Andrew Weatherall moría el 17 de febrero… Y este es nuestro pequeño gran homenaje a una carrera que definió muchos de los sonidos de la actualidad.
Andrew Weatherall (6 de abril de 1963 – 17 de febrero de 2020). Pionero y maestro dentro del universo de la electrónica, interpretó la materia que manejaba como un elemento que debía trascender. Su pasión por la música se reflejó en el trato que le daba para que no fuera un producto de usar y tirar, de ahí que rechazara las tentaciones de la industria y jamás quisiera dar el salto a la arena masiva ni dejase que el negocio puro y duro lo atrapase con sus zarpas. A la vez, su amplia visión creativa y su militancia underground le permitieron granjearse el reconocimiento del público y de los medios especializados en cualquiera de sus facetas: dj, remezclador, productor (a título individual o para otros), miembro de The Sabres Of Paradise (acompañado de Jagz Kooner y Gary Burns) y Two Lone Swordsmen (con Keith Tenniswood) y promotor discográfico, de fiestas y de un festival (Convenanza).
Armado con un espíritu tan aperturista como incorruptible, fue más allá de etiquetas. Incluido el acid-house, del que se erigió en una de sus cabezas visibles y al que ayudó a consolidarse como corriente propia de una época que lograría pasar a los anales de la música popular de las últimas cuatro décadas. Esa es solo una parte de su enorme bagaje, asimilado desde hace tiempo como una inspiración sin fecha de caducidad. Precisamente, nos centraremos en aquella etapa dorada para rendir homenaje a Andrew Weatherall, influencia fundamental de la electrónica ayer, hoy y siempre.
LA SEMILLA ÁCIDA. En la travesía que la cultura de club hizo de Ibiza a Manchester a finales de los 80, Londres se convirtió en parada intermedia gracias a un hombre que había cambiado -aunque no olvidado- el punk y el post-punk con los que había crecido en su Windsor natal por los sonidos baleáricos. Su actividad junto a Terry Farley, Cymon Eckel y Steve Mayes en el fanzine «Boy’s Own» -expandido posteriormente a sello, promotora de fiestas y productora de discos- y en el club Trip funcionó como catapulta hacia el Shoom, local donde compartía cabina con Danny Rampling y Pete Heller y mezclaba cada noche la brisa ibicenca con el acid-house que se abría paso entre la juventud de las islas británicas.
La mancuniana The Haçienda era el centro de los focos, pero en la City Weatherall estaba abriendo una autopista sin peaje con destino Madchester. Sembrada la semilla ácida, su figura se ganó pronto la condición de bastión de la electrónica de baile underground que, estimulada por el éxtasis, agitaba las raves que se organizaban en el deprimido y grisáceo Reino Unido gobernado con puño de hierro por Margaret Thatcher. En dirección inversa, Weatherall replicaba el alma ravera entre las paredes de clubes como el Spectrum, al que llegó de la mano de otro ilustre nombre, Paul Oakenfold. Sin su trabajo tras y fuera de los platos, la cultura dance británica no hubiera sido la misma y no se entendería tal como se hace en la actualidad.
SCREAMADELICA. “Just what is it that you want to do? / Well, we wanna be free, we wanna be free to do what we wanna do / And we wanna get loaded and we wanna have a good time / And that’s what we’re gonna do”. Sin esta frase sampleada en su intro, más la cadencia dub, los efusivos muestreos vocales y el loop percusivo, “I’m Losing More Than I’ll Ever Have” no hubiera pasado de ser una canción blusera más de Primal Scream, quienes en su segundo álbum, “Primal Scream” (Creation, 1989), estaban condenados a acabar como otra copia de The Rolling Stones. Pero Andrew Weatherall cogió ese tema, le insertó el discurso (muy adecuado para los años hedonistas que se vivían entonces) sacado de la película “Los Ángeles del Infierno” y lo deshuesó hasta transformarlo en “Loaded”.
