«Alí Babá y los 40 Maricones» de Nazario se publicó originalmente en 1993… Pero es necesario leerlo ahora para entender la historia gay de nuestro país.
En mayo de 2017, la editorial La Cúpula lanzaba una edición definitiva de «Anarcoma» con tapa dura, calidad superior, gran formato y afán completista a la hora de recopilar todo el material de Nazario sobre este icónico personaje. Un año después, en 2018, el Festival de Angoulema nominaba a «Anarcoma» dentro de la categoría de obras patrimoniales a nivel mundial. En diciembre de 2020, el tomo de La Cúpula publicaba una tercera edición … de las que vendrán. Tan solo unos meses antes de que, en marzo de 2021, la misma editorial lanzara otro de los álbumes más conocidos del mismo autor: «Alí Babá y los 40 Maricones«.
Porque una cosa ha quedado clara: hay un interés renovado en la obra de Nazario. Puede ser que este interés tenga algo que ver con que, de un tiempo a esta parte, el colectivo LGTBIQ+ ha vuelto a levantar armas en diversas reivindicaciones urgentes y actuales (Ley Trans, cuestiones de género…). Y, si hay una comunidad que ha entendido a la perfección que para afrontar el futuro hay que conocer bien el pasado, esa es una comunidad LGTBIQ+ embarcada en una verdadera aventura arqueológica con la que desenterrar un pasado que le fue negado.
Porque está claro que la historia LGTBIQ+ ha sido una historia invisible. De la misma forma que ha ocurrido con la historia femenina o la historia negra, la cultura de este colectivo ha sido silenciada y enterrada bajo el peso sofocante de la visión masculina heteropatriarcal blanca. Y es por eso mismo por lo que, en los últimos años, existe toda una corriente consagrada a recuperar, desempolvar, difundir y celebrar los referentes LGTBIQ+ a través de ensayos, ficciones literarias, documentales, películas e incluso cómics.
El público no solo quiere novedades que le hagan mirara hacia el futuro: también quiere referentes que le anclen en el pasado y demuestren que ser queer no es algo nuevo, sino que viene de lejos. Que ha existido siempre. Y que incluso cuenta con voces poderosas, valientes y revolucionarias que incluso se hicieron escuchar en un momento en el que la sociedad estaba empeñada en amordazarlas. Voces como la de Nazario, que sigue escuchándose alta y clara (y elocuente) pasen las décadas que pasen.
¿Quién es Nazario?
A falta de un documental sobre Nazario (en serio, ¿cómo puede ser que nadie esté trabajando en esto y que nos tengamos que conformar con una aparición anecdotaria en «Barcelona Era Una Fiesta«?), no está de más hacer un pequeño recorrido por la carrera del que muchos consideran el padre del cómic underground español. No es para menos: tras abandonar su Andalucía natal, Nazario aterrizó en la Ciudad Condal en 1972, justo veinte años justos de que las Olimpiadas se llevaran por delante la Barcelona quinqui que retrató con tanto empeño y goce.
Fue allá donde fundó el grupo El Rrollo junto a Javier Mariscal (sí, Javier Mariscal), Farry y Pepichek. Y, aunque esta alianza se acabaría disolviendo precisamente por culpa de la persecución policial que sufrían algunos de los fanzines de Nazario, el autor siguió explorando las posibilidades del cómic underground (incluido un mítico beef con Lou Reed, que utilizó una imagen suya como portada sin pedirle permiso) hasta que, en 1980, naciera El Víbora.
Fun fact: la primera portada de esta revista de cómic estaba firmada por el mismo Nazario. Fun fact 2: «Anarcoma» se convirtió más que probablemente en el personaje insignia de la publicación… Lo que no puede ser un logro mayor, teniendo en cuenta que estamos hablando de un magazine conocido como reducto del cómic pornográfico heterosexual en la década de los 80. El mismo Nazario explicaba que el personaje cuyo nombre surge de la suma de «anarquía» y «carcoma» nació precisamente cuando se dio cuenta de que no podía publicar sus habituales historietas gays en una publicación como El Víbora.
¿Qué hizo? Marcarse la historia de una detective trans habla de sí misma como «una mujer con polla» (la naturalidad con la que Anarcoma se define podría haber abierto el actual debate sobre género si se le hubiera dado espacio para el diálogo) y que le sirvió a Nazario para retratar la Barcelona lumpen y canalla que tanto le gustaba. Una Barcelona repleta de chulazos, prostitutas, travestís, locazas, quinquis y maricones que acabó cautivando al lector medio (heterosexual) de El Víbora. Pero que, por el contrario, acabó cansando al autor, que se embarcaría en diferentes aventuras en viñetas hasta que decidió abandonar por completo el mundo del cómic para focalizarse en la pintura. Con una única excepción: en el año 2016, publicaría la tercera parte de las aventuras de Anarcoma en formato novela.
