«Hamnet» de Maggie O’Farrell es un buen ejemplo de justicia histórica… Pero, sobre todo, esta novela es pura perfección literaria.
La novela histórica lleva varias décadas en lo más alto de la cadena alimentaria (y comercial) de la literatura en parte debido a la magia que supone revelarle al lector algo que le resulte totalmente desconocido y ajeno. Hay algunas novelas históricas que tiene su razón de ser en representar de la forma más naturalista posible un momento y un lugar que nos quedan lejos en el espacio y en el tiempo. Otras juegan a la conjetura, aprovechando el margen para la sorpresa y la fascinación que deja el apartarse del rigor histórico.
A ambos casos hay que sumar una tendencia de los últimos años: la justicia histórica. Una justicia histórica que da voz a todas esas voces que han sido históricamente silenciadas. Porque la historia la escriben los vencedores, y está claro que el hombre heterosexual blanco es el gran triunfador de una historia que, ahora, por fin se está poniendo en tela de juicio al ofrecer espacios en los que resuenen las voces de comunidades minoritarias estigmatizadas tradicionalmente por motivos de género, raza u orientación sexual. Dicho de otra forma: el verdadero impacto del #metoo no solo consiste en dar voz a la mujer del presente, sino también en revisar el pasado para rescatar voces femeninas aplastadas por el tiránico discurso masculino.
A ese respecto, podría decirse (de forma erróneamente simplista) que «Hamnet» es otra prueba más de aquello que nos decían nuestras abuelas: «detrás de todo gran hombre hay una gran mujer«. Al fin y al cabo, la nueva novela de Maggie O’Farrell revela un hecho histórico desconocido para muchos: William Shakespeare escribió «Hamlet» un tiempo después de que falleciera su hijo pequeño, que se llamaba Hamnet. De hecho, la novela se abre directamente dejando bien clara su referencia histórica con el siguiente texto: «En la década de 1580, una pareja que vivía en Henley Street (Stratford) tuvo tres hijos: Susanna y Hamnet y Judith, que eran gemelos. Hamnet, el niño, murió en 1596 a los once años. Cuatro años más tarde su padre escribió una obra de teatro titulada «Hamlet««.
La siguiente página, justo después de una cita directa de «Hamlet«, sigue matizando la referencia histórica: «Hamnet y Hamlet son en realidad dos formas perfectamente intercambiables de un mismo nombre, según consta en los anales de Stratford de finales del siglo XVI y principios del XVII«. Y la importancia de poner sobre la mesa este matiz en la nomenclatura de Hamnet / Hamlet resulta especialmente reveladora si tenemos en cuenta que el nombre William y el apellido Shakespeare no salen ni una única vez en toda la novela de O’Farrell.
De hecho, y por mucho que el título pueda inducir a equivocación, el protagonista de «Hamnet» tampoco es el susodicho niño, sino más bien su madre Agnes. La intencionalidad late bajo esta toma de decisiones: extirpar el nombre de Shakespeare supone, de alguna forma u otra, extirpar su voz. Y, al fin y al cabo, hay que reconocer que tampoco es una gran pérdida si tenemos en cuenta este libro en concreto, ya que la voz de este autor ha perdurado en el tiempo y ha llegado hasta nosotros, tantos siglos después, intacta y comprimida en su extensa obra.
Lo que le interesa a Maggie O’Farrell, sin embargo, es darle voz a esa mujer que se quedó en Stratford-upon-Avon (que, de hecho, no es mencionado tampoco por su nombre completo, sino tan solo como Stratford, y en contadísimas ocasiones) para criar a los hijos de Shakespeare. ¿Nos encontramos entonces ante un caso de «detrás de todo gran hombre hay una gran mujer» tal y como ya he dicho más arriba? Para nada. Y eso es lo que convierte a «Hamnet» en una novela magnífica. Su intención no es celebrar a Agnes como la mujer que hizo posible el éxito de su archiconocido marido, sino más bien en celebrarla como una mujer que tuvo éxito en una aventura mucho más compleja que triunfar en los corrales de comedia de la Inglaterra del siglo XVI: llevar adelante una familia en ausencia del marido y superar la muerte de un hijo.
O’Farrell estructura su libro en dos partes bien diferenciadas: antes y después de la tragedia. El antes de la tragedia, a su vez, se estructura en capítulos que alternan el presente y el pasado: los episodios que avanzan en dos días concretos (los de la muerte de Hamnet) se van alternando con otros en los que la autora despliega una capacidad magistral a la hora no solo de plasmar un momento histórico concreto (la Inglaterra rural del siglo XVI, en la que todavía se sienten ecos del miedo a la pandemia de peste bubónica vivida en el siglo XIV), sino también en el retrato de un mujer magnética como Agnes, capaz de ver el futuro de una persona al apretar el espacio de la mano entre el índice y el pulgar.
Agnes es percibida por el pueblo como un espíritu libre, como una bruja benévola, como alguien extraño que no se ajusta a las normas civiles imperantes. Prefiere vivir en la naturaleza y se rige por sus propias normas. Pero, aun así, la aceptan y abrazan por la ayuda que sus remedios naturales les brindan contra enfermedades y penurias diversas. A su vez, es esta cualidad mística de Agnes la que atrae a su futuro marido (que siempre es referido como el marido o el padre, pero nunca por su nombre). Y, mientras el desastre presente se va desplegando como una flor de aroma mortal, los capítulos del pasado ayudan a entender el marco general (la sociedad) y concreto (la familia de Agnes) en el que está impactando la tragedia.
Una vez superada la tragedia, la estructura episódica pierde su sentido y el dolor aplana la lectura en un único torrente narrativo. El sufrimiento no deja espacio para los matices, para las inflexiones, para diferenciar entre un día y el siguiente, y por eso «Hamnet» aborda como una unidad todo tramo final, ese en el que Agnes no acaba de entender por qué su marido ha escrito a sus espaldas, sin decirle nada, una obra dramática con el nombre de su hijo.
Es este tramo final el que deja claro por qué «Hamnet» se ha convertido en uno de los fenómenos literarios más solventes de los últimos tiempos: porque funciona a nivel de literatura histórica, sí, y también como justicia histórica, también… Pero, sobre todo, por la pluma de Maggie O’Farrell es un portento impactante no solo a la hora de estructurar su historia, sino sobre todo a la hora de ponerla sobre el papel en un torrente de palabras con el don de la perfección literaria. Ahí queda como ejemplo ese impresionante capítulo que explica cómo la peste viaja desde Italia hasta Stratford a lomos de una serie de catastróficas y casuales desdichas. Ya lo he dicho: perfección literaria. No hay más. [Más información la web de Libros del Asteroide]