Kevin Barnes, fundador, conductor, cantante y guitarrista de Of Montreal, debe de ser un tipo extraño: bautizó a su banda en honor a la ciudad de procedencia de una de sus ex-novias, recurrió a la frase “el pájaro que continúa comiendo la flor del conejo” para titular su primera referencia y, sin contar singles ni EPs, ya superó la decena de álbumes publicados. Confirmado, es un tío raro. Pero no tanto por haberse labrado una trayectoria prolífica (a pesar de que esta meta cada vez resulta más difícil de lograr), ya que ese hecho refleja, justamente, su hiperactividad y el torrente de ideas que pululan por su cabeza; ni tampoco por haber pertenecido al legendario colectivo Elephant 6 (aunque en su seno viviera una burbujeante locura al haber compartido ideas con The Apples In Stereo, Neutral Milk Hotel, Beulah o Elf Power, entre otros) puesto que su influencia fue primordial en su evolución artística… De hecho, una parte del poliédrico sonido que define a Of Montreal no tendría sentido sin el contacto con esos y otros nombres que se fueron empujando mutuamente hacia el libertinaje creativo para superar los convencionalismos del pop, del rock y de otros estilos afines; y la otra parte procede directamente de la inquieta mente de Barnes, músico en constante ebullición que se atreve a tocar todos los palos para aplicarles su peculiarísima personalidad.
Una tarea que el de Athens (sí, es convecino de R.E.M.) lleva realizando desde hace quince años montado en una montaña rusa que le llevó a cumbres donde se topó con las musas de la inspiración (en el beatleliano y psicodélico “The Gay Parade” -Bar None, 1999-; en el setentero y progresivo “Hissing Fauna, Are You The Destroyer?” -Polyvinyl, 2007-; o en el ecléctico y reciente “False Priest” -Polyvinyl, 2010-) y a valles desérticos (en ocasiones contadas, todo hay que decirlo). En cualquier caso, lo que nunca le faltó fue imaginación para construir un universo propio y tremendamente reconocible: fuese cual fuese el camino tomado, se sabía que quienes lo recorrían eran Of Montreal. O, mejor dicho, Kevin Barnes. Porque, de un tiempo a esta parte, su grupo ya no se puede entender como tal, sino como el proyecto de un hombre que se rodea de diversos colaboradores para ejecutar su plan maestro.
Este cambio en la estructura y en el planteamiento de la banda sirvió de base a un discurso cada vez más privado, reflejo inevitable de la ajetreada vida de Barnes. En épocas pasadas, las excursiones surrealistas y psicotrópicas de Of Montreal (reforzadas por una lírica extracorpórea de la que se obtenían ciertas experiencias sensoriales) habían creado escuela dentro del sector libertario del pop-rock. Pero, a día de hoy, aun conservando ese espíritu descocado, las palabras de Barnes pretenden transmitir sus propias cuitas y preocupaciones. Antes ya lo había llevado a la práctica en varias canciones, aunque no mediante un álbum entero: el profundo “Skeletal Lamping” (Polyvinyl, 2008) podía haber actuado como tratamiento anti-choque contra los dolores internos de su autor, pero sólo fue un amago comparado con “Paralytic Stalks” (Polynivyl, 2012).
Durante la elaboración de este su undécimo álbum, Barnes había anunciado que en él se advertirían las consecuencias de las situaciones negativas vividas en el último tramo de su existencia. Y así lo acabó haciendo. Eso sí, no se debería denominar “Paralyitc Stalks” como un LP oscuro al uso, ya que, a excepción de “Gelid Ascent”, el norteamericano prolonga su querencia por los sonidos más luminosos y animosos de los 70: glam (deconstruido y cortado abruptamente en “Spiteful Intervention”), prog-pop coral (la ya conocida “Dour Percentage” remite tanto a Bee Gees como a Supertramp), pop sinfónico (“We Will Commit Wolf Murder”) y, sorprendentemente, acústica amable y aséptica (“Malefic Dowery”). Otro asunto son los textos, convertidos en metáforas a cada cual más extravagante que alcanza su cénit en el segundo tramo del disco, donde Barnes se desata absolutamente en cuatro cortes que no bajan de los siete minutos de duración. Así, vuelve a ofrecer su visión del funk llevándolo más allá de los límites permitidos por los cánones (como a lo largo de su carrera) en “Ye, Renew The Plaintiff” (funciona como dos canciones en una) y “Authentic Pyrrhic Remission”; recupera el pop (deformado) con la cósmica “Wintered Debts”; y se coloca definitivamente la camisa de fuerza en “Exorcicism Breeding Knife”, tétrica y esquizofrénica hasta rozar el desvarío, lo que provoca que en esta mitad del LP se diluya su concreción inicial.
“Paralyitc Stalks” no pasa por ser la mejor obra de Kevin Barnes, todo un loco de atar (no se sabe si por su genialidad o por su manera de interpretar el oficio musical…). No obstante, el de Athens conserva su imagen de rara avis dentro del universo alternativo y Of Montreal la de gran amplificador de sus experimentos sonoros, necesarios para desatascar oídos, cerebros y corazones, a pesar de que, una vez rematados sus viajes triposos, no aseguren llegar a un final feliz.