«El Marido de mi Hermano» de Gengoroh Tagame es un manga de lectura obligada porque es capaz de abrir la mente de los que dicen eso de «yo no soy homófobo, pero…».
«El Marido de mi Hermano» empieza justo cuando Mike se planta en la puerta de la casa de Yaichi Origuchi y su hija Kana. Mike es un canadiense grandote y barbudo con cara de buenazo (lo que viene siendo la definición canon de un oso gay). Pero también es el marido de Ryoji, el hermano gemelo de Yaichi recientemente fallecido. Mike no conoce a Yaichi y Kana porque él y Ryoji se casaron en Canadá, y estos dos últimos viven en el país natal de su difunto marido: Japón. El objetivo del canadiense, tal y como les explica desde un buen principio, no es otro que conocer a la familia de la persona que más ha querido.
Hasta aquí, el cómic de Gengoroh Tagame (recopilado en dos únicos tomos en nuestro país por la editorial Panini) puede recordar a un abanico de ficciones que ya hemos visto a ambos lados del Pacífico. En mi caso, lo primero que me viene a la cabeza es un cruce de caminos entre «Padres Forzosos» (sobre todo, por el momento camada masculina que cría a unos niños) y «Yotsuba» (por lo del padre soltero criando a una niña con una peculiar personalidad). Y lo cierto es que el punto de partida de «El Marido de mi Hermano» no es para nada original… Pero lo que sigue a partir de ahí sí que lo es. Y no solo es original: es necesario.
Al fin y al cabo, Tagame aborda frontalmente algo que en Japón suele abordarse de forma lateral (e incluso, como en muchos otros países, no abordarse por eso de que se acepta en lo privado, pero no tanto en lo público): la homosexualidad. Desde el minuto uno de este manga, Mike resulta ser una fuerza expansiva que se despliega por encima de las vidas de Yaichi y Kana con una sinceridad totalmente desarmante. Su visión de la homosexualidad no es aperturista, sino que es sincera y confortablemente abierta. Y el principal acierto de Gengoroh es precisamente impedir que el punto de vista de Mike sea el protagonista y, en cambio, trasladarlo a los ojos de Yaichi.
Mediante un buen puñado de recursos narrativos elocuentes (como, por ejemplo, enfrentar lo que el personaje piensa realmente con lo que dice finalmente), «El Marido de mi Hermano» pone sobre la mesa todo un conjunto de micro-conflictos cotidianos que meten el dedo en la llaga del «yo no soy homófobo«. Tagame, de hecho, constantemente pone en tela de juicio este cliché acompañándolo de corolarios como «yo no soy homófobo… pero entonces por qué me da vergüenza estar en calzoncillos delante de un hombre gay» o «yo no soy homófobo… pero entonces por qué me angustia pensar que mi hija pueda ser lesbiana«.
El punto de vista paralelo de Mike sirve para cuestionar el de Yaichi, y curiosamente ese es el papel que también juega el tercer punto de vista del cómic: el de Kana. Como en «Yotsuba» (por seguir con esta comparación), la visión de la niña sirve para inyectar en el argumento unas cargas explosivas de honestidad y limpieza en la mirada. Kana declara su amor por Mike desde el momento que se conocen por el mero hecho de que es su tío. Ella solo ve un motivo para adorarle (son familia) porque desconoce que su homosexualidad podría ser considerada por muchos como una excusa para alejarse de él. Lo que obliga a su padre a preguntar: ¿y por qué para mí lo más importante no es que sea mi familia, sino otra cosa que presuntamente es menos valiosa?
YDe esta forma, los tres protagonistas de «El Marido de mi Hermano» se embarcan en un viaje que les cambiará por completo (casi) sin la necesidad de moverse de la casa de los Origuchi. Una travesía que, por cierto, tiene mucho de canto de amor hacia Japón: Mike es el típico occidental fascinado con la cultura nipona. Chapurrea algunas palabras de japonés, conoce muchas de sus costumbres y, sobre todo, es un apasionado de la comida tradicional, omnipresente en el manga hasta el punto de que, en muchas ocasiones, un manjar se acaba convirtiendo en la excusa para vertebrar toda un capítulo.
Lo más interesante es que este es un viaje en el que los dos personajes japoneses descubrirán que lo «normal» no existe porque ni ellos mismos pueden considerarse normales. Yaichi, por ejemplo, tiene una relación muy interesante con su ex-esposa (de la que no hablaré aquí y ahora para no caer en spoilers innecesarios). Y, sobre todo, hay otro aspecto del personaje que Tagame maneja de forma magistral, sin subrayados innecesarios: este padre de familia es, además, un amo de casa en toda regla que no para de hacer coladas, planchar, preparar baños, cocinar y realizar tareas del hogar mientras se plantea qué significa exactamente la masculinidad y cómo afecta a su propia masculinidad el hecho de relacionarse con un hombre gay.
Porque esto es, al final de todo, lo que convierte a «El Marido de mi Hermano» en una lectura necesaria y obligada para absolutamente todo el mundo: su capacidad para reflexionar sobre la masculinidad de nuevo siglo, las familias no tradicionales y lo queer de una forma inteligente y accesible. Más allá del guiño gracioso de incluir un gracioso «curso de cultura gay de Mike«, el discurso didáctico del manga de Gengoroh Tagame cala hondo porque está trenzado con una historia en la que todos podemos espejarnos. Una historia que habla de cómo los lazos (de familia, amistad o, en definitiva, amor) entre las personas son más importantes que las condiciones de esas mismas personas.
También una lección de diversidad e inclusividad que, a su vez, es el regalo perfecto para todos los que te rodean. A tu madre seguro que le responde muchas preguntas que nunca se ha atrevido a hacer en voz alta. A tu hermano probablemente le ayude a mirarte con otros ojos si perteneces a la comunidad LGBTIQ+. Pero, sobre todo, hay un familiar que se va a beneficiar particularmente de la lectura de «El Marido de mi Hermano«: todos los cuñados de nuestro país. Para que vayan aprendiendo. [Más información en la web de Panini Manga]