Marco Maril, rebe, Adrian Timms, Verde Prato… Nuestra crónica del pasado Sinsal Museo do Mar 2021 habla bondades de todos ellos y de este festival que fue la mejor unión de música y mar.
Una isla, un castillo, un monasterio, unos astilleros… La promotora viguesa SinsalAudio se ha especializado en redimensionar espacios que hacen que sus citas culturales y musicales sean singulares y difíciles de reproducir en otros contextos más convencionales. Este aspecto, sumado a la calidad de sus programaciones, ha permitido que la marca Sinsal haya adquirido gran prestigio. Por así decirlo, hagan lo que hagan desde SinsalAudio, propongan lo que propongan, será un acierto. Como el Sinsal Museo do Mar, que desde el 2018 toma el centro dedicado a la historia y al patrimonio marinos de Galicia ubicado al borde de la ría de Vigo.
¿Qué mejor forma que acceder al mundo de especies, artilugios, instrumentos, embarcaciones y tesoros que salen del fondo del mar a través de música? Eso es lo que ofrece, de entrada, el Sinsal Museo do Mar: una invitación a recorrer las exposiciones y recovecos que se guardan en su interior. Y, después, claro, están los conciertos. Este año, realizada la fiesta de presentación el sábado 13 de noviembre protagonizada por la portuguesa Luísa Sobral en el teatro Afundación de la ciudad olívica, la actividad se concentró una semana más tarde (y el domingo siguiente con el pianista gallego Nico Casal sobre el escenario) en el propio Museo mediante cinco actuaciones que, por carácter y diversidad estilística, ejemplificaron a la perfección la esencia de SinsalAudio y, por extensión, del Sinsal Museo do Mar.
Tan particular es este festival que hizo posible una estampa que pocos compositores y artistas pueden vivir en sus carnes: lucir sus canciones en el lugar donde se imaginaron y que las inspiró. Y Marco Maril tuvo (y aprovechó) esa oportunidad, ya que presentaba por primera vez en Vigo -su ciudad de residencia- su último trabajo y debut bajo su nombre, “15.11.18” (Jabalina, 2021).
Parte de sus piezas se gestaron en la playa que se encuentra justo al lado del Museo do Mar y Marco las iba a interpretar, al igual que en el álbum, acompañado por la voz de Iria Vázquez y el cello de Macarena Montesinos cerrando un virtuoso círculo creativo que había empezado varios años atrás con la pérdida amorosa como argumento de fondo y que desembocó en una obra tan honesta como reparadora.
En vivo, esas canciones salidas del corazón y del alma aumentaron si cabe su cariz motivo. Se apreciaba cómo Marco, sentado al piano de cola, cantaba cada tema con extrema sensibilidad, como si nunca lo hubiese hecho antes. Con el mar casi a la vista, uno de los símbolos más poderosos de “15.11.18”, Marco, Iria y Macarena entregaron un sonido pulcro y detallista en medio del cual las voces se empastaban armoniosamente y el cello erizaba el vello por su sinuosa belleza.
Entre los romances de Lorca, los tributos a Agnès Varda y las palabras expresadas a pecho descubierto que contiene “15.11.18”, Marco se permitió algunas licencias. Por ejemplo, el rescate de “La Noche te Descubrirá”, de su antiguo grupo Dar Ful Ful, que no tocaba desde hacía veinte años; la poética “Conversa Ultramarina” de Apenino, su otro proyecto; y la versión de la apropiada “Increíble Amor” de Elle Belga, las tres tamizadas por la delicadeza del resto de un repertorio que confirmaba que “15.11.18” es un disco que crece con el paso del tiempo. Aunque con un importante matiz: las primeras veces que alguien se introduce en el álbum, esa persona va evolucionando con respecto a lo que escucha; más adelante, es el disco el que evoluciona con respecto a esa persona.
Así es cómo concluye el viaje de la oscuridad a la luz que perfilan sus canciones, de idéntico modo que sucedió con el directo de Marco, Iria y Macarena en el Sinsal Museo do Mar 2021.
En cierta manera, Adrian Timms recorrió esa travesía a la inversa: de la luz a la oscuridad. Tal cual. El cantautor británico afincado en Vigo llevó su cancionero luminoso a las sombras de la sala Curiosidades Científicas, donde se alojan extraños especímenes marinos metidos en frascos. Resultaba muy curioso verlo en un decorado tan peculiar ejecutar con efusividad y pasión su indie-folk-pop a la guitarra acústica y tras las teclas eléctricas. Gracias a su simpatía y espontaneidad, Timms conectó inmediatamente con la audiencia a base de chascarrillos que intercalaba entre piezas de esqueleto frágil pero de fuerte sentimiento, tan cálidas como coreables y también con su punto animado.
