Lo decimos a las bravas: «Mythic Quest» es la joya oculta del catálogo de series de Apple TV+… Y en este artículo explicamos por qué.
Uno de los grandes misterios de la televisión moderna es precisamente por qué Apple TV+ no suele considerarse al lado de Netflix y HBO como uno de los grandes gigantes a la hora de crear contenido en streaming. Al fin y al cabo (y esto ya es una apreciación puramente personal), si me lo paro a pensar y hago un balance total, resulta que en los últimos meses he visto más series en Apple TV+ que en Netflix. Y, sobre todo, las series que he visto tienen un nivel de calidad comparable a HBO (en un nivel en el que ni de coña puede considerarse a Netflix).
Así a bote pronto, resulta que ya he visto series que me han apasionado tanto como «Foundation» (¿serie del año?), «La Historia de Lisey» (la conjunción de Stephen King y Pablo Larraín ha sido realmente loca), «Servant» (dándole una vuelta de tuerca al terror made in Shyamalan) o «The Morning Show» (metiendo el dedo en la herida del #metoo). Y en el campo de la comedia tampoco se queda corto el catálogo, con maravillas como «Ted Lasso» (de la que poco puede decirse porque su ristra de premios ya habla por sí sola) o «Schmigadoon» (a medio camino entre la comedia y el musical).
Pero si hay una serie de comedia que me ha sorprendido de forma realmente profunda en el servicio de streaming de Apple TV+ y a la que me parece que no se le está prestando la atención que merece es precisamente «Mythic Quest«. El principal motivo de esta ignominia puede ser, al fin y al cabo, que el espectador medio pueda considerar que se encuentra ante una serie exclusiva para geeks y gamers (lo que no es para nada verdad) o que es un producto destinado a lubricar la división de videojuegos de Apple (lo que tampoco es cierto).
Al fin y al cabo, la génesis de «Mythic Quest» ciertamente pudo levantar alguna que otra suspicacia. Dice la leyenda que Apple TV+ invitó a los creadores de la icónica «It’s Always Sunny in Philadelphia» a crear una sitcom para su nuevo servicio de streaming. Y que, de repente, Ubisoft (compañía de videojuegos responsable de sagas tan míticas como «Assassin’s Creed» o «Far Cry«) se metió en medio y empezó a forzar la maquinaria para que Rob McElhenney, Charlie Day y Megan Ganz crearan una serie ambientada en un estudio de creación de juegos.
Pero la leyenda sigue, y también dice que McElhenney hizo una visita a las oficinas de Ubisoft Montreal y que allá lo vio claro: este era un mundillo del que podía estrujar para extraer un buen zumo de comedia. Y así nació «Mythic Quest: Raven’s Banket«, título que recibió la serie en su primera temporada y que, de cara ya a su segunda tanda de episodios, decidió prescindir del «Raven’s Banket» que, al fin y al cabo, era la expansión del juego que los protagonistas estaban preparando durante la primera season.
La pertenencia al presente
Pequeño paréntesis para exponer una teoría que hace años que creo a pies juntillas: las mejores sitcoms siempre tienen una primera temporada más bien ramplona. Pero en eso está la gracia: saben tomar el pulso de lo que ha funcionado y lo que no, lo que ha gustado a los espectadores y lo que no. Y, a partir de ahí, van construyendo personalidades carismáticas y únicas que acaban por incrustarse en el recuerdo de los fans.
Esto es precisamente lo que ocurrió en una primera temporada de «Mythic Quest» que despegó precisamente en su capítulo final… Que no fue un capítulo final per sé, sino más bien un capítulo especial durante la cuarentena forzada por la crisis del coronavirus. Ese episodio fue, sin lugar a dudas, la primera cumbre de «Mythic Quest«, y un ejemplo pluscuamperfecto del primer motivo por el que destaca la serie: su fuerte sensación de pertenencia al aquí y ahora.
En unos tiempos en los que todo el mundo optó por mirar hacia otro lado y refugiarse en el escapismo puro y duro, esta serie prefirió lanzar una mirada frontal a la pandemia. Aquel capítulo narraba cómo había afectado el confinamiento a los protagonistas que habíamos conocido durante toda la temporada. Y, de repente, ayudaba a perfilarlos y humanizarlos más todavía, resaltando la vulnerabilidad de Poppy Li (Charlotte Nicdao) o el sincero paternalismo de Ian (interpretado por el mismo McElhenney).
La escena en la que todos los personajes hacen una sesión de Zoom para crear la ilusión de que uno lanza una canica que rueda por todas las pantallas es, simple y llanamente, de lagrimón. Precisamente por todo lo que tiene de expresión del zeitgeist de aquel momento en el que tan solo teníamos las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos para comunicarnos, sentirnos acompañados y seguir sintiéndonos parte de una comunidad, parte de una familia.
En su segunda temporada, «Mythic Quest» sigue recordándonos que vive en el mismo presente que nosotros. Uno de los personajes, C.W. (F. Murray Abraham), se pasa la mitad de los episodios recluido en casa y asistiendo a reuniones de forma telemática. La serie no necesita mostrar a gente con mascarillas para recordarnos el tiempo que nos ha tocado vivir. Lo que hace, sin embargo, es mucho mejor: coger nuestra cotidianidad post-Covid-19 y recordarnos que sigue estando minada de tanto humor como el mundo pre-2020.
