadas de la jornada por sus fans. Y hay que recalcar lo de ‘fans’ porque Brian Molko y Stefan Olsdal plantearon su actuación pensando en ellos al centrarse en “Never Let Me Go”, su retorno discográfico tras casi una década de silencio. Con lo cual, aquellas personas que no lo hubieran catado adecuadamente se iban a desorientar en un set en el que hubo escasas concesiones ajenas a ese trabajo (por ejemplo, “For What It’s Worth” o “The Bitter End”). Esto es lo que se supone que debe hacer todo grupo que quiera dar el valor que merece a sus canciones nuevas, con el peligro de que solo la parte de los más fieles disfrute al 100%.
Y eso fue lo que se apreció: una división de reacciones a la que tampoco ayudó la nula conexión de Molko -compensada por los gestos de Olsdal– con el público, más preocupado en resolver problemas técnicos y en fumar sus cigarrillos. Esto no significa que Placebo hubiesen naufragado. Al contrario: elaboraron un directo compacto y bien hilvanado que no dejó hueco para los fuegos artificiales de los grandes éxitos de la banda. Eso sí, no faltó un tema esencial en sus shows: “Running Up That Hill”, la versión de la original de Kate Bush incluida en aquel conjunto de covers que complementó “Sleeping With Ghosts” hace casi veinte años, con lo que la maniobra nada tenía que ver con la resurrección del tema por obra y gracia de “Stranger Things”. Otra vez, Placebo no necesitaban justificarse.
La estrategia de Suede fue diametralmente opuesta a la de Placebo: con su próximo disco en el horizonte, “Autofiction”, se olvidaron por completo de él y ofrecieron el concierto soñado, repleto de hits, con la única excepción de la nueva “She Still Leads Me On”, despachada en el inicio. A partir de ahí, Brett Anderson, aún con su camisa seca e impoluta, se dispuso a ejecutar una performance bombástica, apasionada, visceral y emocional.
Se terminaban los adjetivos para describir una actuación portentosa que constató que Brett y Suede se encuentran en una etapa inspirada tanto en estudio como en vivo que se enlaza directamente con su era dorada: los 90. Y en aquella época se basó su setlist, para regocijo de todos los presentes (incluidos los testigos casuales).
Sonaron todos los sencillos que encumbraron a Suede como pilares del pop-rock británico. Quien quería elegancia, la halló en “She” y “Filmstar”; quien buscaba épica, la escuchó en “Animal Nitrate” y “We Are The Pigs”; quien prefería sensibilidad, la tuvo en “Everything Will Flow”, “So Young” y “She’s In Fashion”, que tocó la fibra al máximo en clave acústica; y quien quería vivir en sus carnes una apoteosis, esta explotó con “Trash”, “Can’t Get Enough”, “Metal Mickey” y, sobre todo, “Beautiful Ones”, coreada colectivamente de principio a fin.
En ese punto, Brett Anderson ya estaba totalmente empapado y con la sonrisa de felicidad que se dibuja en el rostro cuando artista y público conectan en simbiosis absoluta. De hecho, no se resistió a descender al foso para disfrutar cara a cara con su entregada audiencia, tal como le gusta hacer cuando tiene la ocasión. No se le podía pedir más a él ni al grupo en un directo que pasó al libro de oro del Vilar de Mouros.
Viernes 26 de agosto. Vivo y coleando (no te olvides de mí)
Los obstáculos que tuvo que afrontar la organización para cerrar el cartel de la edición de 2022 propiciaron, paradójicamente, que la caída de Limp Bizkit y Hoobastank y su rápida sustitución por Simple Minds y Black Rebel Motorcycle Club mejorasen el panorama de la segunda jornada.
Por lo percibido sobre el terreno, esos cambios contribuyeron a atraer más asistentes a la aldea portuguesa. Una circunstancia que vino de maravilla a Non Talkers para contar con un recibimiento mayor del que se hubieran imaginado. Como si fuesen un eslabón perdido entre Fleetwood Mac y The Corrs, Marco y Evita Brantner empastaban e intercalaban su voces con la suavidad que requería su pop-folk de raíz americana, pulcro y aseado.
