Marie Aubert se atreve en su novela «Adultos» con algo de lo que nadie hable: la frustración de las mujeres que quieren ser madres pasados los 40.
«Cuando mamá cumplió cuarenta en algún momento de la década de los noventa, le dieron una tarjeta en la que ponía «Life begins at forty!». Todavía me acuerdo de aquella tarjeta, estaba llena de fuegos artificiales y estrellas fugaces. A mamá le hizo gracia y se apropió de la expresión, se pasó todo el año diciendo «Life begins at forty!», y sus amigas brindaban por eso. Las recuerdo como señoras de cierta edad, con el pintalabios reseco y niños en edad escolar, y cuando se juntaban decían que era una «reunión de señoras». Cuando yo cumplí cuarenta, todo siguió exactamente igual que antes, no tuve en absoluto la sensación de que la vida empezara en aquel momento. Durante la cena, una amiga me dijo que tenía buen aspecto, pretendía ser una especie de consuelo, justo después dijo que era bueno estar sola porque te daba la oportunidad de conocerte mejor a ti misma, yo pensé que en realidad preferiría conocer a otra gente.«
Este párrafo brilla de forma fulgorosa en el primer tramo de «Adultos«, la novela publicada por la editorial Nórdica con la que Marie Aubert habla en voz alta de una situación que cada vez es más común y de la que, sin embargo, casi nadie se atreve a hablar en voz alta. No porque sea tabú, sino porque, simple y llanamente, es un tipo de intimidad lo suficientemente nueva como avergonzar a muchas de las personas que la viven hasta el punto de no querer hablar de ella abiertamente.
La protagonista de «Adultos» es Ida, una arquitecta soltera que no tiene hijos y que vive su mejor momento. O eso dice todo el mundo. Vista desde fuera, su existencia es un ejemplo de éxito y empoderamiento: una mujer que no necesita de los hombres (ni de nadie) para haber triunfado en su carrera y para vivir su día a día hasta las últimas consecuencias. Lo que ocurre es que a la protagonista de Aubert la conocemos justo en un viaje largo de autobús, donde no puede evitar odiar a un niño que la está molestando con su iPad a toda pastilla. ¿Es este el primer indicio de que algo no anda bien… o de que algo anda precisamente bien?
Porque odiar a los niños que nos importunan es algo que hacemos todos, pero que pocos admiten. Aubert se atreve, y ya nos pone en la senda de lo que va a seguir haciendo en el resto de su novela: hablar de verdades incómodas que todos eludimos mencionar. Aun así, «Adultos» va mucho más allá, y pronto contextualiza la situación de Ida lejos del marco en el que se percibe como triunfal. La conocemos pasando unos días en la casa de vacaciones de su familia, donde se encuentra con su hermana, el marido de esta y su hija (hijastra para su hermana). Se reúnen para celebrar el cumpleaños de su madre, que llega poco después en compañía de su actual pareja.
En este otro contexto, es imposible no percibir a Ida de forma menos triunfal… porque es que ella misma se dedica a observar de forma obsesiva las grietas que van resquebrajando el armazón que muestra el mundo. «Duermo sola y me despierto sola, estoy sola cuando voy al trabajo y sola cuando vuelvo, no me quejo, no hay que ser quejica. Pero la soledad es un círculo que no deja de crecer a no ser que aparezca un novio«, piensa en cierto momento, haciendo suyo ese pensamiento tradicional que ningunea la soltería y juzga la soledad como algo antinatural que únicamente puede cortarse por lo sano de una única manera: emparejándose. Y procreando. Metiéndose de lleno en el círculo vicioso que vivieron nuestras madres y nuestras abuelas y nuestras bisabuelas y nuestras tatarabuelas y así hasta el infinito y más allá.
Ida es un personaje repleto de inseguridades, por mucho que sea consciente de que esas inseguridades son herencia heteropatriarcal. No puede evitar pensar que se le está pasando el arroz, sobre todo cuando su hermana le anuncia que por fin se ha quedado embarazada después de muchos (y muy frustrantes) intentos. El anuncio coincide con una llamada de teléfono devastadora en la que el médico de Ida le revela el resultado de los análisis de los óvulos que ella quiere congelar y que, desgraciadamente, no va a poder congelar porque ya no tienen la calidad suficiente. «Se te pasó el arroz» deja de ser un tropo del pasado heteropatriarcal y se convierte en un presente avalado por la ciencia.
Poco a poco, Marie Aubert va envalentonándose en su voluntad de abordar los claroscuros que nadie se atreve a mostrar en este tipo de retratos: la envidia a su hermana, la actitud saboteadora (hacia una misma y hacia lo envidiado), el lento caminar hacia una oscuridad mental que, lejos de arrojar una visión negativa de la feminidad, lo que hace más bien es arrojar una visión realista. Los acontecimientos de «Adultos» se precipitan de la forma en la que se precipitan en la vida real: una noche de borrachera y un beso no correspondido, una decisión impulsiva y una niña que tiene un pequeño accidente… Una carrera de huida en la que Ida va quemando puentes y dejando cadáveres (figurados, nada que temer) a su paso.
Una carrera de huida en la que Aubert convierte su novela en un vibrante, certero, honesto, descarnado pero sereno retrato de esa mujer que acaba de pasar la cumbre de los 40 y de la que nadie habla. «Adultos» afronta de manera frontal el choque de la moral tradicional (todavía extremadamente poderosa) contra los nuevos modelos de feminidad, y lo hace sin necesidad de buscar el final feliz. Porque, al final de todo, incluso en lo más oscuro del viaje de Ida a las entrañas de la esquizofrenia a la que nos ha arrojado el heteropatriarcado, sabemos que la protagonista saldrá adelante. Que todo se solucionará. Que las familias se pelean y las hermanas se hacen daño precisamente porque se adoran. Que duele asumir que no serás madre (biológica), pero que el futuro sigue estando lleno de posibilidades.
Y que Ida está viviendo su mejor momento, pero incluso los mejores momentos están sembrados de tristezas e incertidumbre. Porque la importancia crucial de una novela como «Adultos» es precisamente que no toma partido, ni hacia el optimismo ni hacia el pesisimo. Simplemente retrata una realidad por la que tantas mujeres están pasando en pleno año 2022. Y eso, en tiempos de Ana Iris Simón y su apología de la moral tradicional y de la maternidad como respuesta nostálgica de regreso a una situación que solo beneficiaba a cierta parte de la sociedad, es más necesario que nunca. Nadie está diciendo que esto sea mejor o peor… Simplemente, esto es lo que hay. En toda su complejidad y belleza. [Más información en el Twitter de Marie Aubert y en la web de la editorial Nórdica]