Es oficial: hay un boom de series de adolescentes queer… ¿Es «Genera+ion» la mejor de todas ellas? En este análisis decimos que sí.
Para entender «Genera+ion» hay que echar la vista un poco atrás. «Euphoria» fue el obvio detonante, la serie que triunfó con una ficción que no solo incluía un personaje trans (Jules), sino que también apostaba por la disidencia queer de muchos otros (Rue), el body positivity (Kat) o el empoderamiento en términos de feminidad desafiante (Maddy). La variedad de frentes abiertos de la serie de Sam Levinson coincide, al fin y al cabo, con las principales luchas de esa generación zillennial que ha empezado a reclamar su lugar en la sociedad de forma contestataria y, a veces, incendiaria.
Con anterioridad, «Glee» había demostrado que podía tener éxito en el campo de la comedia simpática (es decir: convertir a los descastados –outsiders– en los protagonistas y hacer una sanísima apología triunfalista de la diferencia). Pero «Euphoria» demostró que eso mismo también podía tener éxito en el campo de la ficción «seria», en este caso una ficción que arrancaba con visos de tranche de vie pero acababa escurriéndose hacia el thriller teen con tintes oscuros.
Tampoco es esta una medalla que pueda ni deba colgarse HBO en exclusiva. Está claro que el resto de servicios de streaming se han subido al carro de las series protagonizadas por adolescentes que se juntan en grupos en los que sorprendentemente (o no) siempre hay una representación máxima de todo lo que debería haber en todo grupo social: personas trans, personas queer, diversidad de cuerpos, diversidad de etnias e incluso diversidad funcional. Netflix lo está haciendo particularmente bien con cabeceras como «Sex Education«, «Elite«, «Bonding«, «The Politician«, «Big Mouth» e incluso, por qué no, «The Umbrella Academy«.
Pero, mientras que en Netflix se toman esta tendencia como una oportunidad de exprimir el tiempo de sus espectadores más jóvenes, en HBO han preferido enfocar las cosas de forma diferente. ¿Qué hizo la plataforma después del éxito de «Euphoria» (y viendo que Levinson va a su ritmo y que la segunda temporada se iba a retrasar ad aeternum)? Primero, estrenar ficciones que no encontraron su sitio en la televisión pública como, por ejemplo, la muy apreciable «Heathers«.
Aunque, sobre todo, decidieron pasar este tipo de ficciones por el habitual proceso de chapa y pintura «de autor» que suelen aplicar sobre todos sus estrenos. El próximo gran paso lo dieron con «We Are Who We Are«, en la que Luca Guadagnino ampliaba el campo de batalla explorado en su -justamente- celebrada «Call Me By Your Name» y lo llevaba a un campo más queer que gay. Las apuestas estaban altas. Muy altas. Así que, ¿cuál debía ser el siguiente paso de HBO?
«Genera+ion» y la adolescencia queer
«Genera+ion» le da una vuelta al concepto «de autor» típico de HBO. Y es que esta ficción está creada por Daniel Barnz, director de películas como «Cake» (una frikada protagonizada por Jennifer Aniston) o «Phoebe in Wonderland» (empoderamiento infantil con una jovencísima Elle Fanning), pero a cuatro manos con ni más ni menos que con su hija Zelda de 19 años. La balanza perfecta: uno pone la experiencia laboral y otra la experiencia vital, ya que la serie retrata la vida de instituto de un grupo de amigos adolescentes.
Ahí está el primer logro de «Genera+ion«: en el chute de realidad que aportan sus protagonistas al panorama de la televisión teen actual. En este caso, la serie vuelve a estar protagonizada por un grupo que es tan diverso e inclusivo que parece mentira. La mayor parte de los personajes se mueven de forma fluida dentro de los abanicos tanto de identidad como de expresión de género. Pero, a diferencia de muchas de las series mencionadas, aquí nada está escrito en piedra y, tal y como ocurre en la adolescencia, la razón de ser de los personajes parece estar más en la búsqueda que en la representación de un nicho concreto.
La función parece vehiculada a través de Chester (una interpretación de Justice Smith con aroma a clásico), un chico gay no binario de personalidad explosiva que, sin embargo, en cierto punto de la serie revela que nunca ha tenido pareja. Pero igual de importantes son Riley (con esa trenza diabólica formada por sus problemas familiares y sus problemas para casar una personalidad creativa con una -posible- relación de pareja), Greta (abriéndose a su realidad asexual), Nathan (¿bisexual?), Naomi (mucho más que una adolescente bimboficada), Delilah (enfrentándose al shock de un embarazo adolescente) y Arianna (que confunde alegremente la amistad femenina con la brujería). Los personajes de «Genera+ion» aportan más preguntas que respuestas. Y eso es bueno. Eso es muy bueno. Porque la adolescencia es así, más preñada de preguntas que aclarada por respuestas.
