Daft Punk publican un «Epílogo» que actúa como punto y final de su carrera… Y esta es una carta de despedida a la voz de nuestra generación. Con amor. Y lágrimas.
Decía Lena Dunham en el primer capítulo de «Girls» que creía que ella podía ser la voz de su generación. Bueno, no lo decía ella, sino que lo decía su personaje: Hannah Horvath. Pero todos sabemos que en verdad la que lo decía era ella y, de hecho, sabemos también que ser la voz de una generación es algo que se le quedaba bastante grande. Porque ser la voz de una generación es algo complejo… Tan complejo que, en mi generación (y no me queda muy claro si soy boomer tardío o millennial primerizo), la voz fue capitalizada por dos robots que nunca dijeron ni mú.
Ayer, 22 de febrero, Daft Punk colgaban en YouTube un video titulado «Epilogue«. Un clip de ocho minutos con imágenes extraídas de su película «Electroma» que, descontextualizadas fuera de su origen, adquieren un significado inequívoco de despedida. No hay otra forma de entender esta pieza en la que los dos robots caminan por el desierto hasta que uno, cansado, se detiene, se quita la chaqueta, se gira y muestra a su compañero un interruptor que tiene en la espalda. Su colega lo acciona, el robot se aleja y… ¡bum! Explota en los aires antes de que el superviviente se aleje por el desierto mientras suena «Touch«, canción de su disco «Random Access Memories» (Columbia, 2013).
El sentido de este epílogo se ve subrayado por una imagen intercalada justo entre la explosión de un robot y el caminar del otro hacia el horizonte: las dos manos de los robots, una dorada y otra plateada, haciendo el símbolo del triángulo (un símbolo habitual en ellos desde los tiempos de la pirámide que convirtió su directo en mito absoluto). Y, bajo este triángulo, dos fechas: 1993 – 2021. 1993, año en el que metieron la patita en el mundo de la música por mucho que su primer éxito no llegara hasta el petardazo de su temón «Da Funk» (1996). Y 2021, año en el que Daft Punk dejaron de ser Daft Punk.
Porque no hay espacio para el misterio: medios como Pitchfork se han puesto en contacto con la representante de los franceses y esta ha confirmado la noticia. Odio que la gente esté diciendo que Daft Punk se han separado, porque una separación es otra cosa. Una separación es el desencuentro a vista de todo el mundo que airearon los hermanos Gallagher antes de desmembrar Oasis, por ejemplo. Una separación es que cada una de las partes siga su camino hacia un lugar diferente y, aunque «Epilogue» haga pensar precisamente eso mismo (¿uno de los dos ha perdido las ganas de continuar?), algo me dice que, simple y llanamente, Daft Punk no se separan, sino que dejan de existir. Que se desvanecen en el espacio y el tiempo y dejan atrás algo mucho más poderoso que su presencia: un mito grandioso. La voz de una generación.
Al fin y al cabo, Daft Punk siempre han hablado por mi generación sin necesidad de quitarse los casos robóticos para que les viéramos las caras y escucháramos sus voces. «Homework» (Virgin, 1997) llegó justo en un momento en el que la electrónica estaba cambiando la faz de la industria musical para siempre. Y supo convertirse en epítome de todas las cabezas de esta hidra hiperactiva que tan pronto sonaba a tecnazo agresivo con garras mojadas en ácido lisérgico (mis dos cortes favoritos de ese álbum: «Rollin’ & Scratchin‘» y «Rock’n Roll«) como que le daba al funk callejero con corazón de riot empapado de cristal líquido (la mítica «Da Funk» o «Burnin’«). O, de pronto, se marcaban un hit masivo capaz de petarlo en las radios de medio mundo: ese «Around The World» que sonó sin parar en el autobús que nos llevaba de aquí para allá durante un viaje de fin de curso en el que descubrí Grecia y los placeres del hedonismo borracho en las mejores compañías.
Y, entonces, la vida: una vez descubres el hedonismo, solo quieres más. Así que, cuatro años después, Daft Punk lanzaron «Discovery» (Virgin, 2001) y consiguieron que los puristas de la electrónica arrugaran la cara… Mientras que muchos otros, yo entre ellos, decidiéramos que de arrugar la cara nada: que aquel era el sonido que mejor nos representaba en el cambio de siglo. Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter (que raro se hace usar sus nombres humanos) recurrían a algunos de los sonidos más denostados por la música de baile (a saber: disco, italo-disco, cosmic-disco, spaghetti-disco y cualquier género que delante de «disco» pusiera cualquier palabra macarrónica) y se marcaron una odisea espacial intergaláctica y colorida que nada tenía que ver con el tecno de la época, sino mucho más con un house pretérito y cálido pensado para hermanar a la pista de baile.
