En su DNI aparecen su nombre y su apellido de nacimiento: Joël Iriarte; en las carátulas de sus discos destaca su apodo artístico: Joe Crepúsculo. Pero cuando se habla de este antiguo estudiante de filosofía y ex-teclista de Tarántula resulta imposible disociar a la persona del personaje por el modo en que se fueron conectando una vez que el catalán decidió volar sin compañía y dar rienda suelta a todo su talento como peculiar compositor pop seguidor del ‘hazlo tú mismo’ por principios y por exigencias del negocio. Claro que esta libertad no se interpretó adecuadamente cuando sus dos primeras obras, “Escuela de Zebras” (Producciones Doradas, 2008) y “Supercrepus” (Producciones Doradas, 2008), alcanzaron el reconocimiento dentro del panorama alternativo patrio: no era posible que un individuo de fuertes y contrastadas convicciones musicales (moldeadas por la influencia de punk o de Julio Iglesias, no había problema) llamase tanto la atención con su electro-pop destartalado, sus letras corrientes y costumbristas y una voz que pondría los pelos de punta a cualquier profesor de canto. Desconcertante moda pasajera propia del revival ochentero, declaraban algunos; genialidad que rompía la monotonía del momento, afirmaban otros… Ya lo dijimos aquí hace unos días: al rebelde, lo amas o lo odias.
Los sonidos que salían del sintetizador y la caja de ritmos de Joe Crepúsculo servían para rozar el goce festivo total y, al mismo tiempo, destripar la historia del pop español con mucha gracia pero también con la suficiente seriedad. Si no hubiese sido así, su tercer trabajo, “Chill Out” (Discoteca Océano, 2009), se habría quedado en una anécdota, en un refrito de sus antecesores y en un ejemplo de fórmula agotada y no en el paso hacia adelante que realmente fue. Aunque para salto sin red el que ejecutó el barcelonés (con la inestimable ayuda, otra vez, de Sergio ‘Thelemático’ Pérez) con “Nuevo Ritmo” (Canada, 2011), un LP refrescante que pasaba por la batidora sónica latinoamericana temas inéditos y ya conocidos y que provocó que aumentara la disparidad de opiniones en torno al alias de Iriarte, sobre todo en directo: el ambiente de juerga desprejuiciada construido a partir de canción ligera, cumbia, reggaetón y ranchera parecía no convencer totalmente a la comunidad indie (a no ser que se llevase encima unas cuantas copas de más…)
Acabada la polémica verbena y superada la resaca, Joe tardó casi un año en gestar y parir su quinta muesca (primera que realiza en su nuevo hogar discográfico, Mushroom Pillow), este “El Caldero” (Mushroom Pillow, 2012) grabado en solitario (sin la ayuda de Pérez, ocupado en su proyecto Pegasvs) según el modus operandi que el catalán había escogido en sus inicios: tocando todos los instrumentos, con la caja de ritmos y el sintetizador a todo trapo, y dejando en un plano secundario las recientes piruetas pachangueras. Aparte del aspecto musical, sorprende la enigmática ilustración que adorna su portada, repleta de simbología tribal y animal (propias de rituales ancestrales) aunque estos significantes, al igual que su título (derivado de la adivinación oriental y que pretende únicamente reflejar la variedad estilística y temática del contenido) no están estrechamente relacionados con el mensaje que guarda en su interior. Este, al fin y al cabo, remite a los temas de siempre (amor e historias cotidianas) pero parece que se presenta de manera más elaborada y estudiada que en el pasado, esfuerzo que evita que “Amor de Fuego”, “Si Tú Te Vas” o “Enséñame a Amar” se queden en simples representaciones de pop naif a pesar de sus, aparentemente, empalagosas estrofas.
El recubrimiento animoso de las piezas introducidas en “El Caldero” también ayuda a engullir con facilidad y observar con humor la parte en que el discurso se vuelve pseudo-filosófico (“La Higuera” o “La Fuerza de la Vida”, que podrían encajar en el repertorio de “Nuevo Ritmo”) y pseudo-existencial (“La Alimentación de los Dignos” y la ochenterísima “Una Semana con los Polis”). Pero no todo aquí se centra en entregar textos más profundos que en los anteriores discos, ya que las melodías conservan su gancho a golpe de teclado pianístico (“La Sagrera” y la blusera “Avena Loca”) y de percusión jaranera (“Garras de Metal” y “Catedral«). Gracias a esa singular mezcla entre fondo y forma, Joe Crepúsculo consigue mantener prendida su mecha fiestera sin descuidar su cara más reflexiva (transparente en su primera canción escrita en catalán: “Quan Tothom Ja S’ha Marxat”). Otro logro para un hombre que preserva su identidad a contracorriente (por ahí se seguirán escuchando voces que lo tilden de macarrilla sentimental u hortera con chupa de cuero) y demuestra que en la variedad reside el gusto, aunque muchos no sepan verlo así…