Nuestra crítica de «The Slow Rush» afirma que Tame Impala no vuelven a sus orígenes… Sino que cada vez son más pop (y cada vez quiere ser más Daft Punk).
De pianista imaginario del crucero de “Vacaciones en el Mar”…
Hace unos meses expusimos la teoría de que Kevin Parker podía haber aparecido perfectamente en la mítica serie amenizando las agradables veladas del Pacific Princess con “Patience” y “Borderline”, dulces tonadas que presagiaban el cada vez más acentuado ablandamiento de Tame Impala.
… a cantante de bodas en la misma época, la década de los 70.
Es decir, que nuestra hipótesis no iba muy desencaminada, ya que el videoclip de “Lost In Yesterday” presentaba a Kevin Parker como un buen animador de banquetes nupciales. Ese papel ante el micrófono definía la fase que el australiano había inaugurado de cara al cuarto álbum de Tame Impala, “The Slow Rush” (Caroline / Universal, 2020), enfocada a ofrecer lo que sus oyentes más fieles y apasionados demandaban. Incluso la fecha de salida del disco, 14 de febrero, San Valentín, parecía indicar que, como sucede ese día con las parejas más previsibles, Parker regalaría a sus fans flores y bombones a espuertas.
Dado el éxito de la fórmula aplicada en el anterior “Currents” (Modular / Universal, 2015), no tenía pinta de que Tame Impala virase hacia el sonido guitarrero retro que lo puso al frente de la psicodelia del siglo 21. De hecho, Parker continuó investigando las posibilidades del pop coqueteando con otros géneros como el hip-hop, el nu-r&b y la electrónica a través de variopintas colaboraciones de relumbrón (Travis Scott, SZA, Lady Gaga, Mark Ronson, Kanye West, Kali Uchis, Teophilus London, Miguel, ZHU y, próximamente, Gorillaz) de las que a la vez absorbió diferentes modos y esquemas musicales en un proceso de retroalimentación.
Llegado a ese nivel de celebridad, en el que todo bicho viviente quería arrimarse a su lacia melena y él aprovechar la ocasión para ampliar sus experimentos sonoros, el australiano ya había conseguido establecer su característico estilo como una marca: el ‘sonido Tame Impala’ -distinguido principalmente por el manejo de los sintetizadores, el bajo armónico y el tratamiento de la batería-, que no solo impregna sus remixes y producciones para otros grupos (con Pond como modelo paradigmático), sino que también alcanza a artistas de diverso pelaje (desde Post Malone a Foster The People, pasando por Tennis). Mención aparte merecen las bandas que, de tanto copiar sus formas, se han vuelto más papistas que el papa Parker.
Por algo Kevin se erigió durante el último lustro en el Rey Midas del pop. Y hay que decirlo así, a secas, sin el ‘psicodélico’ detrás. Porque la meta que ha perseguido desde “Currents” es encontrar la piedra filosofal del pop para transformarlo en súper-pop (esto va con segundas: seguro que no le importaría acaparar las portadas de las revistas juveniles… si es que aún existe alguna). Por ello, los que tenían mínimas esperanzas de que Tame Impala regresara a la era “Lonerism” (Modular, 2012), que se vayan olvidando. Es más, da la sensación de que Parker ha pensado sobre todo en los oídos jóvenes, quizá más abiertos que los veteranos y acomodados en sus dos primeros discos y más dispuestos a entender al 100% sus actuales pretensiones. Resultaría interesante comprobar si desde “Currents” hasta “The Slow Rush” se ha agrandado la brecha generacional entre los seguidores de Tame Impala…
Los miembros de la generación Z / post-millennial aficionados al pop y al rock de toda la vida que acaban de descubrir a Steely Dan, Supertramp, Electric Light Orchestra, la disco music, el pop barroco y el rock sinfónico se olvidarán de que es música propia de boomers al tenerla bien mascada y actualizada por cortesía de Kevin Parker, que toma ingredientes clásicos y los combina embadurnándolos de modernidad. De paso, el australiano les monta una tirolina para que se introduzcan en su cósmica visión de la psicodelia vintage (o lo que queda de ella en su sonido…) y la exploren desde una perspectiva contemporánea.