La gente pareció olvidar que esa re-contextualización de sonidos pretéritos en desuso ya estaba trenzada en el éxito de «Homework«. Así que decidieron denostar «Discovery» sin advertir y, sobre todo, sin admitir que, definitivamente, ese disco marcaría la pauta para todo lo que escucharíamos en la siguiente década (e incluso un poco más allá). Eso sí, más allá del análisis crítico, aquel disco volvió a convertirse en la voz de una generación que estaba escurriéndose literalmente por las alcantarillas de clubs houseros que puede que no pasaran la prueba del algodón de los críticos musicales, pero que eran el lugar más divertido en el que, como yo, podías pasar tus noches de universitario. Aprovechando la calidez de la música y el sentimiento de hermandad y las sustancias compartidas para enrollarte con todo lo que se menea. En mi cabeza, todas esas noches tienen una única banda sonora: el «Discovery» de Daft Punk, especialmente todo lo que está comprimido en los diez minutazos de esa «Too Long» que echa el cierre al disco de forma pluscuamperfecta.
A partir de entonces, a Daft Punk todavía les quedaban algunas revoluciones bajo la manga. Llevaron hasta el extremo la boutade de los robots y, al despojarse de su propia humanidad, pasaron a habitar directamente el espacio del mito imperecedero. Trascendieron el terreno de la música y supieron entender que el nuevo siglo sería audiovisual, de ahí cintas tan icónicas como «Interstellar 5555» (que se avanzó en década y media a Beyoncé con eso de crear un «visual album» en el que cada canción tuviera una pieza visual, en este caso todas ellas hilvanadas por el estilo de Leiji Matsumoto, creador de «Capitán Harlock«) o «Electroma» (un verdadero poema de cine como antinarración). Comprendieron también que el nuevo siglo no era el de los conciertos en salas, sino el de los macro-conciertos en festivales, y establecieron las bases de todo lo que estaba por venir con la magnánima pirámide que atraviesa de forma punzante el imaginario de varias generaciones. Supieron alimentar el mito manteniendo el misterio, diseminando sus apariciones, poniéndole coto a su creatividad pero convirtiendo cualquier manifestación minúscula en un verdadero hito. E incluso marcaron a fuego la segunda década del siglo XXI con un «Random Access Memories» que volvía al pasado para convertir en tendencia el disco-funk que ya había estado presente en sus anteriores álbumes.
Todo lo que hicieron Daft Punk, lo hicieron como voz de una generación que estaba demasiado ocupada pasándoselo bien. Y ese fue mi propio caso: puedo ver todo esto ahora, desde la distancia, pero en su momento lo único que podía hacer era contemplar con serenidad cómo Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter ponían música a la banda sonora de mi vida. Podría explicar que vi parte de su actuación en Summercase 2006 desde detrás del escenario. Podría recordar que fueron algo así como los padrinos de una relación que nació esa misma noche. Podría describir la magia de ser invitado al auditorio del CCCB para escuchar en primicia absoluta el «Random Access Memories» con un grupo de amigos del mundo de la música y el periodismo musical y que, mientras escucábamos canción a canción, tan solo podíamos mirarnos unos a los otros con lagrimitas en los ojos. Podría hablar de los lagrimones y no lagrimitas que me produce un tema como el mencionado «Touch«, los escalofríos que me provoca «Giorgio by Moroder» o la sexualidad que me brota cada vez que suena «One More Time«.
También podría lamentar lo cuesta arriba que se me hace cada vez que tengo que explicarle a alguien que no es de mi generación, sobre todo a los de las generaciones más jóvenes, por qué un disco como «Alive» (Virgin, 2007) es la cumbre absoluta de lo que la música de baile significa para mí. Soy consciente de que el baile, para estas nuevas generaciones, es algo diferente. Completamente diferente. Que eso subidones que en verdad son como «infinite pools«, ese bombo trotón que a veces roza el garruleo, ese hedonismo housero de fin de siglo es algo que les queda lejos y que, al no tener ningún tipo de valor sentimental para ellos, probablemente ya nunca podrán comprender. Mucho menos aprehender.
Pero en eso consiste ser la voz de una generación: en que otras generaciones probablemente no te entiendan cuando hables. Por ahora, nosotros nos quedamos con este vacío. Con las más que probables teorías conspiranoicas que están a punto de estallar (¿es el símbolo del triángulo un indicio masónico? ¿Realmente uno quería dejarlo y el otro no y se han peleado? ¿Seguirá haciendo música el que no quería dejarlo? ¿Cuál es la simbología detrás del epílogo? ¿Cuál es el significado de que el anuncio lo hicieran en una fecha como 02.2.21? ¿Hay frames ocultos que revelan el futuro del dúo?). Pero, sobre todo, yo me quedo con la esperanza de que Daft Punk se marquen un LCD Soundsystem y se caguen en esta despedida para volver un año después por todo lo alto. A James Murphy no se lo perdono. Pero es que a Daft Punk les perdonaría cualquier cosa. [Más información en la web de Daft Punk]