Y, si esto es algo que presuntamente debería agradecerse a la intervención de Zelda Barnz, a Daniel habrá que agradecerle un retrato de la vida adulta igual de verosímil, pero también despiadada. Los padres están ahí para hacerle la vida imposible a sus hijos, de forma divertida a veces (como es el caso de los padres gays de Ari) o de forma menos divertida (como es el caso de Greta). Pero los que se llevan la palma son los padres de Naomi y Nathan. En este caso, la profundidad de campo es extrema a la hora de abordar la complejidad de este matrimonio en descomposición formado por Sam (que se bascula entre el pudor y la tristeza al intentar comprender por lo que están pasando los chicos, como queda claro en la preciosa escena en la que hace de fotógrafo en la fiesta previa al baile de San Valentín) y Megan (en serio: negarle la redención al final del capítulo del karaoke es una de las decisiones más crueles, pero también valientes y coherentes, que he visto nunca en la televisión).
«Genera+ion» y el tiempo (perdido)
Además de captar el zeitgeist zillennial de forma verosímil, la segunda gran obsesión de la serie es otro rasgo característico de la juventud: el tiempo. Capturar algo que se escurre entre las manos como una anguila escurridiza e hiperactiva. Eso es también «Genera+ion«. En un recurso típicamente cinematográfico, la serie suele abordar el tiempo como suma o como resta. El capítulo en el que Riley decide no dormir durante 24 horas y hacer una fotografía cada hora se estructura con intertítulos que informan de la suma de horas que lleva despierta. También hay capítulos que se abren con un momento impactante y retroceden a diversos flashbacks que, en forma de resta temporal, expliquen cómo se ha llegado hasta ese momento decisivo con intertítulos del tipo «9 horas antes».
Pero, sobre todo, hay muchos tiempos mezclados. Ahí es donde la serie de los Barnz brilla con especial fulgor. El primer y el penúltimo episodio son el ejemplo pluscuamperfecto de lo dicho: dos fiestas (una random, otra previa al baile de San Valentín), un mismo espacio físico y un mismo espacio temporal… Pero diversas vivencias de este mismo lapso. Todos empiezan y acaban (casi) en el mismo momento, pero lo que ocurre entre un punto y otro cambia radicalmente. Los intertítulos, en este caso, avisan de quién nos conducirá a través de lo que está ocurriendo.
Y, de una forma gozosamente altmaniana que celebra el azar de las vidas cruzadas, no solo contemplaremos cómo lo que uno vive completa el misterio de lo que otro está viviendo, sino que sobre todo disfrutaremos viendo cómo el efecto mariposa es más tremebundo todavía cuando estamos hablando de pasiones juveniles. Una palabra dicha aquí y ahora puede tener consecuencias fatales más tarde y en otro lugar. Porque todo se magnifica en la casa del «Gran Hermano«, pero también en la adolescencia, tal y como queda al descubierto en el grand finale de temporada en el que todo se va de madre y en el que los tiempos ya no es que se mezclen, es que se aplastan los unos a los otros de forma angustiosa.
También hay otro tipo de tiempo que se intenta capturar en «Genera+ion«: el tiempo perdido. Desde el principio de la serie, queda claro que el coche de Chester es el espacio seguro para todos los protagonistas. Muchos son los episodios en los que Chester los transporta a unos y a otros de aquí para allá, pero justo hacia la mitad de la serie hay un capítulo que, casi por sorpresa, se transforma en una de las mejores ficciones televisivas de los últimos tiempos. Es un capítulo en el que literalmente no pasa nada: los incendios de California han provocado que los chicos no tengan clase, así que deambulan de un lado para otra sin nada que hacer, perdiendo el tiempo, a la búsqueda de planes que no aparecen pero qué más da, porque lo importante es estar juntos y vivir cada minuto con la música puesta a toda pastilla. Son estos ratos los que, cuando sean mayores, intentarán recordar recurriendo a maniobras proustianas.
«Genera+ion» cubre todos los ámbitos de la vida adolescente en pleno año 2021, y lo hace de forma frontal, sin triunfalismos ni moralinas. Un poco a la manera en la que «Euphoria» ya abordó hechos (que no problemáticas) como las drogas, la fiesta, el sexo o la adicción, la serie de los Barnz retoma el diálogo y lo amplía. Las alegrías se mezclan con la tristeza de la misma forma en la que la felicidad de vivir típicamente adolescente se trenza de forma hipnótica con las consecuencias negativas de ese vivir al límite todos y cada uno de los minutos de tu vida.
Claros y oscuros de una vida adolescente que merecía mejor suerte en la parrilla de HBO, ya que la plataforma ha decidido no contratar una segunda temporada hacia la que el último capítulo de la primera dejaba la puerta bien abierta… ¿O no? Puede que el cliffhanger del último plano (¿a quién ve Chester fuera de plano para alegrarse de esa forma?) sea otra forma de recordarnos la gran enseñanza de «Genera+ion» aplicable incluso para las generaciones anteriores: que la vida sube y baja y nos lleva de momentos de euforia a momentos de bajuna, pero que nunca nada es definitivo y que, como sabías cuando eras adolescente pero pareces haber olvidado, de repente puede aparecer en tu vida algo que, simple y llanamente, la cambie todo por completo. Y vuelta a empezar. [Más información en la web de «Genera+ion»]