En realidad, en eso se fundamenta lo que un día denominamos postneopsicodelia en fantasticmag: una mezcla de estilos con el rock o el pop como base primordial que, en muchos momentos, pierde parte de sus propiedades lisérgicas, como ocurría en “Little Dark Age” (Columbia, 2018) de MGMT o “Seeing Other People” (Jagjaguwar, 2019) de Foxygen. Este proceso se repite en “The Slow Rush”, a pesar de que su primer avance oficial, “It Might Be Time”, sugería que todavía conservaba su punch psicodélico. Sin embargo, después, en “Posthumous Forgiveness” Kevin Parker recuperaba su cara más melosa mientras recordaba a su padre fallecido en una especie de canción epistolar sumergida en un soft-pop progresivo. Y en la citada “Lost In Yesterday” -heredera directa de “The Moment”– rememoraba los tramos más brillantes de “Currents” gracias a su impoluto gancho melódico.
Así, es posible establecer conexiones entre la obra que encumbró a Parker y “The Slow Rush”, el cual dentro del árbol genealógico tameimpalero sería el hermano menor de su predecesor; y, debido a ello, objeto de recurrentes comparaciones al renovarse en su interior viejas ideas en un acto de reciclaje (“Instant Destiny”). El australiano tardó casi cinco años en compartirlo con el resto del mundo, aunque su intención (otra señal de sus ambiciones) era publicarlo antes de subirse al escenario en el pasado Coachella. Pero en aquel momento no se había quedado satisfecho con el resultado.
Tampoco a finales de 2019, cuando dio otra vuelta más al disco, hasta dejar fuera del tracklist definitivamente “Patience” y remozar “Borderline”. En esa decisión se adivina la manera en que Parker lidia con el perfeccionismo creativo y, especialmente, lucha contra el tiempo, un concepto que hilvana “The Slow Rush”. Empezando por su portada, una casa abandonada y engullida por la arena del desierto que simboliza la acumulación de recuerdos, acontecimientos y vivencias. Y terminando en la denominación de varios cortes: un año más, una hora más, ayer, mañana…
[Alerta, spoiler: se acerca otra peculiar teoría]
Si Kevin Parker hubiera tenido opción, habría llamado al álbum “Random Access Memories”, pero ese título ya estaba cogido. Traer a colación el último LP de Daft Punk no es gratuito: como los franceses en aquel momento, en “The Slow Rush” Tame Impala suena más orgánico que en “Currents” (“Tomorrow’s Dust”), sin abandonar la producción detallista; y homenajea al pop discotequero que cabalgó entre finales de los 70 y principios de los 80 haciendo algunos guiños -voluntarios o no- al dúo.
Tal es el caso de la intro de “One More Year”, destilación del arranque de “Daftendirekt”; el desarrollo a lo “Digital Love” de “It Might Be Time”; la coda de “Breathe Deeper”, inspirada en “Da Funk”; y los sintes robóticos de “Is It True”, que tienden un puente hacia “Technologic”. A Parker solo le faltó bautizar alguna de sus piezas con un «One More Time»… ¿Alguien recuerda que Tame Impala remezcló “End Of Line” de Daft Punk para la edición australiana de “Tron: Legacy R3C0NF1GUR3D” (Disney, 2011)? Pues eso.
[Se cierra la teoría]
En “The Slow Rush” no faltan los largos medios tiempos típicos de Tame Impala diseñados para la dispersión mental y física (“On Track”, “One More Hour”), pero este es un disco esencialmente dinámico (o, volviendo a Daft Punk, aerodinámico) que sirve de ensayo para las futuras indagaciones de Kevin Parker. Por ejemplo, la breve “Glimmer” puede avanzar por dónde discurrirán los siguientes movimientos del australiano.
Curiosamente, la agilidad de “The Slow Rush” coincide con las letras más introspectivas de Parker, abierto a exhibir sus tribulaciones de un modo más concreto en un trabajo con trazas psicoanalíticas. Aquí pasa de lo genérico a lo particular, rompiendo el cascarón que cubría a un hombre encantado de regodearse en su soledad al que ahora no le importa hablar de su actual etapa vital (matrimonio incluido) y su asimilación de la fama.
Tan transparente se ha vuelto su discurso, que Parker afirma en “It Might Be Time” que ya “no eres tan divertido, joven ni cool como solías ser”. ¿Se referirá a él mismo? Aunque sea así, no llegará al punto de tocar disfrazado de pianista de “Vacaciones en el Mar” ni de ejercer de cantante de bodas vestido con traje setentero. Al contrario: su verdadero deseo consiste -como confesó en una entrevista a “Billboard”– en convertirse en el próximo Max Martin (dios del pop comercial de los últimos veinte años) y conquistar el mercado mainstream desde su nueva casa de Los Ángeles. Solo es cuestión de tiempo. [Más información en la web de Tame Impala // Escucha «The Slow Rush» en Apple Music y en Spotify]