¿Ha llegado TikTok para quedarse? ¿Es una moda pasajera? ¿Por qué engancha más que Instagram? Aquí va una pequeña gran reflexión al respecto.
Hace unos meses, Donald Trump amenazaba con prohibir TikTok dentro de sus fronteras y, como no podía ser menos, el primer mundo se escandalizó. Según cuenta la prensa, EEUU y China no conseguían llegar a un acuerdo financiero y, en este escenario, el presidente en cuestión acusaba a la empresa tecnológica Bytedance, entidad que se encuentra detrás de esta red social, de estar en posesión de datos de los usuarios de su país de una forma ilegítima (según sus especulaciones) y de transferirlos al Partido Comunista Chino.
Que Trump amenace con el cierre de una plataforma no es nuevo ni lo será nunca: Twitter ya ha sido el blanco de este histerismo dictatorial en muchas ocasiones. Pero aquí no es tan relevante su chaladura como que al presidente le sea tan importante esta aplicación, hasta el punto de ser motivo de disputa entre países y economías internacionales… ¿Qué hay en TikTok, pues, que ha revolucionado tanto y que ahora supone tanto valor? ¿Cuál es exactamente el tipo de datos que maneja?
Está claro que hay algo novedoso en esta nueva app de edición de vídeos que nos ha enganchado a todos y, sobre todo, a los famosos de generación millennial. Ariana Grande, Britney Spears, Demi Lovato, Cardi B o Ed Sheeran son solo algunos ejemplos de adictos a hacer un tipo de vídeos con una estética muy alejada de la postproducción de sus videoclips. Estas celebridades cuelgan este tipo de material, de escasos segundos, y consiguen arrastrar a muchísima gente, gente que ya los seguía en sus otras cuentas de redes sociales. Así que la pregunta correcta – que no es una, son dos – es la siguiente: ¿qué hay en TikTok que no pueda haber en Instagram, en el top del ranking de app sociales y que no había estado amenazada hasta ahora, para que toda la población cibernauta esté migrando a ella? Y, a colación de esa primera cuestión: ¿por qué los artistas, en la mayoría, la prefieren y son más adictos a su formato que no al de hacer post y stories?
El desplazamiento que supone publicar en Instagram a hacerlo en TikTok no es algo nuevo, sino todo lo contrario. En la antigua Grecia, los artistas -poetas y pintores- eran agrupados dentro de la disciplina de la tekné (en griego antiguo: τέχνη), traducido como ‘fabricación material’, ‘producción’ o ‘artesanía’, que se diferenciaba de la cualidad de la razón, propia de la ciencia. Siguiendo con su lógica, el artista era un artesano, es decir, alguien que producía. No obstante, en el mundo griego clásico, su producción no estaba únicamente regida por las reglas de la tekné, sino que en ella también participaba la inspiración de las Musas. De esta forma, aunque el arte era concebido como una forma de reproducción de las divinidades (el poeta era el encargado de narrar las historias y orígenes de la fundación de la polis), era inconcebible que el autor de una obra no formara parte de esta mediante su intervención personal.
Si establecemos una analogía con el fenómeno TikTok, podemos encontrar cómo se reproducen ciertos parámetros. En contraposición con la simplicidad del formato que nos ofrece Instagram, el tiktoker solamente puede participar en condición de aportar. Y esta aportación, en tanto que supone la creación de contenido, guarda relación con el concepto de artesano de la tekné desarrollada anteriormente. En ella, no solo vale que hagas clic en el botón de cámara de tu móvil y que la foto guste porque entra en unas lógicas estéticas: es necesario que hagas algo propio. Que te inventes alguna cosa, que imites con gracia, que aprendas una coreografía, que nos impresiones con alguna habilidad a la hora de utilizar los efectos especiales que integra la misma aplicación. En definitiva: da igual cuál sea tu propuesta, lo que importa es que propongas alguna cosa. En esta nueva red social, utilizada sobre todo por jóvenes muy jóvenes, el hacer está por encima del enseñar; hacer, no mostrar, es lo realmente importante y diferencial.
