¿Por qué es un error de percepción pensar que «Bola Ocho» es el libro que confirma a Elizabeth Geoghegan como heredera de Lucia Berlin? Lo analizamos en esta reseña.
En el año 2014, el nombre y el apellido de Lucia Berlin de repente estaban en boca de absolutamente todo el mundo gracias a «Manual para Señoras de la Limpieza«, una compilación de relatos seleccionados y reunidos por Stephen Emerson y prologados por Lydia Davis. El público cayó automáticamente rendido ante una mirada observadora para el detalle, una voz cargada de humor y una pluma capaz de abordar situaciones tremendas (adicciones, caídas en desgracias…) desde las antípodas del tremendismo. ¿Lo curioso del caso? En 2014 hacía precisamente diez años que Lucia Berlin había muerto.
Ahora, en pleno año 2022, la editorial Nórdica publica en nuestro país «Bola Ocho» de Elizabeth Geoghegan. Y la promoción del libro viene con un subrayado: su autora no solo fue discípula de Berlin, sino también una amiga cercana que le acompañó en sus últimos días de vida. Esto justifica que, obviamente, esta recopilación de ocho relatos de Geoghegan esté siendo analizada constantemente a la sombra cada vez más alargada de su mentora. Pero eso puede que sea una pequeña gran injusticia.
Al fin y al cabo, hay que reconocer que en los relatos de «Bola Ocho» hay bastante de Lucia Berlin. Sería absurdo obcecarse en lo contrario. El relato que da nombre al tomo (una «eightball» es una medida de droga, normalmente de cocaína), el más largo de todos ellos, narra la historia de una chica que intenta salvar a su hermano mayor de su adicción a las drogas y, por el camino, se da cuenta de lo poco que significa para el que para ella es, sin embargo, su héroe. Las drogas campan a sus anchas por otros relatos, y la mayoría de ellos están punteados por momentos de bajeza moral que es asumida como parte de la vida misma, no como un bache y mucho menos como un drama.
Quedarse en todas estas similitudes con la mentora de Elizabeth Geoghegan, sin embargo, significa pasar por alto que, unos al lado de los otros, los relatos de «Bolo Ocho» construyen un imaginario literario con unas constantes sólidas y fascinantes. La primera de ellas es, sin lugar a dudas, la delicadeza afiladísima con la que la autora retrata a mujeres a la deriva. Por algún motivo u otro, la mayor parte de las protagonistas de estos relatos parecen habitar un purgatorio que debería ser transitorio pero que se siente como poderosamente aletargado en el tiempo. Mujeres que se cuelgan del hombre menos indicado, mujeres perdidas en noches de fiesta, mujeres que buscan la iluminación espiritual, mujeres estancadas en países extranjeros a la búsqueda de novios potencialmente muertos… Así son las mujeres de Geoghegan, y todas ellas están retratadas con cercanía pero sin piedad.
La segunda constante que aparece en «Bola Ocho» es la mezcla de desarraigo y enajenación en la que viven todas esas mujeres. Muchos son los relatos que tienen lugar en tierras lejanas a los EEUU, ya sea la exótica Bali o la temperamental Italia. Y, en todos ellos, Geoghegan muestra una pericia magistral a la hora de poner sobre la mesa el hecho de que, más que enriquecernos espiritualmente, la facilidad para viajar y entrar en contacto con otras culturas tan propia de la era de la globalización ha servido más bien para desorientarnos. Para inflar nuestras expectativas y, por la vía de la frustración y la desilusión, obligarnos a aceptar que nuestras vidas nunca serán tal y como nos vendieron que serían.
Más allá de esas constantes, y tal y como se agradece en las recopilaciones de relatos, Elizabeth Geoghegan mariposea de un texto a otro para explorar diferentes tesituras de tono y forma. Huyendo del aburrimiento y la homogeneidad, «Bola Ocho» se articula como un gozoso laboratorio en el que la autora va probando diferentes mezclas a partir de los elementos básicos de sus probetas: hay relatos más serios y otros más humorísticos, los hay más irónicos y otros son más «on your face«. Pero Geoghegan consigue que estas variaciones tonales no desentonen (nunca mejor dicho) en un conjunto cohesionado por su mirada.
«Digamos que eran señales. Había señales, claro. Pero no estaría contando esta historia si hubiera hecho caso de las señales«, escribe la autora en uno de sus relatos. Y, de alguna forma u otra, le bastan y le sobran dos líneas para sintetizar su propia mirada literaria: una mirada capaz de captar (y plasmar) las señales, pero empeñada también en obviarlas… Porque solo cuando se obvian las señales, cuando se abren las puertas al error y se deja entrar a raudales sus consecuencias, es cuando surge la vida.
Y resulta que «Bola Ocho» es un libro lleno de vida que, a la vez, también es un mapa de entrada hacia la obra de Elizabeth Geoghegan. Porque, a diferencia de Lucia Berlin, a esta autora la descubrimos mientras todavía está viva… Y eso significa que todos los aciertos de esta recopilación de relatos solo pueden florecer en una carrera larga que promete grandes manuscritos futuros. [Más información en el Twitter de Elizabeth Geoghegan y en la web de la editorial Nórdica]