Alí Babá y los 40 Maricones
Y así llegamos a «Alí Babá y los 40 Maricones«, recientemente publicado en nuestro país por la editorial La Cúpula. Este cómic hay que analizarlo en base una curiosa peculiaridad, y es que resulta más fácil entenderlo si no lo consideramos como cómic per sé. Dicho de otra forma: para comprenderlo mejor, hay que circunscribirlo en las circunstancias personales de un Nazario dividido entre el gusto por el lenguaje pictórico y la necesidad de alejarse de las viñetas repletas de pollas (ya explotó su vertiente más snob en cómics como «Turandot» o «Salomé«, además de la que él mismo considera su opera magna: «Mujeres Raras«).
No existe un argumento convencional en «Alí Babá y los 40 Maricones«, sino que Nazario hace algo mucho más subversivo: coge el formato del archiconocido «13, Rue del Percebe» (del igualmente mítico Francisco Ibáñez) y lo aplica a un edificio de tres plantas habitado completamente por inquilinos gays que, además, alternan en un bar situado en el bajo. El Alí Babá Bar está regentado por Lola, una mujer que es un calco de Divine y que tiene un loro llamado Alí. En el primer piso viven Tom y Tito, una pareja que vive la fidelidad de forma muy libérrima (lo que significa que Tito se folla a todo lo que se menea, fundamentalmente). En la segunda planta viven la leatherona Yanpol, el ejecutivo al que todo el mundo llama «La Borrega» y la marica moderna Luigi. Finalmente, el ático está habitado por Ernesto, un chico enamoradizo incapaz de llevar sus fantasías al terreno de la realidad (o lo que es lo mismo: se mata a pajas).
La subversión está precisamente en mostrar algo que la sociedad de la época (la primera edición del cómic data de 1993) se negaba a ver, considerar o admitir. Nazario hace visible lo que en aquel momento era invisible. Y lo hace con todas las de la ley, sin limar las aristas cortantes del modus vivendi que pudieran violentar al heterosexual medio. Los personajes de «Alí Babá y los 40 Maricones» se pasan el día follando, viven en modelos disidentes de pareja, se travisten, hacen bromas sobre el sida y son tóxicos con sus propios amigos… Pero, de la misma forma en la que cada habitación de la «13, Rue del Percebe» representaba una cara diferente del españolito medio de los 80, lo que hace Nazario aquí es capturar de forma pluscuamperfecta todos los pliegues de una cultura gay que, de alguna forma u otra, no solo sigue siendo reconocible a día de hoy, sino que es plenamente vigente.
Una cosa hay que tener en cuenta: como ya he dicho más arriba, esto no es un cómic al uso. Cualquiera que haya leído «Anarcoma» conoce perfectamente el estilo de un Nazario que se enfrenta al arte de crear cómics de forma más intuitiva que teórica. Ahí nace precisamente la belleza de su propuesta: en la libertad absoluta lejos de los cánones del cómic tradicional. Al autor le apasionan practicar la viñeta como el retrato costumbrista, como una fotografía que inmortaliza un instante de la cultura gay no solo a través de la imagen, sino también a través del texto.
De hecho, cada uno de esos dos códigos cumple una función diferente. Por un lado, la imagen no hay que entenderla en su fascinación por el estilo de Tom of Finland, sino más bien en su intención de representar a personas que realmente existieron (no me cabe ninguna duda de que los clientes del Alí Babá Bar son personas reales, conocidos y amigos -y enemigos- de Nazario que seguro que se echaban unas buenas risas al verse en el cómic). Y, por el otro, el texto captura a la perfección un habla repleta de los modismos (y las burradas) que perlaban los diálogos maricas de la época y que no han llegado hasta las representaciones culturales hasta hace relativamente poco.
¿Puede entenderse entonces «Alí Babá y los 40 Maricones» como un cómic histórico? Tiene su gracia y parece cachondeo… Pero, ojo. Su lectura es necesaria y pertinente porque te ayuda a conocer cómo era algo que no vas a ver en las series ni en las películas de la época. Es gracioso pensar que «Philadelphia» se estrenó precisamente en el año 1993 y que suele considerarse como una cumbre en la representatividad y visibilidad de la comunidad gay. Cuando, sinceramente, me inclino a pensar que el gay medio de la época era más parecido a lo que retrata Nazario que el Tom Hanks de turno. [Más información en la web de Nazario y en la de La Cúpula]