“Live Forever: The Rise And Fall Of Brit Pop” (John Dower, 2003) es el documental con el que se trató de registrar para la posteridad los hechos reales, los mitos y las leyendas que dieron forma al brit-pop y lo encumbraron como uno de los elementos definitorios de la década de los 90. Su empeño por situar bajo los focos a los protagonistas del movimiento y a otros personajes ajenos pero relevantes le otorga un gran valor como archivo audiovisual de los aspectos musicales y sociológicos de una época. No obstante, como suele suceder en este tipo de artefactos hagiográficos, sus argumentaciones se centran en lo observado por todo el mundo en el decorado principal y pasan de puntillas sobre lo que ocurría en el patio trasero. Ahí se encontraba Ian Broudie, un músico de Liverpool que ya en los 80 había pertenecido a Big In Japan (seminal banda post-punk que elevó dicha etiqueta a categoría estilística junto a The Teardrop Explodes y Echo And The Bunnymen) y había colaborado en la producción de álbumes de The Pale Fountains, Shack o The Fall. Así que, con esta tarjeta de presentación y un decenio después, ¿qué estaría pensando el bueno de Broudie al comprobar cómo aquella panda de jovenzuelos irreverentes invadía el Reino Unido y parte del resto del mundo? Quizá que le habría correspondido vivir algo semejante tiempo atrás, aunque él mismo había decidido abandonar a sus compañeros y continuar en el negocio por su cuenta.
La explosión del brit-pop provocó que surgieran por doquier cientos de grupos que perseguían ver cumplido su sueño británico. Pero el camino a seguir no era tan sencillo como parecía y el éxito se había vuelto más efímero que nunca: si ahora se hiciese un esfuerzo por recordar los nombres de varias de esas bandas (sin recurrir a los múltiples recopilatorios correspondientes), no saldrían más de diez o quince. Mientras tanto, Broudie veía, apostado tras una valla con sus eternas gafas de sol, cómo la escena alcanzaba su punto de máxima ebullición. Su veteranía se contraponía con el espíritu impulsivo de aquellos músicos noveles y actuaba como amortiguador de la euforia que se respiraba por todo el reino de su majestad Isabel II. Un entusiasmo desbordante que ya se vislumbraba a comienzos de los 90, cuando Gran Bretaña intentaba superar la resaca del verano del amor madchesteriano del 89. En ese instante, en el que ni Blur ni Oasis ni Suede todavía existían, Ian Broudie ya tenía en su bolsillo su primer disco bajo la denominación de The Lightning Seeds, aún proyecto unipersonal del liverpuliano: “Cloudcuckooland” (MCA, 1989), el LP que contenía “Pure” (la canción que inspiró más de la cuenta a Mikel Erentxun -y por ello fue demandado por el propio Broudie– a la hora de componer “Uno Más Uno Son Siete”, el hilarante hit del inefable Fran Perea) y otras relucientes gemas que ayudaron a creer que el resurgir del pop de guitarras de toda la vida se encontraba próximo. Incluso antes de que se produjese la eclosión de la nueva ola (de la nueva ola), Broudie ya disponía de su segunda referencia: “Sense” (MCA, 1992), otro contenedor de pop de melodías perfectas en el que arrancó la productiva relación profesional entre el de Liverpool y Terry Hall, cabeza visible de The Specials.
Teniendo en cuenta la fecha de salida de ambos trabajos, se podría afirmar que The Lightning Seeds se había convertido en uno de los distintivos pioneros del brit-pop. En parte, sí, pero Broudie se desmarcaba de su teórica pertenencia a la corriente. Razones tenía para hacerlo, empezando por las características de su sonido: más maduro en su fondo y más elaborado y clásico en su forma, muy diferente de la superficialidad y el discurso juvenil de sus coetáneos veinteañeros. Su tercer álbum, “Jollification” (Trauma, 1994), es un buen ejemplo, a pesar de su ingente cantidad de ingredientes dulzones y, a veces, empalagosos. Esa capa de azúcar permitió a Broudie, ya rodeado de una banda propiamente dicha, acceder a las radiofórmulas y preparar el terreno para alcanzar la cumbre comercial, hallada en el verano de 1996, justo cuando la Inglaterra balompédica se disponía a acoger (y a ganar en sus sueños) la Eurocopa de naciones. Al alimón con los cómicos Frank Skinner y David Baddiel, Broudie había compuesto “Three Lions”, himno oficial del torneo (y, aún a día de hoy, cántico futbolero por excelencia) que puso banda sonora a la enésima derrota de los pross ante la enemiga Alemania.
Curiosamente, esa decepción deportiva coincidió con el ascenso definitivo de The Lightning Seeds gracias a “Dizzy Heights” (Epic, 1996), su obra más redonda y cuyos singles extendieron su efecto hasta bien avanzado el año 1997. Con todo, mientras Noel Gallagher departía amablemente con Tony Blair, Supergrass recibían una oferta de Steven Spielberg para realizar un film basado en The Monkees y la Union Jack copaba las portadas de las revistas de tendencias, Ian Broudie permanecía relajado tras la valla, contemplando cómo se desvanecía el fulgor del brit-pop. Su quinto largo, “Tilt” (Epic, 1999), parecía intuir su apagón total al presentar un evidente giro hacia la pista de baile y los ritmos programados derivados de Pet Shop Boys y similares; al poso pop se le añadían unas cuantas gotas dance, lo que hacía que The Lightning Seeds ni Broudie pareciesen los de antes…
A partir de ahí, el silencio, roto sólo por la aparición de un par de recopilatorios que intentaban capturar en su totalidad la esencia de las semillas relampagueantes; la actividad como productor de Ian Broudie (The Coral y The Zutons); y varias malas noticias relacionadas con su vida privada: divorcio, muerte de su hermana, suicidio de su hermano y fallecimiento de sus padres. Demasiados sucesos trágicos para recuperar el optimismo recalcitrante de su grupo, de ahí que optase por publicar nuevo disco bajo su nombre de pila: el introspectivo “Tales Told” (Columbia, 2004). Con los pies en pleno siglo XXI, y tal como se había desarrollado la historia, se hacía difícil apostar por el regreso de The Lightning Seeds. Pero, sorpresa, el retorno se consumó un lustro después con “Four Winds” (Universal, 2009), tan intimista y reflexivo como su anterior álbum en solitario, con lo que se confirmaba que la felicidad y el alborozo se habían quedado por el camino. Ese mismo camino al que Broudie asomó su cabeza, observó el jaleo que había a su alrededor y dictaminó que lo conveniente era ir paso a paso con discreción hasta convertir a sus The Lightning Seeds en una factoría infalible de canciones pop ideales e imperecederas.
SU MEJOR DISCO. “Dizzy Heights”. Colorista y alegre desde su portada, la coartada del eterno optimismo sirvió a Ian Broudie para confeccionar un álbum pop inmejorable, repleto de melodías inolvidables y potenciales singles edulcorados que trataban los obligatorios asuntos del amor en particular y la vida en general: “You Bet Your Life”, “What If…”, “Sugar Coated Iceberg”, “Touch And Go”, “Fingers And Thumbs” o “You Showed Me” (original de The Turtles) mantienen toda su capacidad de levantar el ánimo desde la perspectiva del auténtico gozo o la inesperada nostalgia.
SU MEJOR CANCIÓN. “What If…”. Podrían ser otras muchas, pero esta condensa el amor de Broudie por sus influencias sesenteras (The Beatles, The Beach Boys) y la eficaz manera en que lo plasmaba en sus composiciones. Guitarras diáfanas por aquí, coros por allá y, en medio, un estribillo impecable que va directo al corazón.