¿Viviste la primera fiebre de festivales musicales de principios de siglo 21? Gala de Meira ha escrito tu nueva novela generacional favorita: «La Entusiasta».
La literatura es como la música: cuando te encuentras en un determinado estado de ánimo, ya sea bueno o malo, pero sobre todo si es malo, lo que quieres es reforzarlo y rebozarte en él. Compulsión de repetición, que decía Freud. «Heaven Knows I’m Miserable Now«, que decía Morrissey. «Where Do We Go Now But Nowhere«, que decía Nick Cave. «Canciones para cortarse las venas«, que decía el título del CD que yo mismo recopilé y que más escuché en mi post-adolescencia.
La cultura en general es un maravilloso espejo al que recurrir cuando queremos regodearnos en nuestro propio reflejo. Porque todos somos narcisistas innatos, y quien diga lo contrario miente. Si quieres una canción triste, tienes millones. Si quieres una película romántica, las hay a patadas. Y, a partir de ahí, la cosa se va poniendo más y más específica… Si quieres una película sobre el despertar del amor gay en la adolescencia porque eso es lo que viviste (o porque precisamente es lo que nunca pudiste vivir), no tendrás problema en dar con un buen puñado. Si quieres un libro sobre las relaciones materno-filiales, los hay a patadas.
Pero ¿alguna vez te has parado a pensar qué ocurre con todos esos productos culturales que nos gustan porque en ellos vemos reflejado no solo un momento histórico que vivimos de primera mano, sino también el abanico emocional que sentimos en aquel preciso momento? ¿De dónde salen? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que empiecen a brotar? Pienso todo esto mientras leo «La Entusiasta«, libro que la editorial Dos Manos acaba de publicar y que viene firma bajo pseudónimo por una tal Gala de Meira que prefiere mantener su anonimato (¿por ahora?). Es un coming-of-age ambientado en un momento y en una escena socio-cultural muy concreta… Tras la muerte prematura de su jovencísimo hermano, la protagonista abandona su Galicia natal para instalarse en Madrid en el pequeño piso de su prima. Es el año 2007. Y es el Madrid (y la España) del albor de los festivales musicales y la música independiente y el postureo que se fraguó primero en los bares, después en Fotolog y finalmente en MySpace y Facebook.
A la protagonista de «La Entusiasta» todo esto le pilla mientras empieza a estudiar en la Universidad y, sobre todo, le ofrece una especie de tabula rasa sobre la que (re)escribir la personalidad que le dé la gana. Todo está por vivir aún, y ella se encuentra en ese dulce momento en el que realmente decides qué quieres vivir y qué no, plenamente consciente de que esas decisiones fijarán en el vinilo de tu vida los surcos de la canción que sonará para el resto de tu existencia. Todavía no eres consciente, pero llega un momento en que dejas de tener ese poder. En que ya no hay espacio para nuevos surcos. En el que todo está escrito.
Pero cuando tienes 18 años y acabas de llegar a una ciudad como Madrid, por delante de ti se abre un mundo de posibilidades… Y las posibilidades que escoge la protagonista de «La Entusiasta» son muy concretas. Fanática del grupo musical que ha definido el indie-pop de las últimas décadas, Solaris, las posibilidades que ella escoge la llevan al circuito nacional de festivales, a las jornadas maratonianas de atracón musical, al cancaneo social como modo de vida, al backstage como meta deseada, a la embriaguez que se te sube a la cabeza cuando te sientes deseada por esos famosetes que sabes quienes son incluso antes de que te los presenten, a la cama del cantante famoso como punto y final.
Pronto, ese modus operandi tiene una iteración en la que la prima se transforma en un grupo de amigas unidas por un poderoso nexo común (spoiler alert: todas están «rotas» por algún motivo u otro) y en la que los festivales transmutan en noches eternas de bar en bar. Se mantiene el vicioso enganche a la escena musical y a los astros reyes en torno a los que el resto de personas parecen girar. Y entonces, gracias a otro tipo de embriaguez, esta vez química, entra en juego La Autómata: una iteración de la protagonista que toma el control y se apodera de la escena, seduciendo a todo el mundo y convirtiéndose no en una más, sino en un astro rey en sí misma.
Been there, done that.
No quiero pecar de atrevido, pero juraría que cualquiera que haya vivido la escena musical patria de las últimas dos décadas, reconocerá de inmediato la -pegajosa- arcilla con la que Gala de Meira ha dado forma a su primera novela. Ese lanzarse a los festivales como aspiracionalidad última. Ese encontrar refugio en la música y la fiesta y, sobre todo, en la gente de ese micro-cosmos repleto de astros. Ese desdoblar tu personalidad y ceder el control a un personaje que crees que será mejor recibido. Ese espacio vacío, esa angustia inevitable que nace de una relación ambivalente con la fama, con el reconocer y ser reconocido. Ese forjar la personalidad no en base a lo que quieres ser, sino a quien quieres que los demás adoren (en la vida real o en redes sociales).