Dado que el Vilar de Mouros se denominó en su día el Woodstock portugués, hicieron un guiño al original mediante una versión de “Piece Of My Heart” de Janis Joplin. Y, rememorando aquella recordada edición de 1982 del festival luso, también releyeron “Out Of Control” de los U2 primerizos. Con Non Talkers primaron la alegría y el optimismo…
En cambio, con Clawfinger, no. Atención, pregunta: ¿a quién le resulta familiar en 2022 el nombre de este grupo? Sí, es ese que se hizo famosillo en España en 1995 al aparecer en el recopilatorio “Vértigo” con su tema más célebre, “Do What I Say”. Precisamente, fue el que los suecos reservaron para dar carpetazo a un concierto que sonó desfasado. Ya lo decía su emblema en la pantalla de fondo: “Rapmetal desde 1993”. Como banda pionera del subgénero, Clawfinger aplicaron todos los clichés correspondientes: parte metalera salvaje, rapeados lanzados como disparos de ametralladora por Zak Tell y el bajista haciendo el remolino con la melena. Nada más (y nada menos).
A su manera, Black Rebel Motorcycle Club también respetaron al dedillo el canon de su estilo: el noise-rock. Daba la sensación de que habían revisado la actuación de The Jesus And Mary Chain cinco años atrás en el mismo lugar, porque podían haber pasado sin problema por sus dobles estadounidenses. Bueno, eso ya lo sugerían desde su irrupción a principios de los 2000, aunque en Vilar de Mouros se mostraron más sombríos y amenazantes que los hermanos Reid.
Robert Levon Been y Peter Hayes (encapuchado en todo momento) exprimieron los pedales de efectos a su gusto y soltaron distorsión a borbotones mientras Leah Shapiro marcaba el compás cual bestia armada con baquetas. Guitarrazo a guitarrazo, los californianos exhibieron potencia, solidez y contundencia dando latigazos a diestra y siniestra con “Stop”, “Berlin”, “Spread Your Love” o “Whatever Happened To My Rock And Roll”, excusa ideal para que BRMC enseñasen su vena más punk y se despidieran de una forma atronadora. Entraron a última hora en el Vilar de Mouros 2022 y salieron por la puerta grande.
La misma dirección siguieron Simple Minds… con matices. Por un lado, se estrenaban en el festival como una de esas bandas que hay que ver en directo al menos una vez en la vida. Pero, por otro, existían dudas sobre las prestaciones de Jim Kerr, superviviente fundacional -junto con Charlie Burchill– de unos Simple Minds embarcados en la gira “40 Years Of Hits”.
Cuando Kerr, al poco de empezar, confesó que sufría una dolencia en las piernas -haciéndole la competencia a Iggy Pop y su maltrecha cadera, que se dejarían ver la jornada siguiente-, aunque cantaría con todo su corazón, no mentía: se movió lo justo pero mantuvo el tipo con el micrófono, tanto en momentos efusivos (“Act Of Love”, “Someone Somewhere (In Summertime)”) como en tramos intimistas en los que, literalmente, susurraba (“Belfast Child”).
Eso sí, en cuanto surgía la oportunidad, Kerr trasladaba todo el protagonismo al público para que alzase las manos (recurso del cual abusó…) o para que lo acompañara a modo de karaoke, como si buscase coger fuelle. De hecho, en el tema más esperado de la noche, “Don’t You (Forget About Me)”, la jugada se le fue de las manos provocando que el gentío canturreara su pegadizo ‘lalalala’ a lo largo de más de tres minutos. Exagerado… y muy gozado.
Menos mal que Jim Kerr tuvo una enorme ayuda en las tres componentes femeninas del grupo: Berenice Scott no solo dio brillo con sus teclados, sino que también se puso al frente con su keytar en “Theme For Great Cities”; Sarah Brown aportó un contrapunto vocal fino a la par que vigoroso; pero, sobre todo, fue Cherisse Osei la que exhibió todo su girl power tras la batería. Parafraseando el single que cerró la actuación por todo lo alto, “Alive And Kicking”, Jim Kerr constató que continúa vivo y coleando (a pesar de los achaques). Y Simple Minds evocaron con fidelidad cómo sonaron aquellos 80 en los que fueron los reyes de la nueva ola.
El ecléctico viernes del Vilar de Mouros 2022, reflejo del espíritu musical del festival, finalizó con Tara Perdida, experimentada banda (con 27 años a sus espaldas) punk y hard rock con gran seguimiento en Portugal que provocó que se levantara una buena polvareda en las filas delanteras entre botes, brincos y griterío, pero había que dosificar fuerzas…
Horas más tarde, se pondría el broche definitivo al festival con Iggy Pop o Bauhaus, casualmente pocos días antes de que se anunciara que Peter Murphy entraría en rehabilitación por motivos de salud con la consecuente cancelación de la gira del grupo. Así funciona el Vilar de Mouros, como un libro sobre historia de la música que se escribe en tiempo real. Sus próximas páginas se abrirán del 24 al 26 agosto de 2023. [FOTOS: Ovídio de Sousa] [Más información en la web de Vilar de Mouros]