Adrian presentaba su último trabajo, “Part Won” (autoeditado, 2021) -aunque también desempolvó su primer single, “I Got You”, de 2016-, y supo venderlo muy bien. De hecho, no quedó ninguna duda de que es un músico independiente de verdad, que se lo curra. Ah, y que es un gran tipo… Entonces, si Adrian Timms tiene canciones buenísimas y carisma, los mimbres necesarios para alcanzar un mayor público y obtener el reconocimiento que se merece, ¿por qué no rompe la barrera y tenemos que soportar que triunfen elementos anodinos como Ed Sheeran? Los caminos del éxito son inescrutables…
No así los que sigue Verde Prato, brumosos y sugerentes, en su condición de modernizadora de la música tradicional (y otras hierbas sonoras populares) del País Vasco a través de las posibilidades y herramientas de la electrónica. Ana Arsuaga puede incluirse en esa nueva ola que lleva expandiéndose por toda España desde hace unos años de norte a sur y de este a oeste en la que se combinan estilos folklóricos y contemporáneos en una franja que une pasado y presente con el futuro en el horizonte.
El planteamiento de Verde Prato se basa en la resignificación de cánones ancestrales a partir de una mirada propia sensible y audaz, con la que es capaz de mezclar registros sonoros y matices vocales en teoría opuestos. De esa forma principió Ana su concierto, centrado en su LP “Kondaira eder hura” (Plan B Rec / Lago/Cráter, 2021): desde una postura minimalista y melancólica para, a renglón seguido, aplicar potentes graves con los que multiplicaba su pegada y loops polimórficos con los que construía el envoltorio de sus temas.
Eso sí, Verde Prato supo mantener la sutileza de una atmósfera etérea y, por momentos, espectral que atrapaba. Ni siquiera cuando sonó de fondo el incómodo y estridente ruido de una alarma se rompió esa magia que sumía al respetable en una especie de dream-pop tolosarra en el cual Ana sumergió un par de versiones de originales sacados del denominado Rock Radical Vasco, a los que arrancó su aura testosterónica de una manera, precisamente, radical. Este es un buen adjetivo para definir el discurso de Verde Prato, ya que revirtió estructuras y se recreó con los ritmos, fueran híperralentizados, parecieran baleáricos o rozaran el reguetón. Es muy complicado conjugar sorpresa, solemnidad y respeto por la tradición sin caer en el intento, pero Verde Prato lo consiguió de sobra.
Estaba claro que iba a ser una tarde sabatina de contrastes… rebe, ataviada con un gorro de conejo de peluche blanco, empujó a los testigos de su show a entrar en su particular país de las maravillas. Bueno, en realidad, a un universo absolutamente personal e intransferible al que todo el mundo estaba invitado, aunque una pequeña parte decidió no beber de la botella ni comer el pastel como Alicia en el cuento. Hay que reconocer que la propuesta de rebe no está hecha para todos los oídos, aunque por su imaginativo ideario estético y por el modo en que ejecutó su (semi)directo, con gracia, desenfado y candidez, merecía la pena probarla.
Una mosca, un mosquito, jamón, chicos… En su slow-chill bedroom pop naïf y con aderezos cumbieros y tropicales se pudo encontrar de todo, incluso dos covers que rebe llevó a su terreno con el micrófono como varita mágica: “Un Ramito de Violetas” de Cecilia y “Corazón Partío” de Alejandro Sanz, ambas hipnóticas y embriagadoras. No hacía falta a aquella hora irse al centro de Vigo para ver al alcaldísimo Abel Caballero inaugurar su famoso alumbrado navideño… Bastaba con el resplandor que irradió a su manera (muy a su manera) rebe.
La jornada grande de un festival tan especial como el Sinsal Museo do Mar 2021 tenía que acabar con un concierto exclusivo e incluso atípico, el de Nacho·Faia·Lar, ya que ofrecían su cuarta actuación desde que en 2020 comenzara su trayectoria conjunta. Es decir, que se podía considerar su concierto un momento único. Y también selecto, para paladares exquisitos, ya que Nacho Muñoz, Faia Díaz y Lar Legido toman el legado del legendario cantautor portugués Zeca Afonso para adaptarlo a los nuevos tiempos bajo diferentes y arriesgados prismas.
El súper-trío demostró que es mucho más que la simple suma de las partes procedentes de Madamme Cell, De Vacas o Sumrrá -entre otros grupos- al conjuntar primorosamente el arrebatado canto de Faia, que elevó la profundidad de los versos de Zeca; la pericia de Lar a la percusión, manejada con arte de prestidigitador; y los arreglos clásicos y de electrónica vintage de Nacho cuando apretaba el teclado o pellizcaba -en ciertos momentos, literalmente- el piano. Entre los tres desarrollaron un experimento en vivo que transitaba con naturalidad del kraut a la música con poso de fado; o del techno con pandereta gallega al bolero.
El gran mérito de Nacho·Faia·Lar fue que, en medio de esa fusión de ritmos tan robustos como vaporosos y melodías nostálgicas típicamente portuguesas a la par que cósmicas, el espíritu de Zeca Afonso se conservó incólume. Quizá no reconocible en determinadas fases, pero sí incorrupto, como llegado desde su Aveiro natal hasta Vigo siguiendo la línea atlántica que conecta Portugal con Galicia en la máxima expresión de lo que significa la unión de música y mar. Y eso fue, otra vez, el Sinsal Museo do Mar. [FOTOS: Miguel Estima / Imagen de portada: Jose A. Martínez]