También hay mucho aquí de retrato femenino forjado en la necesidad y no en la corrección política. «La Entusiasta» habla de un momento en el que las mujeres debían construir su propia personalidad en las minúsculas grietas que les permitían habitar los egos masculinos. Y lo interesante es que, incluso ahí, en esas grietas, la protagonista se forja una personalidad empoderada y fuerte. En sus propios términos (¿o en los términos de La Autómata?). En ocasiones, la protagonista se lanza al vacío de situaciones denigrantes y, de hecho, se odia por ello. Pero es que pretender que alguien, ya sea mujer u hombre, construye su personalidad a partir de aciertos continuos es una gilipollez como una casa. Nuestras personalidades las construimos en base a la técnica tradicional del acierto y del error. Y, a veces, el error es garrafal. Pero ayuda a reforzar el acierto.
«La Entusiasta» (que, por momentos, también podría haberse titulado «La Autómata«) está escrito con las emociones a flor de piel. Se nota que Gala de Meira desde la autobiografía, y también se nota la necesidad de ajustar cuentas y cerrar una etapa que sigue doliendo. Su prosa está sembrada de plantas exóticas que florecen por la noche para dejar escapar sus hipnóticos aromas. «Alargar la noche para que la pena tardase más en llegar«, dice en cierto momento. «Madrid no hace preguntas cuando llegas ni tampoco cuando te vas, acoge y vomita con la misma indiferencia. Es embriagador desaparecer, sin embargo, no iba a serme tan fácil volver«, escribe. «Isaac siempre quiso ser famoso y me alegro de que al final lo consiguiese, porque a ver cómo justificas morir a manos de tu propia creación si no es para alcanzar tus sueños«, puntualiza. Y, de esta forma, delimita un marco excepcional para el momento histórico y el abanico de emociones de su novela.
«Lo que verdaderamente admiraba de Haitz era la capacidad de compartir la belleza de la creación, de convertir un sentimiento en algo que poder devolver al mundo, al mundo de los objetos y no de las ideas. Odiaba habitar lo abstracto, materializar los pensamientos era lo único que les otorgaba sentido. Hacer algo con toda la mierda, ese don«, explica en otro momento del libro, dejando bien clara ese agujero negro que anida en el estómago de tantos de nosotros que siempre estamos comparándonos con otros que parecen gestionar su creatividad mucho mejor.
«Abro una cuenta en Myspace y Facebook y me obsesiono con las posibilidades ilimitadas de la individualidad. Soy una burguesa consentida y mi drama es único y cierto. Hay verdad y objetividad en mi exclusividad, me obnubilo conmigo misma, me invento un nombre, me enamoro de la posibilidad de romper con el resto del mundo. Que las cosas que siempre te ha gustado hacer: correr, leer o inventarte historias supongan un rasgo diferenciador, que lo que te gusta tenga alguna relevancia para alguien, que hacer esto o lo otro genere una imagen externa de lo que tú misma eres. Las apariencias, las identidades, se convierten de golpe en lo más importante. Tú eres lo que te gusta, lo que consumes, lo que dices, lo que ves en la tele. Descubrir que mis decisiones podían crear a una persona identificable, visible para los demás, supuso una revelación, y mi principal hobby a partir de ese momento«, pontifica. Y poco más puede y debe añadirse aquí porque ni falta ni sobra una coma para describir algo que todos hemos vivido y seguimos viviendo.
Y así, a golpe de palabra, Gala de Meira se marca lo que empieza siendo un coming-of-age y acaba siendo una novela generacional para los que todavía no teníamos este tipo de novelas generacionales. Esta es la época que nos definió a muchos, y todavía nadie la había vertido sobre un ánfora manufacturada en el mejor material posible: un espejo en el que vernos reflejados. Ya era hora. Porque hay millones de novelas sobre la Guerra Civil. Y otros cientos sobre la Transición. Decenas sobre la Movida. Pero resulta que no hay tantas sobre el albor de la escena musical festivalera que tantos vivimos con fruición y desesperación. Esa fue nuestra Guerra Civil. Y eso significa que, en años futuros, vendrán muchas otras novelas como «La Entusiasta«. Seguro. Pero recordad esto: Gala de Meira, sea quien sea, fue la primera. [Más información en la web de la editorial Dos Manos]