¿No te ha ocurrido alguna vez eso de darte cabezazos contra la pared porque, al escuchar la música de un grupo en concreto, eres incapaz de definirlo con una etiqueta certera y mortífera? Probablemente, si no eres periodista musical estés pensando ahora mismo que la pregunta que abre esta crítica es una absoluta estupidez propia de un tarado sin vida social. Pero como, a día de hoy, todo el mundo es periodista (¿empezamos a superar en número a los djs y a los diseñadores? Yes we can!), me aventuraré a pensar que esta línea de pensamiento interesa a gran número de los potenciales lectores de esta crítica. Y si no es porque seas un periodista wannabe, seguro que lo dicho te interesa igual que en su momento te interesaron palabros tan jevis como pop hipnagógico, witch house o nu grave. Así somos: nos encantan las etiquetas. Y todo lo dicho viene a cuento de «Espectros» (Discos Walden / La Fonoteca / Maravillosos Ruidos, 2012), un split a cuatro bandas en el que Capitán, Viva Ben-Hur, Arponera y Villaroel le toman el pulso (un pulso que algunos creían cercano a la apoplejía) a la escena musical barcelonesa a la vez que nos permiten responder a una pregunta que suele aparecer en muchas entrevistas (propias de periodistas wannabes, sí): ¿os consideráis parte de una escena local? Si cualquiera de los aquí presentes nos responden que no, es para correrles a capones.
Y es que «Espectros» detenta un glorioso sonido homogéneo como hilo rojo que cose pieza a pieza, canción a canción. Pedazos de un Frankenstein melódico tan espectral como el título de este split. Abren fuego Capitán de forma mayestática, con dos temas («La Máquina de los Sueños» y «Portugal«) donde el proyecto de Cacho Salvador (Extraperlo), Adrián de Alfonso (Veracruz) y Pau Riutort (Beach Beach) repta con la panza deslizándose silenciosamente sobre el suelo a la caza de un objetivo elevado: alcanzar el inconsciente a través letras psicológicas y una instrumentación darkpop. Los 80 más apáticos en las voces y espaciosos en sus estructuras esqueléticas aparecen en los temas de Capitán como una dulce mezcla entre los Ultravox más aplacados y los Golpes Bajos menos estridentes. El efecto es sorprendente incluso poniéndolo contra el revival ochentoso que lo ha petado a base de bien en los últimos tiempos: estos tres tipos no miran al pasado, sino que tienen la mirada bien puesta en un futuro lejano en el que da igual si los androides sueñan con ovejas electrónicas porque para soñar ya tienen canciones como estas.
Difícil superar el acto de apertura… Pero Viva Ben-Hur se las apañan más que bien para mantener el conjunto bien alto e incluso para elevarlo unos puntos más arriba. La jugada parece sencilla, pero no lo es para nada: lo ya escuchado en Le Pianc (parte de sus integrantes también son miembros de esa otra banda barcelonesa) parece llegar hasta nosotros a través de varios viajes interdimensionales, después de atravesar diversos velos ectoplasmáticos en los que han ido perdiendo fisicidad material, donde han ido soltando el lastre de la contundencia punk-pop de aquellos para envolverse en unos nuevos ropajes fantasmales de sintes volátiles, percusión de calcio y huesos, lechos de ruido algodonoso y voces -a veces masculinas, a veces femeninas- como cuentacuentos perversos dispuestos a joder la mente de un niño o dos. La fórmula puede parecer identificable en su vertiente más ochentera y chatarroide (¿Pegamoides?), pero lo cierto es que estos cinco temas de Viva Ben-Hur («El Principio del Fin«, «Cabeza de Huevo«, «Mis Temores«, «Hombre al Agua» y «Amanecer«) suponen una nueva y perversa revisión del legado movideño como si los hijos de los Monsters juguetearan a componer temarrales para las ondas radiofónicas.
Suma y sigue… Arponera no sueltan el acelerador en su elección de cuatro de los temas más brillantes de su reciente álbum homónimo: «Mentiras«, «Hepatitis«, «El Oso» y «Río de Janeiro» aniquilan en quien escucha la capacidad de tender lazos hacia otras bandas presentes o pretéritas (vale, aceptamos Triana como referencia fardonísima). Y lo hacen, básicamente, porque a estas tres barcelonesas se les intuye una intención ajena al homenaje o la referencia: lo de ellas es sonar como un akelarre de brujas melómanas que se vuelven locas del coño en el bosque, aporreando su percusión en pelotas con una fuerza atávica y primigenia, casi primitiva; escanciando sangre de cordero sobre las cuerdas en tensión extrema de un bajo seco como una cachiporra de madera; haciendo crepitar los teclados como una hoguera en la noche de San Juan… y, al fin y al cabo, entonando estribillos misteriosos como un cántico de ofrenda a esos dioses paganos que nos ponían los huevos por corbata cuando teníamos ocho años. Increíblemente, todo lo dicho no suena a banda goticosa del montón, sino a poperas cansadas del brillo superficial del pop: a tres amantes del pop dispuesta a sacarle los colores a este género aunque sea a base de practicarle la muerte súbita por estrangulación durante el orgasmo.
El círculo se cierra con tres temas de Villarroel: «Primavera en Suecia«, «Pesca de la Langosta» y «Amor sin Libertad«. Si nos quedáramos en el primer tema (¿cachondísima parodia de Hombres G con el empaque musical de los mejores Aztec Camera?), podríamos pensar que es esta es la propuesta menos espectral del lote por mucho que aquí encontremos una letra tronchante y un ritmo pegajoso como un Kilométrico Boomer. Pero es que los últimos dos cortes vuelven a poner la brújula mirando hacia las coordenadas del mismo territorio que el resto de bandas: el tempo se rebaja hasta la parálisis almidonada de una noche de Samain celebrada con collares hawaianos que vuelven a pervertir una referencia ochentera (¿no es «Pesca de la Langosta» el negativo fotográfico de cierto tema de Mecano?) De esta forma, Villarroel cierran «Espectros» con un delicioso encantamiento de ilusión: lo que aquí se escucha puede parecer pop de toda la vida (y más todavía si el principio de toda esa vida lo pasaste enredado en la radiofórmula de los 80), pero es más bien una semilla de un futuro paralelo en lo que el eterno conocido no tardará en revelarse como el ansiado desconocido.
Y, así, el final nos vuelve a llevar al principio… ¿No te ha pasado alguna vez eso de quedarte atascado al intentar endilgar una etiqueta a un grupo? Normal. Perdemos el culo cuando desde la Wire se inventan géneros y estilos, por mucho que ninguno sea aplicable a lo que nos queda más cerca: a la música de las bandas de nuestras ciudades. Hablo en primera persona cuando afirmo que, desde hace unos meses, no sé en qué cajón meter a determinadas propuestas (barcelonesas y de más allá) que parecen trascender la etiqueta del revival ochentero más oscuro. Y sí, en inglés hay varios géneros con el «new» delante que podrían importarse a nuestras críticas y textos con la mayor de las naturalidades. Pero ya va siendo hora de que hablemos con nuestro propio idioma. Así que sólo puedo dar las gracias a Discos Walden, La Fonoteca y Maravillosos Ruidos por editar este «Espectros» que debería convertirse en La Biblia de una nueva etiqueta a reclamar con orgullo local: llamémoslo pop espectral. Pero llamémoslo de verdad.