Representación e inclusividad en «Mythic Quest»
La misma capacidad que tiene «Mythic Quest» de no apartar la mirada ante la realidad del momento la tiene para mirar frontalmente a una de las grandes cuestiones de la ficción televisiva actual: la representación y la inclusividad. Tengamos en cuenta, sin embargo, que esto es algo que la pequeña pantalla siempre ha practicado mucho más que bien: queriendo llegar a cuantos más segmentos de población mejor (para así endilgarles la publicidad), hace años que las series intentan tener un poquito de todo en su elenco de personajes.
Últimamente, sin embargo, esto se nos ha ido un poco de las manos. Solo hace falta coger cualquier ficción seriada pensada para adolescentes y observar cómo el patrón que resultó novedoso en «Glee» (los «diferentes» se unen y, juntos, son más fuertes) ya es más bien un «sota caballo rey» ineludible. Parece que, a día de hoy, toda serie deba contar con un grupo de amigos que representen todas las posibilidades de la diversidad sexual, de género e incluso funcional.
Y eso está muy bien. Pero también puede resultar un poco sesgado. Por eso se agradece tanto, por ejemplo, que «Mythic Quest» incluya en su grupo protagonista a dos chicas que, mientras hacen de testers, descubren su amor lésbico. El punto de vista es natural y, de hecho, resulta de lo más tronchante ver cómo, cuando por fin se lían, todo el mundo pasa totalmente de ellas. Esa es la verdadera normalidad.
Pero la serie va incluso más allá y, sin necesidad de mostrar todos los colores del arcoíris, afronta una problemática mucho más enquistada en el mundo gamer: el papel de la mujer en el proceso creativo de los videojuegos. Con cada vez más chicas gamers, la industria sigue resistiéndose a promocionar a mujeres a puestos de poder en sus estructuras. Por eso mismo resulta tan revelador que, hacia el final de la primera temporada, el espectador se dé cuenta de lo que ha ido realmente «Mythic Quest«: de la lucha de Poppy Li por ser reconocida como co-creadora del juego junto a Ian.
La segunda temporada ahonda en esta dinámica: Poppy Li ya está reconocida en su nuevo papel, pero eso añade nuevas capas de complejidad y, sobre todo, de zonas oscuras en las que tendrá que lidiar con sombras insidiosas. De esta forma, «Mythic Quest» consigue ofrecer un retrato del papel de la mujer en las dinámicas de poder de la industria de los videojuegos que resulta compleja, realista y rica en matices. A partir de aquí, la serie solo puede seguir creciendo.
La vuelta de tuerca narrativa
Todo lo dicho hasta aquí, sin embargo, sería meramente circunstancial si no fuera porque «Mythic Quest» sabe imbricarlo todo en una narración impecable. Igual de significativo que el episodio de cuarentena en la primera temporada es el sexto capítulo de la segunda. En él, vivimos un flashback que resulta difícil de entender al principio: seguimos a tres aspirantes a escritores de ciencia ficción que trabajan en una revista en la que alternan Isaac Asimov, Ray Bradbury y Ursula K. Le Guin. Hacen piña para ayudarse unos a los otros, pero pronto queda claro que dos hacen más piña entre ellos que con el tercero… Y este acaba tomando decisiones erróneas llevado por los celos.
En uno de esos arranques de ira, sin embargo, tiene una visión: ve el «Pong» en una televisión de la calle, bajo la lluvia, y se da cuenta de que ese es el futuro. Que, en ese momento que estamos viendo, los videojuegos son dos palos que se pasan una pelota, pero en el futuro serán mundos gigantescos que necesitarán nutrirse de historias en las que, a diferencia del lector que asume las decisiones del autor, el jugador tendrá un papel activo en el devenir de narraciones complejísimas que necesitarán una red neuronal de infinitas bifurcaciones.
Ese personaje es C.W. Longbottom, el señor que escribe el argumento de «Mythic Quest» y que se ha pasado media temporada asistiendo a las reuniones de forma telemática. Y lo cierto es que ese capítulo y el siguiente introducen en la serie una carga de tristeza melancólica impropia de las sitcoms habituales. Si se le suma a esto lo agridulce de la relación entre Poppy Li e Ian, resulta que la serie está haciendo algo realmente on point en la ficción (seriada o no) actual: difuminar la barrera entre los géneros y, sobre todo, entre la comedia y el drama. Porque, al fin y al cabo, la vida nunca es totalmente divertida o totalmente trágica, sino que mezcla ambos moods.
A partir de ese momento, es imposible no mirar «Mythic Quest» con otros ojos. Y, cuando llega el capítulo final y Poppy Li e Ian toman una decisión inesperada, esta voluntad de no seguir los patrones de la sitcom habitual acaban haciéndola volar por los aires. Cualquier otra serie mataría por forzar la continuidad durante quince temporadas. Esta serie, sin embargo, llega al final de su segunda temporada obligando al espectador a preguntarse si, en el caso de existir tercera temporada, la serie podrá seguir llamándose «Mythic Quest» o no.
Spoiler alert: Apple TV+ ya ha confirmado incluso una cuarta temporada. Y, la verdad, eso me deja un poco tranquilo… Porque debe significar, entonces, que no soy el único que se ha dado cuenta de que esta es la verdadera joya oculta del catálogo de este servicio de streaming. Larga vida a «Mythic Quest«. O a como quiera que se llame a partir de ahora. [Más información en la web de «Mythic Quest» en Apple TV+]