«Regreso al Edén», la nueva novela gráfica de Paco Roca, es un precioso (y triste) homenaje a nuestras abuelas, una generación de mujeres que crecieron alimentadas con migajas de felicidad.
Existen escritores de la memoria, comandados probablemente por un Marcel Proust que inmortalizó la madalena como gatillo detonante del torrente de recuerdos incontrolables que fluyen en nuestra cabeza cuándo, cómo y dónde quieren. Existen además directores de cine de la memoria, con ejemplos tan ilustres como ese Wong Kar Wai que se ha pasado media vida usando todos y cada uno de sus fotogramas para intentar fijar en el tiempo las memorias de amoríos siempre imposibles, sabedor de que solo los amoríos imposibles son los que perduran (y merecen perdurar) en el tiempo.
Por lo tanto, deben existir también autores de cómic de la memoria. Aunque, precisamente porque los mencionados más arriba abordan este concepto de forma lateral y ficcionada, nunca desde lo documental y ensayístico, sería un error considerar que el cómic de la memoria es el que practica ese tsunami de autores que se han lanzado a la auto-ficción y a desempolvar pasados escabrosos para ponerlos literalmente sobre páginas verticales con dos viñetas por línea, tres líneas de viñetas por página. No. El cómic de la memoria es y tiene que ser algo diferente.
El cómic de la memoria es y tiene que ser más bien lo que hace más de una década que practica Paco Roca. Al fin y al cabo, que el tema de su novela gráfica «Arrugas» fuera precisamente el Alzheimer debe leerse, ahora, tanto tiempo después, como la primera gran muestra de su obsesión por intentar apresar con las manos desnudas ese ser escurridizo que es la memoria. El protagonista de aquel celebrado cómic luchaba contra el fantasma de esa enfermedad que iba alimentándose con sus recuerdos poco a poco, sin que él se diera cuenta.
Y, de una forma similar, el mismo Roca ha seguido luchando contra el mismo fantasma en la mayor parte de sus obras. En «El Invierno del Dibujante«, por ejemplo, batallaba contra una actualidad fascinada por los cómics extranjeros recuperando la primera Edad de Oro del tebeo español personificado en la editorial Bruguera de post-guerra. «Los Surcos del Azar» partía de los recuerdos de un español exiliado en Francia para desenterrar la historia de la aportación española a la Segunda Guerra Mundial antes de que quedara relegada al olvido bajo tierra. Y, en «La Casa«, tres hijos recuerdan a su padre fallecido a través de los objetos de la casa que este dejó atrás de la misma forma en la que Proust evocó toda su infancia a partir del sabor de una madalena.
No es de extrañar, entonces, que «Regreso al Edén» vuelva a orbitar alrededor de un acto de recuperación de la memoria. En este caso, todo empieza con una fotografía de Antonia y su familia en la antigua playa de Nazaret (Valencia) en el año 1946. Ya mayor, Antonia abandona su hogar, en el que vivía sola, para mudarse a la casa de uno de sus tres hijos. Y, cuando esa foto se extravía durante el traslado, la madre hará que sus hijos la busquen desesperadamente sin llegar a explicarles por qué es tan importante para ella encontrarla y conservarla justo al lado de la cabecera de la cama, bajo el cristal de su mesita de noche.
Pero lo que Antonia no explica a sus hijos, Paco Roca sí que lo explica al lector. Y lo hace no solo con un formato apaisado que facilita esa lectura fluida y horizontal, casi hipnótica, que el autor ya exploró en «La Casa«. Lo hace, sobre todo, sin permitirse acomodarse en esa novela gráfica que pone el piloto automático y usa la misma plantilla para cada página. Ya desde la apertura de «Regreso al Edén«, queda claro el ánimo explorador y aventurero de Roca.
«Visto desde la magnitud del cosmos, la vida de Antonia no es más que un fugaz destello en el tiempo«, escribe el autor en una página totalmente en negro con una minúscula línea blanca en el centro. «Como Antonia, todos brillamos un breve instante junto a otros destellos sobre la negrura de la no existencia. Por eso necesitamos saber que antes de nosotros hubo otros. No somos nada sin un pasado. Lo necesitamos para sentirnos parte de algo más grande y antiguo que llamamos ancestros, humanidad… Confiamos, además, en que en el futuro habrá más como nosotros y que perduraremos en su memoria. Solo así esos pequeños y breves flashazos aislados se convierten en un haz de luz«, escribe en una doble página en el que la pequeña línea que es Antonia se ve precedida por múltiples líneas que forman un haz de luz antes que ella, y también después.
«Mantenemos una lucha constante contra el olvido, que intenta borrar el pasado. Pero nuestra memoria es limitada y traicionera, por eso el ingenio humano inventó formas de mantener un instante en el tiempo. Creamos el dibujo y la escritura… Y también la fotografía, capaz de retener un destello de existencia.» Este es el texto que se desgrana en varias páginas que, poco a poco, van aproximándose al haz de luz para que veamos que está formado por viñetas dentro de páginas que se suceden de forma horizontal como el propio cómic que sostienes entre las manos, como una tira de celuloide que flota en el vacío.
Y, más allá de que, probablemente, estas escasas páginas sinteticen de forma pluscuamperfecta en qué consiste la mirada de Paco Roca, hay que reconocer que también es una apertura excepcional para una novela gráfica como esta, que parte del mito cristiano del Edén para hablar no solo del papel de la mujer en la historia (ella lleva sobre los hombros el peso del pecado y, precisamente por eso, la madre de Antonia le enseña que es un ser inferior al hombre, que no tiene derecho a la realización propia porque su propia realización debe venir de consagrarse primero a su marido y después a su familia), sino también como símbolo inequívoco de la memoria idealizada.
El Jardín del Edén es ese lugar mitológico al que el ser humano aspira a volver tarde o temprano. Es el Paraíso que le está negado por culpa de sus pecados, mucho más en tiempos tan duros como una posguerra en la que se impuso la idea de que el pobre era pobre porque era vago (es decir: por culpa de su propio pecado). Por lo tanto, es también ese espacio mental que todos creamos en nuestras cabezas y contra el que recortamos el resto de nuestras existencias: cogemos un puñado de recuerdos felices, probablemente falseados e idealizados (y magnificados) por los extraños y desconocidos funcionamientos de la memoria, y nos creamos nuestro propio Edén. Un lugar en el que refugiarnos en tiempos de infelicidad.
Paco Roca, sin embargo, no juega en el campo de la complacencia. Al fin y al cabo, «Regreso al Edén» habla de nuestras abuelas: de toda una generación de mujeres criadas en el machismo más violento que crearon su propio Edén a partir de una selección de recuerdos que, vistos desde el aquí y el ahora, rompen el corazón de pura tristeza. Recuerdos representados con un detallismo sorprendente en el que se intuye que el autor mezcla una extensa labor de documentación con la propia memoria familiar. Recuerdos que no son felices per sé, porque son migajas de felicidad.
Porque la precariedad que se impuso en la post-guerra no solo fue económica y social, sino también emocional. Una precariedad que, precisamente por exánime, corre el peligro de caer en el olvido si no fuera por actos tan bellos y necesarios como el de Roca. [Más información en el Twitter de Paco Roca y en la web de Astiberri]