Así se colocó la primera piedra de “Screamadelica” (Creation, 1991), álbum que Weatherall coprodujo en buena parte aplicándole su personal toque. Y eso que ni él ni la banda de Bobby Gillespie sabían a ciencia cierta hacia qué tipo de disco se dirigían… Quizá esa extraña incertidumbre fue el caldo de cultivo ideal para que fraguase la mágica simbiosis entre rock y música de baile justo cuando la nueva ola madchesteriana se encontraba en su punto álgido. El nacimiento del dance-rock elevó “Screamadelica” a santo grial del nuevo género, un álbum insuperable e irrepetible por su originalidad y los hallazgos que cambiaron no solo la trayectoria de los mismos Primal Scream (los cuales, eso sí, nunca arrinconarían su conciencia stoniana…), sino también el rumbo del rock británico de la era pre-brit pop.
Recién iniciado el siglo 21, Andrew Weatherall volvió a producir como parte de Two Lone Swordsmen a Primal Scream en “Evil Heat” (Columbia, 2002), sucesor directo del explosivo “XTRMNTR” (Creation, 2000) y otra clara prueba de la camaleónica adaptación de Weatherall a los sonidos vigentes en cada época. Antes, lo había manifestado con el trip hop en “Morning Dove White” (FFRR, 1993) de One Dove y en “Trailer Park” (Heavenly, 1996) de Beth Orton; y, años después, con la electrónica experimental en “Tarot Sport” (ATP Recordings, 2009) de Fuck Buttons y el post-punk en “No One Can Ever Know” (FatCat, 2012) de The Twilight Sad.
EL ARTE DE LA REMEZCLA. Andrew Weatherall demostró con la reinterpretación de la citada “I’m Losing More Than I’ll Ever Have” de Primal Scream cuál debe ser el proceso de construcción de una remezcla: romper la estructura de una canción, separar sus componentes, reordenar sus moléculas y ensamblar otra vez todas las piezas añadiendo nuevos ingredientes hasta obtener un resultado absolutamente diferente. Es decir, que el remezclador tiene que actuar como un científico que ensaya en su laboratorio con atrevimiento e ingenio. Weatherall era justamente ese imaginativo investigador sónico.
Una cualidad que lució mano a mano con Paul Oakenfold al pasar por su batidora uno de los grandes himnos de la generación Madchester: “Hallelujah”, de Happy Mondays, entregado a los clubbers en forma de místico mix ejecutado a bajas revoluciones y envuelto en efluvios baleáricos. A partir de esta seminal remezcla, Weatherall rociaría cada uno de sus acercamientos a temas ajenos con una capa ácida para deformarlos radicalmente y extraer de ellos jugos lisérgicos inapreciables en sus versiones originales.
A lo largo de los 90, el alquimista de Windsor se colgó la medalla de oro del ramo, aunque en los albores de aquella década ya había publicado cuatro remixes que definieron a la perfección su labor deconstructora, tan brillante y sorprendente que lo convirtió en el nombre más buscado en los créditos de los maxi-singles que se adquirían con devoción en las tiendas de discos: “World In Motion” de New Order, arrimada al house ibicenco proto-noventero; “Soon” de My Bloody Valentine, o cómo habrían sonado estos de haber firmado “Screamadelica” y no su “Loveless” (Creation, 1991); “Only Love Can Break Your Heart” de Saint Etienne, en clave de elegante chill-dance; y “Come Home” de James, que sirvió para que el grupo de Tim Booth se sumergiera de lleno en la escena Madchester.
Desde entonces, Weatherall facturó una ingente cantidad de sus características remezclas (también con Sabres Of Paradise y Two Lone Swordsmen) hasta alcanzar los tiempos recientes, en los que volvió a cruzarse con New Order y colaboró con bandas tan dispares como Noel Gallagher’s High Flying Birds, The Horrors, Cut Copy, Confidence Man, Manic Street Preachers o Jagwar Ma.
Andrew Weatherall será recordado como uno de los djs más reputados de la historia de la música de club, un productor que sabía estar en el lugar indicado y en el momento apropiado y un remezclador que condensaba toda su esencia sonora en sus encargos. Su legado ya ha pasado a la posteridad.