¿Es «Oleg» el regreso de Frederik Peeters a los tiempos de «Píldoras Azules»? Sí. Pero no. Analizamos la novela gráfica para explicártelo.
«Oleg» es el regreso de Frederik Peeters a los tiempos de «Píldoras Azules«. Seguro que has leído esta afirmación una y mil veces a tenor del lanzamiento del nuevo cómic del autor en nuestro país (de la mano de Astiberri, como es habitual). Y lo jodido es que, aunque esta es una afirmación que tiene parte de razón, también es una aseveración injusta que, por la vía relacional, se deja en el tintero muchas de las cosas que hacen interesante esta novela gráfica.
Los parecidos razonables están ahí, tanto en la forma como en el fondo. Basta un vistazo superficial a «Oleg» para darse cuenta de que ambos trabajos tienen a dos protagonistas comunes: tanto Cati como el propio Frederik, que ya aparecían en «Píldoras Azules«, vuelven a estar en el centro de este nuevo cómic. En versión envejecida, puesto que han pasado veinte años. Son ellos, y eso no se puede negar, por mucho que Peeters decida cambiar los nombres de los personajes, de tal forma que Cati pasa a ser Alix y él mismo pasa a ser el Oleg del título. El hijo de Cati, que formaba parte troncal de «Píldoras Azules«, no aparece en esta nueva novela gráfica. En compensación, sí que aparece Elena, la hija de ambos que de hecho ya hacía acto de presencia en el epílogo «Trece años más tarde» que el autor añadió a una versión más reciente de «Píldoras Azules«.
Otra cosa que no aparece en «Oleg«: el VIH, que era la razón de ser principal de aquel celebrado trabajo en el que Frederik Peeters volcó los miedos, negociaciones, entregas y paranoias de los inicios de su relación con Cati, portadora de esta enfermedad ya en el momento en el que se conocen. Esta es una ausencia que se justifica al atender al fondo de «Oleg» y que se entiende a la perfección cuando, en cierto momento del cómic, Alix le recuerda a su marido que incluso hace veinte años, cuando estaba creando «Píldoras Azules«, renegaba de la autobiografía como género.
Así que aquí es donde ambos cómics empiezan a despegarse el uno del otro: «Píldoras Azules» fue la autobiografía de un momento vital muy concreto de Peeters mientras que «Oleg» no lo es. O, por lo menos, no lo es del todo. Y es que está claro que todo lo que ocurre en esta novela gráfica está extraído de la realidad del autor: el ictus de su mujer (que, en un magistral desdoblamiento en el que primero lo vivimos a través de los ojos de él y después a través de los de ella, acaba convirtiéndose en el corazón del relato: el problema que hace que el protagonista ponga en tela de juicio el mundo a su alrededor), la relación con su hija (plasmada en escenas delicadas y deliciosas como pinceladas de vivos colores), las rutinas diarias, las visitas a la piscina, las horas que se escurren trabajando en el estudio, los viajes promocionales de prensa…
Pero también está claro que esta representación de la realidad no encuentra su razón de ser en el ejercicio autobiográfico, sino en algo que va más allá. En las primeras páginas del cómic, Peeters presenta a su personaje y explica de qué irá el cómic: tras una rabieta contra un ricachón ruso que le corta el paso en mitad de la calle, Oleg se embarca en una aventura por todo el mundo en busca del ruso de marras para cargárselo, de tal forma que acaba huyendo de osos en Ucrania y acostándose con una moscovita desdentada. ¿Pero qué locura es esta? Una página después, es Oleg el que le está explicando esta historia a Alix y le pregunta si le parece interesante para hacer un cómic con ella.
Esta es la primera de las razones de ser de «Oleg«: la búsqueda del relato. Trenzado con los cortes de su propia vida, Peeters se permite diversas fugas hacia otras posibles narraciones. Sorprende, de hecho, un relato mudo futurista y post-apocalíptico que, al parecer, Frederik ha acabado por volcar en su nuevo «Saqueo» (que, de hecho, también acaba de ser publicado por Astiberri en nuestro país). Y es que, al fin y al cabo, esta novela gráfica es como el corte longitudinal de una radiografía del cerebro del propio autor, y es normal que se filtren sus pensamientos incesantes sobre creatividad y futuras obras. Sus dudas sobre volver a la autobiografía que tan buenos resultados le dio hace veinte años o seguir explorando la sci-fi a la que se ha dedicado en los últimos tiempos.
Igual de importante son las disquisiciones sobre su vida familiar. Muy al principio del relato, y mientras prepara la cena, Oleg piensa: «Si un hombre os cuenta que ama, desea y folla con la misma mujer desde hace 19 años, pensaréis que miente. O quizá os conmueva momentáneamente antes de que lo veáis como a un pobre inocente que no se da cuenta de lo que está perdiendo. Os dará un poco de pena. «Ha pasado tanto tiempo que ya no sabe qué son el deseo y el amor. Se miente a sí mismo por cobardía, por comodidad, porque no tiene los huevos de cambiar sus costumbres». Quizá tengáis razón. Pero no pasa una semana sin que Oleg ponga a prueba su vida haciéndose todas esas preguntas y su conclusión personal es siempre la misma. Todo parece indicar que es sincero«.
Y este tipo de pensamiento, al fin y al cabo, sintetiza a la perfección la postura de Oleg / Frederik ante la vida: una postura pesimista ante la situación actual del mundo, ante la era de los móviles que se ha llevado por delante nuestra capacidad de mantener mínimamente la atención, ante el racismo como modus vivendi de los que nos rodean y dan por supuesto que pensamos igual que ellos, ante el desprecio supurante de la juventud hacia cierto tipo de cultura, ante un mundo que nos parece muy avanzado pero que en verdad es instintivo, primitivo y casi simiesco. Todo ello estructurado a través de viñetas a veces más poéticas que figurativas, más metafóricas que literales, como se espera de aquel Peeters que en su momento se dibujó junto a Cati en un sofá a la deriva en el océano o que conectaba continuamente el cosmos y el entramado celular de nuestros cuerpos. Aquí siguen abundando estas metáforas visuales. Y siguen arrebatando.
Más que una autobiografía de hecho concretos, esta es una novela gráfica en la que el autor plasma de forma poética su visión del (y también un poco su resistencia ante) el mundo que le rodea. Porque, al fin y al cabo, «Oleg» no es el regreso de Frederik Peeters a los tiempos de «Píldoras Azules«… Es más bien el retrato del alma de un señor de 40 años en el que, inevitablemente, te vas a ver reflejado. [Más información en la web de Astiberri]