J Balvin ya hace tiempo que consiguió la corona, pero «Colores» es el disco con el que aspira a mucho más que una corona: ¡quiere convertirse en leyenda!
«Saben quién es Balvin, les presento a Jose«. Esto es una de las primeras frases que canta J Balvin en «Amarillo«, el tema de apertura de su nuevo disco «Colores» (Universal, 2020). «¿Cómo te explico? No me complico, a mí me gusta pasarla rico«, matiza a continuación en una canción producida por DJ Snake y Afro Bros que tiene mucho de hedonismo dembow y de fiesta en una playa bañada por un sol pletórico que es puro color amarillo. La canción y la letra dejan clara la intención obvia de este trabajo: congregar un conjunto de canciones cada una de ellas asociada a un color concreto (a excepción del «Arcoíris«, claro). Pero hay otra intención algo más subterránea en este disco. Y es esa otra intención la que lo convierte en algo feroz.
Pero empecemos por el principio, por la superficie, por lo visible. Ya lo he dicho: «Colores» es un compendio de diez canciones asociadas a diferentes colores. Es, de hecho, el punto y final de un largo proceso en el que el autor confirma que llegó a tener un total de cuarenta temas sobre la mesa. Tras el corte definitivo, sin embargo, se sumó otra selección: Balvin se dedicó a poner las diez canciones seleccionadas a sus colaboradores habituales y a todos esos colegas que siempre parecen orbitar a su alrededor. En cada una de ellas, les pedía que cerraran los ojos y que le dijeran qué color veían en su cabeza. Al final, cada tema fue titulado con el color que más gente visualizó mientras lo escuchaba.
De esta forma, al gozarlo del tirón, «Colores» se despliega como un abanico de diferentes sensaciones. Hay cortes que parecen haber recibido su nombre en base a la emoción que rebosan, ya sea el romanticismo del reggaetón lento en «Rojo» o la sensualidad playera del perreo pluscuamperfecto en «Azul«. Otras veces, el color parece más bien hacer referencia al estilo musical: «Rosa» es el pop bizcochón que supura esta producción de Diplo y «Negro» es el afrobeat oscurísimo de uno de los tracks más perturbadores del lote.
En ocasiones, Balvin juega a la abstracción. Una abstracción que puede ser obvia en casos como el de «Arcoíris«, la canción con más cambios rítmicos del disco y con un toque africano que brota de las manos de los productores Michael Brun y Mr Eazi (nigeriano que ya dejó constancia de su magia el «OASIS» -Universal, 2019- firmado a pachas con Bad Bunny). En otras ocasiones, esa abstracción es menos obvia y mucho más cachonda, como en esa «Morado» que no es un color, sino pura borrachera. Es decir, borrachera la que lleva encima esa protagonista que «abusa siempre que estoy con ella» y a la que él le canta «yo pedí un trago, ella la botella«.
J Balvin reclama con este «Colores» el derecho de pernada de todo un conjunto de ritmos y estilos que él se ha encargado de convertir en fiebre mundial. Nos encontramos ante 10 temas que son 10 hits. No hay ni uno que flaquee en su intención de petarlo worldwide. Pero, al fin y al cabo, esto es algo a lo que ya nos tiene acostumbrados este colombiano que, con disco por medio o sin él, no hay mes que no deje caer una bomba musical de alto calibre. Así que volvamos a lo que ya deslizaba en esta crítica con anterioridad: la intención subterránea del álbum.
Para desentrañarla, solo hay que sumar todos los factores que van más allá de lo que ya he desbrozado. Porque una crítica usual de disco se enfoca en todo lo ya tratado: las canciones, la producción, el concepto. Pero resulta que «Colores» viene acompañado por varios factores más que hay que tener en cuenta. Para empezar, Balvin parece tener la necesidad de dejar bien claro que este no es un álbum normal, sino uno conceptual. Eso es algo que queda claro en el material extra que acompaña al disco tanto en Apple Music como en Spotify. Y, sobre todo, se ve reforzado por los videoclips que Colin Tilley ha dirigido para todos y cada uno de los temas.
Dicho de otra forma: esto no es solo es un disco conceptual, sino que también es uno de esos «visual albums» que Beyoncé instauró como peaje obligado para todos los artistas pop que quisieran trascender hacia una esfera más «de autor». Y aquí hay que recordar de nuevo las palabras que abren este trabajo: «Saben quién es Balvin, les presento a Jose«. Hay que tener en cuenta que «Vibras» (Universal, 2018) estaba repleto de colaboraciones y que, de hecho, Jose sabía que la colabo es el Caballo de Troya ideal para introducirse en el mercado anglosajón.
Pero ahora ya está instalado en lo más alto de la cadena alimentaria de la industria musical. Ahora es, de hecho, el momento de conocerle sin colaboraciones. Más allá de los amigueos en la producción (además de los mencionados, todo el peso de esta tarea recae en el habitual Sky Rompiendo), este es un disco de J Balvin. No hay colabos. Los créditos le pertenecen en exclusiva. A él hay que retribuirle una colección de logros que alejan cualquier tipo de sombra de duda ante la posibilidad de que su pelotazo pudiera atribuirse a esfuerzos ajenos. Y, vale, nadie le ha pedido que justifique su corona. Pero lo cierto es que tiene todo el sentido del mundo que, una vez aposentado en el trono, el colombiano quiera que su reinado se convierta en una de esas leyendas que perduran el tiempo. [Más información en la web de J Balvin // Escucha «Colores» en Apple Music y en Spotify]