Lo que te da crédito y simpatía en este mundo 2.0., lo que te representa, no es lo que dices [posteas] sino lo que haces [produces]
A diferencia de Instagram, el éxito de tu perfil en TikTok no depende de si eres guapo, vas a restaurantes de moda o tienes un barco: lo que se pone en juego y en valor es sólo y nada más que tu creatividad. Aquí lo que se debe demostrar no es un status de vida y bienestar, sino tu capacidad para crear una pieza audiovisual exclusivamente con un móvil y en tu habitación de cuatro metros cuadrados. No es casualidad que el claim de TikTok sea ‘Make your day’: el proceso de idear, ejecutar y editar que supone cada vídeo subido a la plataforma implica una cantidad de tiempo mucho mayor que el que piden otras redes sociales.
Al contrario de la tekné y de TikTok, Instagram es una plataforma diseñada para que las imágenes que se suban encarnen, de una forma anacrónica, lo que es el concepto de fotografía para Walter Benjamin. Para el filósofo alemán, la fotografía es una técnica nacida con la pretensión de dejar constancia de lo que nos rodea y con lo que mantenemos relación; por lo tanto, la fotografía nació con una finalidad puramente documental. Si aplicamos su teoría a Instagram, cuando se postea la foto de una cala impresionante o de un retrato casi profesional, en este alguien que la ha hecho (@xxxx) solamente hay la voluntad de relatar gráficamente la propia vivencia. Relato que, por otro lado, tiene que ver con dos cosas: con lo que uno quiere que le represente y con lo que quiere que el otro crea que lo representa.
El autor de la foto -del post, de las stories-, hasta cuando él mismo deviene objeto protagonista de sus fotografías, aparece de un modo más pasivo que no activo. No hace mucha cosa, solo se presenta en la imagen, algo así como estar a medias. Paradójicamente, cuando más nos damos cuenta de que ha habido una intervención humana en Instagram es cuando el sujeto aparece de una forma excesivamente retocada, con veinticinco capas de filtros o con indicios de algo sospechosamente falso. Es en el descaro de la manipulación y de la irrealidad cuando más conscientes somos de que nos encontramos ante una herramienta tecnológica que nunca nos devolverá el cien por cien de fidelidad con el mundo empírico y con la realidad. Cuando nos topamos, en definitiva, con lo que el pensador francés Jean Baudrillard apuntó con su concepto de ‘simulacro’: vivimos en la reproducción [imagen a semejanza] en serie de algo resultante de las tecnologías virtuales.
Por esto último, las críticas hacia Instagram solo han hecho que crecer en los últimos tiempos: que si todo es muy superficial, que si solo se muestran realidades idílicas que contribuyen a recrear un imaginario inexistente, etcétera. Hecho que, por otro lado, reivindica que el fotógrafo utilice su mirada creativa e interpretativa con su entorno, para así no caer en la obscenidad impersonal y aburrida de subir mesas de brunch los domingos, gatitos acariciables y cuerpos de gimnasio escultóricos. Con todo este escenario de incredulidad y de tedio que se ha convertido Instagram, no es casual que haya aparecido TikTok como la alternativa más valiosa y atractiva.
En otras palabras: que TikTok haya venido para quedarse no hace más que corroborar lo que los publicistas ya vienen avisando desde hace tiempo. Lo que te da crédito y simpatía en este mundo 2.0., lo que te representa, no es lo que dices [posteas] sino lo que haces [produces]: la sociedad -los jóvenes, diría- no empatizan con Estrella Damm porque hace un anuncio en contra de los plásticos, sino porque fabrica latas reciclables. Lo que se conoce, en definitiva, como el desplazamiento del storytelling al storydoing: lo que dices es de tu forma de hacer. O, volviendo a las referencias clásicas para entender nuestro mundo posmoderno, el facta non verba de toda la vida.