El «yokai» es un género de manga japonés centrado en la riquísima tradición folklórica nipona en torno al mundo de los fantasmas. Seguro que alguno habéis visto: son esos hectoplasmas en forma de paraguas con una lengua gigantesca, los farolillos voladores o los zorros que se transforman en personas para confundir a los campesinos… Y si existe dentro del «yokai» una eminencia, esa es la serie «GeGeGe No Kitaro» y su creador Shigeru Mizuki: un autor del que, conociendo su biografía, es impactante pensar por qué no se permitió antes fugas de la ficción hacia la autobiografía. A saber: nacido en 1922, con tan solo 20 años lo enviaron a la guerra en Papúa Nueva Guinéa. Allá contrajo la malaria y fue espectador de la muerte, uno a uno, de sus compañeros hasta que el punto y final de la contienda le llegó a él mismo en forma de una bomba que le explotó cerca. La consecuencia directa fue que tuvieron que amputarle el brazo izquierdo. Tras el accidente, pudo permitirse remolonear en la isla hasta que lo redestinaron hacia Japón. Allí, Mizuki se marcó la meta de aprender a dibujar con la mano derecha (puesto que era zurdo)… y de aquellos polvos, estos lodos. Más que lodos: lodazal, un pantano en el que se alternan zonas de luz con sombras inquietantes donde viven todo una familia de viñetas que el autor suele cazar al vuelo y plasmar sobre el papel en blanco. Un último apunte biográfico: Osamu Tezuka era fan de Shigeru Mizuki. Y ya sabemos que Osamu Tezuka siempre tenía razón…
«Nonnonba» (que llega a España de la mano sabia de Astiberri) narra cierta etapa vital en el crecimiento emocional y artístico del joven Mizuki: aquel momento en el que las peleas entre bandas de niños dejaron de tener importancia y el niño empezó a ceder ante la urgencia de un mundo interior que hervía a presión contra su cerebro, contra aquellos ojos que empezaban a ver el mundo que le rodeaba de forma «diferente». Es delicioso observar el proceso de crecimiento pendular que el Mizuki niño experimenta a medio camino entre dos influencias igual de poderosas y más cercanas la una de la otra de lo que pudiera pensarse de entrada. Por una parte, es palpable la línea genealógica que desciende desde el padre hacia el hijo: la presencia del progenitor es, en este caso, una fuente de expansión más que de castración. El padre de Mizuki es un personaje soñador que enseña a su hijo la importancia de luchar por los sueños propios (y, vistos los derroteros trágicos por los que dicurriría su vida, esta fue una lecció más que decisiva para el autor). La otra influencia determinante es la Nonnonba que da título al álbum: una viejecita que vive con la familia Mizuki y que abre al niño las puertas de la percepción que conducen hacia una dimensión desconocida en la que moran los seres espectrales. Todo un conjunto de fantasmas ante los que el miedo no es una opción: como todo en esta vida, lo importante es conocer las claves para convivir con ellos. Aceptarlos, respetarlos y sobrevivir… Bonita enseñanza. Al fin y al cabo, es la tensión entre estas dos fuerzas (el mundo fantasmagórico y la importancia de creer en tí mismo incluso cuando tus metas no entran dentro de lo refrendado como «normal» por la sociedad) es la que marcará la obra de Mizuki al completo.
Con un dibujo sencillo pero entrañable, muy en la línea de clásicos del manga como el mismo Tezuka o Keiji Nakazawa («Barefoot Gen«), «Nonnonba» se destapa como un viaje emocionante que acaba haciendo vibrar tus sentimientos más amables. Las tramas, en su mayor parte autoconclusivas y episódicas, son simples pero efectivas a la hora de conformar, pieza a pieza, un puzzle de mayor tamaño en el que queda representada (y cuarteada) una historia infantil que de pueril no tiene nada: un canto a la vida aceptando la muerte, ya sea de forma indirecta (con las aparicioens espectrales) o directa (abrazando la muerte de seres queridos cercanos). Así, de forma transparente pero brillante, Mizuki desliza su mensaje entre unas páginas que se leen con voracidad: sólo es posible disfrutar de la vida cuando se está en paz con la muerte.
[Raül De Tena]